(Agradezco a Casa Litterae (www.casalitterae.cl/) la publicación que ha hecho de este artículo en su página. Muchas gracias)
Dra. Alejandra López Camacho
Uno de los derechos más preciosos de todo hombre que vive en sociedad, es el de publicar, por medio de la prensa, sus pensamientos con toda libertad; y por lo mismo, cuanto concierne a tan sagrada prerrogativa, es digno del examen más severo e imparcial.[1]
Analizar el significado de “libertad de
imprenta” durante el siglo XIX y a través del discurso periodístico, representa
considerar los mecanismos de transmisión de los acontecimientos, en este caso
de los periódicos. Circunscribe a la vez tener presente los significados tan
amplios que abarcó la noción de libertad de imprenta, y, esto no sólo en sus
usos legales sino además en los distintos usos que cada bandería política abrigó
para sí y que están manifestados en la prensa, lugar de expresión de la mayor
parte de los grupos políticos. Comprende además las formas de control
detentadas por las autoridades hacia aquello que los medios de comunicación
informaban, pues si bien la libertad de imprenta constituía un derecho, ésta
también representaba una bandera de politización para la prensa y un estandarte
para la difusión de las noticias. De ahí las limitantes hacia la misma por el
riesgo que representaba la propagación, transmisión y libre discusión de
ciertos términos, entre ellos los de “libertad de imprenta”.
Dentro de la historia de México, el
periodismo, sostiene Roberto Rodríguez Breña,
es “una forma de expresión y difusión de cultura, de conocimientos
útiles a la formación social del hombre y un idóneo auxiliar a la definición
del ciudadano en su decisión de militancia: un vehículo de politización.”[2] De
modo que la prensa constituye y ha constituido un factor determinante dentro
del proceso de edificación y desarrollo de los términos políticos, ha sido una
institución capaz de legitimar o deslegitimar, a través de su discurso, las
distintas políticas en turno. Esta es una institución que puede dirigir,
organizar, definir e influir en los distintos procesos políticos. De ahí las
medidas reprobatorias o aprobatorias que tomen los distintos gobiernos en torno
a la libertad de imprenta.
Una palabra clave y trascendental
en los discursos periodísticos del siglo XIX es el de “libertad”, término que
pudo abarcar una significación extensa y confusa al mantener estrecha relación
con las leyes elaboradas por los hombres que tratarían de controlar esa
libertad, aunque además, dentro de esa significación, intervendrían, para
ciertas tendencias políticas, unas leyes consideradas de orden divino que
resultarían incuestionables. A decir de Javier Fernández Sebastián, la
multiplicidad de significados del término “libertad” durante el siglo XIX y su
utilización en los más diversos contextos, harán del concepto “uno de los más
complejos y escurridizos del universo ideológico de esa centuria.”[3]
A lo largo del siglo XIX, las
distintas publicaciones mexicanas se vieron inundadas de altercados y disputas
en torno a la significación de ciertos conceptos políticos, siendo el de
libertad uno de los más característicos. A esto se añaden los debates por el
cambio del vocabulario político producido por la propia evolución del pensamiento
liberal durante el período estudiado y la lucha por la permanencia, mudanza y
transición de los conceptos políticos, a más de la lucha por el establecimiento
de una ideología liberal que otorgará legitimidad a los conceptos utilizados,
lo que pudo variar entre concepciones radicales, moderadas, reaccionarias,
conservadoras y progresistas, entre otras. Todo fue de acuerdo al grupo
político –y a su correspondiente aparato mediático– que las utilizara.
Los
editoriales decimonónicos, son el reflejo de los distintos grupos políticos, son
conjuntamente el aparador de un lenguaje político en transición que a su vez
será espejo de un liberalismo que intentaba penetrar en la vida política. De
ahí que en las páginas de los periódicos queden manifestadas las avenencias de
las diversas posiciones políticas que sobre todo buscarán establecer una
libertad de ideas acorde con una cuestión que se considerará vital para el buen
funcionamiento de una sociedad liberal: la libertad de prensa. Claro que en
esto también existirán periódicos oficiales y no oficiales que desde posiciones
liberales, conservadoras, moderadas, republicanas y monarquistas, entre otras, apoyarán la restricción de la libertad. De ahí que muchas publicaciones
manifestarán desde su número prospecto los problemas que representaba la
redacción de un escrito. Y esto no sólo por los peligros políticos que
comportaba, también por lo que constituía el sostenimiento de una empresa
periodística. La buena venta de un diario podía prologar la vida de una
publicación, aunque esto a su vez quedaba determinado por el interés despertado
entre un sector ideológico de la sociedad y por los temas políticos que se
analizaran, además de las sanciones políticas impuestas por las autoridades.
Perro que ladra
no muerde. Otro proverbio! Adelante!... este es el oficio del periodista,
borronar papel, y escribir sobre todo cuanto hay.[4]
La
libertad de imprenta fue un concepto ampliamente mencionado en los editoriales
del siglo XIX, y representó dentro del liberalismo de la época, uno de los
derechos básicos del hombre en sociedad como la libre discusión, la libertad de
pensamiento y la libertad de ideas que para ser comunicada con mayor amplitud
requerirá de los medios impresos y de la libertad de prensa. Claro que dentro de esta
libertad que se demandaba intervendrían todo tipo de ideas, como bien
lo señalaría El Siglo Diez y Nueve en
México en relación al texto constitucional de 1836 que restringía la
propagación de otro tipo de ideas que no fueran las políticas.
Según la misma constitución,
los mexicanos podían imprimir y circular, sin necesidad de previa censura, sus
ideas políticas; pero sus ideas políticas y nada más, de modo que para
cualesquiera otros pensamientos o ideas, aunque hicieran relación a la
industria, a las artes, a la historia natural &c., no parece que había la
misma libertad, y estos objetos tan extraños a la política, quedaban
tácitamente sujetos a la censura previa, lo que era, a la verdad, bien
ridículo…[5]
En la redacción de un editorial quedaron
presentes las relaciones de poder entre la prensa y el sistema político, entre
el saber, las creencias religiosas y el deber, entre la redacción y los límites
impuestos a ésta por el mismo sistema político. Cabe calcular que
la prensa periódica decimonónica surgiría en México como una respuesta a los
procesos políticos y sociales que requieren transmitirse y comunicarse. Aunque
también quedaba presente que los periodistas o grupos políticos que redactaban
los editoriales buscaban cambios y lentas o radicales modificaciones en el área
política y social. Intervienen además los cambios en el lenguaje utilizado para
hacer política y las miras o proyectos de las facciones en torno a la visión
que se tenía de su propia sociedad.
¿Qué bien pueden para las sociedades las falsas
máximas, los disolventes principios, las corrompidas doctrinas, las picantes
sátiras, las enardecidas polémicas, el retumbante frascologismo (sic), las
acriminaciones, personalidades y otras mil y mil producciones de esta especie?
Y si el cuerpo social ninguna mejora ni perfección recibe de eso, ¿qué bien
puede comunicar a sus miembros? Y si las partes o miembros no se mejoran o perfeccionan,
¿dónde está su derecho para erigirse en oráculos de los demás, puesto que,
dígase lo que se quiera, todo escrito para el público tiende a enseñar y
corregir, lo que presupone autoridad?
Concluyamos, pues, que el objeto único de un periódico no es ni puede ser otro, que
la mejora y perfección del cuerpo social.[6]
La mayor parte de años del siglo XIX, representan así,
dentro del área político-social, un periodo de cambio y de lentas
transformaciones que habrían mantenido a los redactores de las publicaciones
con motivos suficientes para discutir, para hacer presentes sus discursos en el
escenario político, pero sobre todo, para convertirse en instructores de un pueblo
y un público que requería conocer el significado de lo que constituía la justicia
política. Es decir, hablar con lo que reconocieron como “verdad”, “rectitud” e
ilustración suficiente para dirigir a un pueblo o una sociedad. Cuestión que además
quedaría ligada a la credibilidad y legitimidad de una publicación periódica y
a la doctrina y lenguaje político de la misma.
[1] El Monitor Republicano,
México, 24 de noviembre de 1846.
[2] Rodríguez Baños, Roberto,
Libertad de expresión. Temas mexicanos,
México, Departamento Editorial/Secretaría de la Presidencia, 1975, p. 23.
[3] Fernández Sebastián, Javier, “Libertad”, en: Fernández Sebastián, Javier y
Fuentes, Juan Francisco (dirs), Diccionario
político op. cit., p. 428.
[4] La Cuchara , México, 6 de noviembre de 1864, T. I,
Núm. 1, p. 20.
[6] El Universal, México, Jueves 16 de noviembre de 1848, Sección
Editorial, T. I, Núm. 1, p. 1.
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