domingo, 18 de noviembre de 2012

¿Es posible crear una perfecta sociedad?


Saint-Simon y su concepción de la perfecta sociedad 

Alejandra López Camacho


El desarrollo de las ciencias orientadas al conocimiento de lo humano y de las estructuras sociales ha pasado por distintas etapas a lo largo de la historia. Durante los siglos XVIII y XIX, las teorías generales de Claude-Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon, acerca del estudio de las organizaciones sociales, se presentaron en la Francia posrevolucionaria como una etapa del conocimiento de lo humano enfocado al propósito de encontrar leyes que vaticinaran el futuro de las sociedades. Saint-Simon, el aristócrata arruinado, el oficial de la guerra americana, el especulador de propiedades inmobiliarias y el periodista, fue un escritor y pensador que incitado por los avances científicos y los avatares de las revoluciones, americana y francesa, pretendió comprender el desarrollo de las sociedades y establecer reglas que la organizaran. Pero si bien existió una preocupación por reorganizar las sociedades transformadas por las revoluciones, también existió el objetivo de estudiar la Historia de las civilizaciones con la finalidad de establecer tablas del comportamiento político, económico y social y leyes que pronosticaran el futuro.
Saint-Simon
Este personaje que inició sus escritos a los 43 años, debido a que no tuvo una verdadera formación académica anterior, se valió de su experiencia, y de sus estudios de fisiología, sicología e historia para observar y estudiar los problemas que las sociedades posrevolucionarias atravesaban. Así llegó a advirtir ciertos desordenes sociales arrastrados a través de los años como la presencia de ciertos grupos sociales, en específico, la nobleza, el clero, la milicia y los legisladores, que sin desarrollar ningún trabajo productivo, vivían a costa de otros que si producían  como los agricultores, artesanos y negociantes. Saint-Simon también reparó en los avances científicos obtenidos por las culturas y a su vez en la necesidad del trabajo en grupo y en la relación entre los niveles de conocimiento, religión y estructura social. Con lo cual llegó a afirmar que “los momentos más felices de la especie humana han sido aquellos en los cuales “el poder espiritual y el temporal se equilibraban mejor”” (Gurvitch 54).
De lo anterior se desprende que para Saint-Simon, el principio rector del progreso social lo constituía el esfuerzo humano colectivo, de ahí que considerara a la sociedad como un ser que sólo en conjunto y en unidad, podría funcionar como una verdadera máquina organizada. Razón demás para proponer la unidad de las ciencias, porque finalmente éstas provenían del esfuerzo humano colectivo, tanto espiritual como material, es decir, de los avances en el conocimiento como en la producción, lo que en último término llevaría a las sociedades a un estado positivo o de actividad.  No obstante, salta a la vista que para este hombre, la unidad de las ciencias naturales y humanas equivalía a decir que los hombres en sociedad podrían estudiarse de acuerdo a la aplicación de ciertas leyes de comportamiento ligado a la necesidad de destruir los gobiernos encabezados por los legisladores, quienes en definitiva habían llevado a las sociedades al desorden.  
En 1803, cuando publicó su obra Letters d’ un habitant de Genéve á ses contemporains, Saint-Simon se propuso “reorganizar la sociedad sobre bases científicas”, ahí llegó a especificar que la sociedad debía “...estar gobernada por científicos y artistas...” (Saint-Simon 15). Los primeros procurarían el bienestar material y los segundos el desarrollo mental. Para Saint-Simon, el avance de la actividad científica dependía de dos premisas: de la condición experimental aplicable al desarrollo de la actividad social y del establecimiento de leyes sobre la misma sociedad. De ahí su particular interés por el conocimiento de la historia, “...el estudio de la historia conduce, a mi modo de ver, a la convicción de que todos los acontecimientos importantes tienden hacia la misma meta -la civilización de la humanidad-” (Ionescu 24).
A ojos saintsimonianos cabría plantear si lo antes expuesto equivalía a decir que existía la posibilidad de establecer tablas de comportamiento social que entrañaran respuestas a las acciones humanas a través del tiempo y en las cuales la observación de las conductas pasadas fueran sustanciales para el establecimiento de datos estadísticos. De ser así, ¿hasta dónde Saint-Simon percibió que las sociedades americanas y europeas tendrían patrones de comportamiento similares? Y ¿hasta dónde existió en Saint-Simon una preocupación por el estudio de la naturaleza de las sociedades donde intervienen la intencionalidad de los hombres que pueden alterar el curso de la historia? ¿Fueron las teorías de Saint-Simon la inspiración del modelo deductivo-nomológico de Carl Hempel?  
Después de la Revolución Francesa, las corrientes posrevolucionarias del pensamiento francés, giraron en torno de una rehabilitación intelectual y social. En aquel momento se pretendieron establecer leyes del movimiento de la civilización, así como Isaac Newton había instituido los principios de la física “...era newtoniano todo lo que trata de sistema de leyes...” (Ilya y Stenger 32) Saint-Simon fue uno de los tres pensadores que dijeron haber encontrado las leyes del desarrollo social con el propósito de remodelar la sociedad sobre principios científicos generales. Los otros dos pensadores que dijeron haber encontrado las leyes del desarrollo social fueron: Charles Fourier, en cuya ley de Atracción Pasional planteaba que las pasiones humanas habían sido causa de las desgracias y por lo tanto había que convertirlas en fuente de felicidad y, A. Comte, quien estableció la ley de los tres estadios, estadio teológico, metafísico y positivo o científico. (Bury 252-263)
Ahora, ¿cuáles eran esas leyes del desarrollo? Pues nada menos que una especie de modelo deductivo-nomológico. Es decir, que en base a las vivencias pasadas y situaciones presentes ocurridas, se asumiría que acontecería un determinado futuro.
“Sí ... entonces”
No obstante, si algo destaca en este modelo es que estuvo pensada en función de una sociedad gobernada por industriales y científicos, esto nos dice que no se trataba de cualquier tipo de sociedad. 
La ley propuesta por el Conde, que además respondía a lo promovido por Napoleón sobre el balance del progreso de la ciencia desde 1789, consideraba dos épocas en la historia: “las épocas críticas (necesarias para eliminar las “fosilizaciones” sociales) y las épocas orgánicas” o de construcción. (Ferrater 2915) Saint-Simon vio en la historia los factores determinantes para la comprensión de las sociedades y sus cambios con el paso del tiempo. La historia estaba considerada en función del desarrollo industrial y la industria no era sino producción, por lo tanto, todo cambio social implicaría un cambio en los sistemas de propiedad.
A juicio de Saint-Simon, la sociedad y en específico el hombre debía tener la capacidad de dominar la naturaleza y una vez dominada, llegar a un estado positivo, entendiendo lo positivo como el estado activo, inmanente y autónomo. (Gurvitch 39) En otras palabras, lo que este hombre pretendía era observar como las sociedades se habían comportado en el pasado, para luego comparar su comportamiento presente ante los fenómenos que ocurrían y sobre esas observaciones elaborar un estudio de las sociedades en acción. Es decir, Saint-Simon estaba buscando una ciencia enfocada a la sociedad activa, buscaba una sociología que pudiera establecer parámetros de comportamiento de los hombres en sociedad, todo con la finalidad de vaticinar el futuro, donde entre otras cosas intervenía el factor económico.
Debido a que la revolución industrial y la revolución política de 1789 trastornaron el sistema institucional existente en la sociedad europea, Saint-Simon se enfrentó a las crisis que atravesaba la sociedad y con ello a la dificultad de llevar a cabo una reorganización social. Básicamente durante este período los hombres pasaron por una metamorfosis política, social y técnica como resultado de las distintas etapas transcurridas, desde formas de vida feudal, hasta las revoluciones políticas y luego las sociedades industriales. Las instituciones anteriores a la Revolución, resultaban anticuadas y destructivas porque no promovían el crecimiento industrial, de ahí la necesidad por hacer una reestructuración social que promoviera el desarrollo humano bajo una ley común, una ley universal, la de la demostración y predicción y que por supuesto privilegiaba a la administración de las cosas más que el gobierno de los hombres.
Si reparamos en esa observación saintsimoniana nos daremos cuenta que esta forma de pensar no estuvo muy lejos de la política mexicana del siglo XIX y en especial del gobierno de Porfirio Díaz, cuando la corriente positivista hizo acto de presencia y cuando se aseveraba que en México era más conveniente la administración que la política.
El modelo político de la nueva sociedad industrial de Saint-Simon, estaría basado en la industria y sobre todo en los industriales o productores o gente trabajadora, quienes ocuparían el primer lugar dentro del rango funcional. Ellos se encargarían de dirigir la fortuna pública, además de ser los sustitutos del gobierno de los hombres. A juicio de Saint-Simon, eran industriales los agricultores, herreros, carreteros, cerrajeros, fabricantes de calzado, etc., y eran zánganos o inútiles la nobleza, los militares, el clero y la gente no trabajadora. (Droz 340) Esta clase industrial sería finalmente la que asumiría el poder político y la que trabajaría por la prosperidad general, mientras que los sabios o los estudiosos asumirían el poder espiritual o el de la demostración.

...porque en una sociedad ilustrada la fuerza de las leyes y la de los militares para hacer obedecer la ley no deben ser empleadas mas que contra aquellos que pretendiesen trastornar la administración. (Saint-Simon  86)

Los siguientes niveles de acuerdo a las tres Cámaras políticas previstas eran: Cámara de invención, integrada por ingenieros, poetas, escritores y artistas encargados de los proyectos de trabajo anuales y las fiestas públicas; Cámara de examen, formada por los fisiólogos, físicos y matemáticos; Cámara de ejecución, integrada por los dirigentes de las empresas industriales, agrícolas y bancarias. Las clases inferiores estarían a disposición de los industriales. A lo cual, surge la pregunta, ¿fue bajo esta visión de la sociedad que Aldous Huxley se inspiró para escribir su novela, Mundo feliz, donde se describe una sociedad perfectamente planeada al grado de convertirse en una sociedad monótona e insensible?
Tal modelo de sociedad moderna elevaría a posiciones de autoridad a los expertos profesionales, en otras palabras a los que disponían de riqueza y que más adelante se identificarían como capitalistas. Saint-Simon previó una sociedad futura con clases, en la que supuso una estratificación social. Pero si algo es importante, es que Saint-Simon realizó sus teorías a partir del estudio de la historia de las civilizaciones, es decir de la observación de los diversos estados por los cuales habían pasado los hombres, las ciencias y las metodologías de éstas y en función de ello Saint-Simon pronosticó que lo conveniente para las sociedades era priorizar la industria. Para este hombre, la historia de las civilizaciones era la historia de la vida de la especie humana, situación que llegó a comparar con la fisiología de las civilizaciones en sus distintas edades. (Gurvitch  44)
Ahora, porque es relevante la visión saintsimoniana de la sociedad y de la historia, principalmente porque es precursor del capitalismo, del conocimiento positivista y de la cientificidad de las ciencias, será la inspiración de Carl Marx y de August Comte. Será también uno de los que precisen el estudio de las sociedades del siglo XIX a partir de una división de clases y uno de los que inicien el estudio de las sociedades en acción, esto es, la sociología.
Para Saint-Simon, el industrialismo sería causa de la armonía entre las clases bajo la concepción general del bien social. En esa sociedad, todos los hombres ocuparían una posición en la clase productora y en esa sociedad a su vez no cabría la miseria, la desocupación, ni la violencia, así lo demostró en el Catecismo político de los industriales (1823-1824).

...y cuando se obtenga este resultado, la tranquilidad quedará completamente asegurada, la prosperidad pública avanzar con toda la rapidez posible, y la sociedad disfrutar de toda la felicidad individual y colectiva a la que la naturaleza humana pueda aspirar. (Gurvitch  84)

Saint-Simon se proclamó ateo y materialista, razón para no involucrar en las ciencias físicas y en la ciencia de la producción o verdadera política, la idea de Dios. Esa política resultaría sagrada y se inculcaría en los hombres desde su infancia como un nuevo cristianismo. La nueva religión o nueva ciencia elaborada por el Conde, se encargaría de dirigir a la sociedad hacia un objetivo: mejorar la situación de los más desprovistos, organizar a la sociedad, asegurar el trabajo y desarrollar la inteligencia. Bajo tales fundamentos creó su obra El nuevo cristianismo (1824), donde sostuvo como único principio básico del cristianismo, la hermandad entre los hombres.
En esta nueva religión los hombres serían guiados por los pensadores más sabios de la sociedad, los científicos y los artistas y no por teólogos. Ellos se encargarían de formular y difundir las creencias importantes y de aprovechar los avances científicos e industriales en beneficio de la sociedad moderna. El nuevo cristianismo saintsimoniano, tomaba en cuenta tres grandes aspectos de la actividad social: en primer término la religión o la moral (la política), en segundo la teología o la ciencia (los avances en el saber humano) y en tercero el culto o la industria (rectora de la sociedad por su capacidad de acción). (Droz  348)
Quedaba establecido entonces que el modelo social del Conde de Saint-Simon se basaba en los progresos industriales porque sólo a través del trabajo productivo se accedería a la felicidad común. Por otra parte, los avances en el saber humano o los avances científicos servirían de mejora en la calidad de vida de todos los hombres. El pasado, dentro de la organización social quedaría como experiencia; el presente, de aplicación de los conocimientos adquiridos, de transición y el futuro serviría a las generaciones industriales posteriores de mejora en la administración de la riqueza pública. De esta forma parecía que para Saint-Simon lo único que contaría en las sociedades futuras sería aquello que aprobara las leyes del comportamiento humano basado en modelos industriales y a su vez, aquello de lo cual se estuviera absolutamente seguro acontecería.
Ahora, puede verse que si algo fallaba dentro del modelo propuesto por el Conde es seguro que no se incluiría como un comportamiento científico. Es decir, el conocimiento de lo humano se explicaría a partir de leyes científicas y sólo a través de ellas se progresaría en las civilizaciones futuras. Sin embargo, ¿qué pasaría con esa clase de hombres o de ociosos que se dedicaban a legislar y a predicar las religiones?, ¿en dónde tendrían cabida? Y, ¿en esa nueva sociedad no se formaría acaso una lucha entre dominados y dominadores?
Años después de su muerte en 1825, los seguidores de Saint-Simon retomaron sus ideas y formaron la Escuela de Saint-Simon o saintsimoniana, vieron en el Nuevo Cristianismo el testamento de su maestro. El saintimonismo fue presentado como una filosofía, una ciencia y una nueva religión, cuya misión era unir al mundo mediante el trabajo; deber y función de cada hombre. Tras convertirse la Escuela en Iglesia, sus tres seguidores: Olinde Rodriguez (1796-1864), Saint-Amand Bazard (1791-1832) y Prosper Enfatin (1796-1864), intentaron llevar a cabo el modelo social, pero ésta no prosperó.
Aunque en este trabajo únicamente se hace mención del saintsimonismo, es necesario aclarar que los integrantes de estas sectas atacaron “la propiedad (la herencia), de defender el amor libre (rechazan el matrimonio cristiano y algunos de ellos eran partidarios de uniones que terminasen a voluntad) y de ser conspiradores políticos inclinados a derrocar el gobierno”. (Cole 61) Problemas que estuvieron presentes a lo largo del siglo XIX no solamente en Europa sino también en otros países como México.

Para concluir

Saint-Simon nunca propuso un anarquismo, fascismo, comunismo, ni socialismo. Su obra no es considerada una ciencia sociológica o política. El Conde de Saint-Simon propuso un modelo y unas leyes, pero no realizó un análisis científico y una investigación empírica debido a que no podía practicar y experimentar aquel modelo de sociedad todavía no formado. Lo que guarda mayor importancia es que proyectó un modelo político de sociedad futura y que tras de él se formularon una serie de ideologías y teorías propuestas por otros pensadores que retomaron ideas del sistema saintsimoniano, al igual que Saint-Simon retomó de otros.
Fue del interés de Saint-Simon la aplicación de sus conocimientos a determinadas ciencias como la fisiología, para la organización de la sociedad. Y así como esta ciencia se dedica al estudio de las funciones de cada uno de los órganos de los seres vivos, así también se pretendía estudiar cada parte de la sociedad. El propósito de Saint-Simon fue desarrollar una ciencia de la humanidad mediante el análisis de la relación de la sociedad y el sistema industrial, pretendió además comprender su realidad moderna y futura transformada bajo este sistema.
Para interpretar la obra en general de Saint-Simon es necesario conocer el momento histórico en el que fue escrita. El siglo XIX fue una época orgánica, de transición, de cambios. Y necesario fue en Saint-Simon moldear ese período bajo condiciones científicas, pero sobre la experiencia anterior. El desarrollo de la sociedad durante el siglo XIX, debió marchar a la par de los descubrimientos científicos, de ahí que mejorar la calidad de vida de los hombres, expandir el intelecto y buscar siempre la felicidad común a través del buen funcionamiento de la sociedad, fue una de las premisas de Saint-Simon.


 MODELO POLÍTICO DE LA NUEVA
SOCIEDAD INDUSTRIAL DE SAINT-SIMON

INDUSTRIALES
--------------
Rectores de la sociedad, por su capacidad de acción
y sustitutos del gobierno de los hombres


Cámara de invención
---------------------
Ingenieros  -  Poetas  -  Escritores  -  Artistas
encargados de los proyectos anuales de los grandes
trabajos y las grandes fiestas públicas


Cámara de examen
-------------------
Fisiólogos  -  Físicos  -  Matemáticos
encargados del desarrollo científico y saber humano


Cámara de ejecución
----------------------
Dirigentes de empresas industriales, agrícolas y bancarias
encargados de asegurar los planes aprobados
por las otras dos Cámaras


Clases inferiores
--------------------
Proletariados
trabajan a disposición de los industriales


Clase no productiva, los parásitos
------------------------------------
Militares  -  Juristas  -  Propietarios Privados  -  Nobleza

     Esta organización social estaría sometida a:
a) La ley común o ley universal de épocas críticas y épocas orgánicas.
b) La nueva religión que tendría por objeto formular y difundir creencias importantes para una sociedad capaz de aprovechar las fuerzas de la ciencia y la industria.


Bibliografía

Bury, John L. La idea de progreso, Madrid, Alianza Editorial, 1971 (1ª ed.1932).

Cole, G.D.H. Historia del pensamiento socialista. Los precursores 1789-1850. México, Fondo de Cultura Económica, 1975, pp.44-68.

Droz, Jacques (Dir.). Historia general del socialismo. Vol. 1, De los orígenes a 1875, Barcelona, Ediciones Destino, 1976, pp.337-350.

The New Encyclopaedia Britannica v.10, U.S.A., Encyclopaedia Britannica, 1994.

Enciclopedia Hispánica, Estados Unidos de América, Encyclopaedia Británica Publishers, 1995.

Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana T. LII, Bilbao, Espasa-Calpe.

Ferrater Mora, José. Diccionario de filosofía T. 4, España, Alianza Editorial, 1981.

Gurvitch Georges. Los fundadores franceses de la sociología contemporánea: Saint-Simon y
Proudhon, Argentina, Nueva Visión, 1970.

Hurtado Bautista, Mariano Prólogo, en, Saint-Simon, Catecismo político de los industriales,
             Traducción de Luis David de los Arcos, Argentina, Ed. Aguilar, 1964.

Ilya Prigogine e Isabelle Stenger. “El proyecto de la Ciencia Moderna”. La nueva alianza.
             Metamorfosis de la ciencia, España, Alianza Editorial, 1993, pp. 30-59.

Ionescu, Ghita. El pensamiento político de Saint-Simon, México, Fondo de Cultura Económica, 983.

Miller, David (Dir.). Enciclopedia del pensamiento político, Versión española de Ma. Teresa 
Casado Rodríguez, España, Alianza Editorial.

Saint-Simon. Catecismo político de los industriales, Prólogo de Mariano Hurtado Bautista,
             Traducción de Luis David de los Arcos, Argentina, Ed. Aguilar, 1964.

The New Encyclopaedia Britannica, V.10, U.S.A., Encyclopaedia Britannica, 1994, pp.334-335.

viernes, 5 de octubre de 2012

Un paseo por el siglo XIX en México (1822-1864). Entre monarquía y república


Alejandra López Camacho

Previa a la instalación del Primer Imperio en el año de 1822 una vez consumada la independencia de lo que hoy llamamos México,[1] el país contaba con todas las bases para mantener un sistema de gobierno monárquico. De acuerdo con la tradición política, aquel sistema resultaba la posibilidad más viable y, a decir de Edmundo O’Gorman la monarquía era “...la natural consecuencia del rompimiento con España, como lo patentiza el hecho de que no hubo necesidad de justificar la adopción de ese sistema...”[2]
Coronación de Agustín de Iturbide
Agustín de Iturbide, quien había sido propuesto como monarca, y además electo por aclamación, encabezó por algún tiempo una de las varias gamas monarquistas que existieron en México a principios de siglo XIX y aprovechó el ambiente de exaltación que le rodeaba para declararse emperador. Sin embargo, esa primera administración duró el tiempo necesario para revelar un grave problema, la persona encargada de  ocupar el trono no podía reducirse a la autodesignación. Salió a relucir la dificultad de la legitimidad dinástica y el rango real,[3] y, aunque este primer intento de gobierno estaba programado para ser una monarquía constitucional[4] y no absoluta,[5] persistió “...la falta de respeto que sentían (los integrantes del Congreso Constituyente de 1822) hacia un hombre que sin mayor rango social del que podía tener cualquiera de ellos, había sido tan repentina y arbitrariamente improvisado en persona sagrada e inviolable”.[6] Fue a partir de entonces que algunos monarquistas planearían la venida de un príncipe extranjero en aras de ocupar el trono de México y ofrecer protección a sus intereses económicos, políticos y culturales.
Bandera del Imperio de Agustín de Iturbide
Aquel fracaso monárquico permitiría en el ambiente político, la exaltación de un grupo político que hasta entonces había permanecido a la sombra, el republicano. Esta facción intentaría adaptar en México por primera vez un nuevo régimen de gobierno, moderno y democrático, la República Federal (1824), cuyo ejemplo exitoso eran los Estados Unidos. Los republicanos asumieron que ese sistema atendería una necesidad primordial del país, la gran diversidad de intereses regionales y el federalismo otorgaría la libertad legislativa necesaria para cada territorio.[7]
Sin embargo, no debemos pasar por alto que las diputaciones provinciales institucionalizadas en México a través de la Constitución de Cádiz de 1812, según Nettie Lee Benson, fueron parte importante del movimiento independentista de Iturbide y más tarde del establecimiento del sistema republicano federal. A juicio de Benson, la génesis del federalismo mexicano puede rastrearse directamente desde  la Constitución de Cádiz.[8] 

Ese primer ensayo republicano federal, cuyo modelo exitoso era la república del vecino país del norte, representaba la transformación de la sociedad mexicana en la que prevalecían tres siglos de dominación monárquica española. Y, asegura O’Gorman, “...la Constitución de 1824 tenía ante sí un largo y penoso proceso de lucha contra, precisamente las tendencias tradicionalistas y monárquicas que en grado muy considerable prevalecían en aquella época y durante las cuatro décadas siguientes”.[9] Vino entonces el segundo fracaso para el sistema de gobierno mexicano después de siete años de estar en marcha la república federal.
Litografía de Mortiz Rugrendas, Personajes del siglo XIX
Los fracasos monarquista y republicano federal como formas de gobierno para México fueron resultado, en el primer caso, de la ilegitimidad dinástica de aquel que habría representado a ese primer imperio mexicano, esto es, de Iturbide. Mientras que en el segundo de la transformación republicana que se pretendía realizar en la sociedad mexicana. Fue así que, debido a las desavenencias ocurridas durante la primera República Federal y el sistema monárquico iturbidista, en el año de 1836 se implantaría otro medianamente nuevo sistema de gobierno consagrado en la Constitución de las Siete Leyes, la primera República Central; fruto de los liberales moderados.[10]  Así los centralistas intentarían poner fin a las soberanías locales, aunque no a la particularidad de cada provincia.
La peculiaridad de aquel sistema, sería dotar a la República con características de una monarquía constitucional y al presidente de soberano. Cesaban las legislaturas de los Estados, se establecían Juntas Departamentales y los gobernadores quedaban sujetos al Ejecutivo.[11] A juicio de O’Gorman, la República Central sería un paso, en términos moderados, hacia la monarquía.[12] Y era así básicamente porque los grupos políticos que sostenían aquel sistema, era la gente que deseaba la centralización del poder en sus manos. Esta era la futura gente capitalista y empresaria que velaba por sus intereses económicos y que más tarde pediría la reinstalación de una monarquía en México. Tal fue el caso de Lucas Alamán y del liberal moderado, José María Gutiérrez de Estrada. Michel P. Costeloe afirma que “tanto liberales moderados y conservadores, convenían en la necesidad de una mayor centralización del poder para que el gobierno nacional pudiera imponer su autoridad y mantener el control en las regiones.”[13]
Así no obstante, la situación política de la República Central se complicó cuando Texas se constituyó en República independiente de México el 2 de marzo de 1836.[14]  Amén que durante gran parte del decenio que duró el centralismo, Yucatán fue virtualmente independiente, asegura Costeloe.[15] Estos hechos, provocaron el desmembramiento del territorio mexicano (ver mapa 2 del anexo 1) y sembraron el germen de una lucha entre quienes enarbolaban ideas republicanas federalistas, republicanas centralistas y monarquistas.
Con la pérdida de Texas, salió a relucir una grave dificultad: no existía un control político-económico-social del vasto territorio de México. Sea con la monarquía o sea con las repúblicas federal y central, la inestabilidad política en el sistema de gobierno mexicano continuaba y es que, los distintos territorios de México no acababan por integrarse, además de identificarse, con los gobiernos y entidades mexicanas.
Los Estados Unidos aprovecharon esta situación y con su teoría expansionista, coordinada quisquillosamente desde Washington, pronto se apoderaron de Texas, lugar habitado principalmente por estadounidenses y no por mexicanos. El vecino país intentó además apoderarse de la California y Nuevo México, con pretextos de ofrecer la libertad a los hombres que habitaban esas tierras y huían de los gobiernos tiránicos.[16]  Aquel país, apareció entonces como el protector de los estados fronterizos y promotor de las ideas republicanas federales.
El federalismo, puesto en marcha nuevamente en México en el año de 1846 otorgó autonomía a los estados, pero, a consecuencia de la constantes fracasos políticos se produjo una fase separatista y cada estado, percibido asimismo como nación independiente, luchó por el resguardo de su territorio. Cabe la pregunta, ¿por qué a los Estados Unidos les interesaba que México continuara con un régimen republicano federal?  Sobre esto podría considerarse que debido a que el Estado mexicano se encontraba en vías de su construcción política, el sistema federal implicaba, aunque bien pudiera parecer la unidad, la desunión de los estados que no acababan por identificarse con un gobierno vulnerable jurídicamente, esta situación resultaba benéfica para quien ofrecía seguridad y esperaba apoderarse de México.
Mapa del territorio mexicano 1847
La ambición estadounidense no cesó y con pretextos de una guerra absurda, aprovecharon la debilidad del gobierno de México, de no tener un buen ejército, armas y dinero, para hacerse de la Alta California, Arizona y Nuevo México. Así, para el año de 1848, los Estados Unidos se quedaron con más de la mitad del territorio mexicano (2, 400,000 km2).[17] 
Aquella pérdida sacudiría a todos los grupos políticos. Sin embargo, lo interesante de esta situación sería el beneficio que algunos monarquistas obtuvieron de este hecho, tal fue el caso de José María Gutiérrez de Estrada, José Manuel Hidalgo y el padre Francisco Javier Miranda (1816-1864). Estos personajes se encargarían a partir de aquella pérdida, de promover con mayor coraje sus ideas monarquistas e iniciaron una campaña enérgica contra el régimen republicano, sea federal, sea central.
Ante la apetencia estadounidense por México, algunos monarquistas encabezados por Lucas Alamán dieron a conocer en el periódico El Tiempo el 12 de febrero de 1846, las principales ideas de quienes ya se denominaron conservadores.[18]  Básicamente esta asociación aspiraba a formar un partido fuerte que hiciera contrapeso a la facción republicana y al predominio de ideas federalistas del vecino país del norte. Para este grupo, el amago desintegrador no era producto de la casualidad, sino consecuencia del peligroso sistema republicano federal, por cuya causa se había perdido más de la mitad del territorio nacional. De lo anterior se deduce que tanto republicanos como monarquistas deseaban un ejecutivo fuerte capaz de apaciguar las aguas.
Con la problemática situación política mexicana, Lucas Alamán y Miguel Lerdo de Tejada (1812-1861) escribieron a Santa Anna sendas cartas, tras ser electo presidente por el término de un año según el Plan Arroyo Zarco (20 de octubre de 1852).[19] El primero quería acabar con el federalismo, conservar la religión católica, establecer una nueva división territorial que borrara la forma de estados y fortalecer las escuelas de Artes y Oficios. El segundo pidió continuar con el sistema federal, la formación de un buen ejército, instrucción para el pueblo y corregir los abusos del clero.[20]
Cabe resaltar que ambas facciones pidieron la inmigración europea, sin embargo, Alamán exigía además la asiática para el cultivo de productos tropicales. Pero acaso ¿no en Asia se practicaban otros cultos? y ¿no acaso los conservadores deseaban la preservación de la religión católica? Volvió a salir otro problema, la situación de la Iglesia en el nuevo Estado nacional.
Desde la independencia de México y aún antes, el clero como representante de la Iglesia era uno de los poderes legitimados en el gobierno. Además de esto, el clero también gozaba de inmunidad, así como del aprecio y respeto de la mayoría de los mexicanos, pues, eran ellos quienes encarnaban la idea de la divinidad. Hasta entonces, su figura dentro del gobierno y la sociedad se consideraba necesaria. El mismo clero creía que sin su presencia los hombres no podían gobernarse, ni ser felices.[21]
Litografía de Decaen
De esa manera, el clero había adquirido amplios derechos dentro de la esfera política, social y económica. Al paso de los años aquel se transformó en una importante fuerza político-económica. Si bien la inmunidad concedida a los representantes de la Iglesia por los monarcas españoles los dignificaba por ser uno de los brazos de la monarquía española, también les permitía fungir con cargos públicos y adquirir bienes materiales. Pero cuando las ideas liberales reformistas se apoderaron del ambiente político mexicano, se planteó la necesidad de separar los poderes del Estado y de la Iglesia, así como la idea de tolerancia de cultos y la desamortización de los bienes del clero, sin que esto condujera al cese del catolicismo.
De hecho, ya desde 1833 el partido progresista encabezado por José María Luis Mora (1794-1850) había pretendido el sometimiento de la Iglesia dentro del Estado mexicano, sólo que como entonces existían ciertas prácticas coloniales que se mezclaban con asuntos civiles y eclesiásticos, se intentó que el Estado nacional ejerciera el Patronato y con esto “...convertir a los eclesiásticos en funcionarios públicos y a la Iglesia en un órgano del Estado”.[22]
 Para la segunda mitad del siglo XIX y hasta la década de los sesentas con el establecimiento del Segundo Imperio Mexicano, la situación para el clero fue más crítica. Para entonces se justificó jurídicamente la separación de poderes Iglesia-Estado. El sistema monárquico se presentó bajo una contradicción política, con una doctrina liberal encaminada a la construcción de un Estado moderno donde el monarca no se subordinaría al poder de la Iglesia y con ejercicio de la soberanía nacional, según lo dejó ver Maximiliano (1832-1867) con los Notables al exigir una prueba de ser aclamado por los mexicanos.
Sin embargo, la Iglesia negaba el principio de soberanía nacional, principalmente porque le restaba privilegios al subordinarse a otra potestad.[23] De acuerdo a las políticas liberales reformistas y maximilianistas, el Estado y no la Iglesia debía fijar las reglas políticas, económicas y sociales. Por otro lado, la idea de tolerancia de cultos implicaba la apertura al capitalismo previsto por la doctrina liberal, era la posibilidad de enriquecer al país. Esa idea fue tomada por el clero y los monarquistas conservadores, como un ataque a las tradiciones y a la religiosidad de los mexicanos.
La idea de tolerancia manifestada en ley desde el 4 de diciembre de 1860 y reafirmada por Maximiliano, puso en peligro las condiciones favorables del clero y los monarquistas conservadores. Queda claro entonces que se trataba de una lucha anticlerical, no antirreligiosa.
El 20 de abril de 1853, Santa Anna asumió el poder y con apoyo de Alamán se publicaron las Bases para la administración de la República.[24] En ese documento, el grupo monarquista sembraba las bases para establecer un poder que frenaba al federal.  Entonces Santa Anna estableció un gobierno dictatorial investido de monarquía, al grado de nombrarse Alteza Serenísima. Pretendió ser soberano de una nación que había rechazado en 1822 a un nacional como monarca y al mismo tiempo buscar ayuda de un ejército europeo para su protección, es decir, una monarquía nacional con intervención armada.
Antonio López de Santa Anna
La nueva mutilación del territorio nacional en 1853 y la situación de disgusto creada por su Alteza Serenísima, influyeron en el estallamiento de la Revolución de Ayutla. Básicamente la revolución se impuso contra el gobierno de Santa Anna, por haber infringido las instituciones liberales republicanas. Pronto la presión política hizo que Santa Anna renunciara al poder en el año de 1855. Ahora tocaba a sus opositores mediante el Plan de Ayutla (1 de marzo de 1854) luchar para restablecer el régimen republicano, fuera bajo sistema federal o central.[25]
Ya desde 1851 un monarquista francés cuya doctrina política se dijo liberal, inauguró un sistema monárquico constitucional que sin el derecho divino, se proclamó por soberanía popular, Emperador de Francia. “Napoleón III, renunciando a la teoría del origen divino del Imperio, como aconsejaban los sucesivos desastres de la monarquía, se limitó a sustituir la vieja concepción por otra que presentaba al emperador como la encarnación de la soberanía popular”.[26] Luis Napoleón (1808-1873), sobrino de Napoleón el Grande, quebró su juramento a la República francesa y sin tener más rango real que el de su tío, rompió con el concepto del poder absoluto por el de soberanía popular.
México, el país que no funcionaba como República y que España le había acostumbrado a funcionar bajo un virreinato, fue uno de los objetivos de Napoleón III. Y ante los disturbios políticos en que se encontraba el país, el Emperador francés “creyendo que el legado de su tío estaba en continuar las conquistas territoriales (...) mandó sus soldados a México. Todo esto mientras engrandecía y embellecía a París y conspiraba contra las libertades públicas; conspiraba también contra la soberanía mexicana”.[27] Esta fue la postura de un monarquista que desde el viejo continente, planeó la intervención francesa y la creación de una monarquía favorable a sus intereses y al pujante liberalismo económico europeo, pero también contra el expansionismo norteamericano.
En México mientras tanto, los grupos políticos liberales, admitían como primera necesidad un régimen de gobierno estable y con un orden interior que abriera el camino al capitalismo. Una vez electo Juan Álvarez (1790-1867) como presidente en el año de 1855, tuvo lugar el dilema entre las distintas facciones. Aquellas divergencias dieron por resultado las leyes que fueron bandera de la Reforma, pero también objeto de censura de algunos miembros del clero y del grupo monarquista conservador.[28]
Reunido el Congreso Constituyente a principios de 1856,[29] el alegato giró en torno a dos cuestiones: primera, la elaboración de una nueva legislación y segunda, la restauración de la Constitución de 1824. En otras palabras, entre tintes de ideas avanzadas y drásticas cuyo primordial interés era la transformación de la sociedad y gamas tonales inclinadas a frenar una reforma trascendente y orientada a los cambios paulatinos.
Algunos partidarios de ideas avanzadas, como Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), Guillermo Prieto (1818-1897) y Ponciano Arriaga (1811-1863)[30] y a diferencia de los tonos moderados como Ignacio Comonfort (1812-1863) y José María Lafragua (1813-1875), querían realizar cambios en la legislación e implantar leyes que colaboraran al progreso económico, político y cultural de la República. Y es que sin duda alguna, de aquellas sesiones como lo fueron las Leyes de Reforma y la nueva Constitución de 1857, resultaron medidas drásticas que a pesar de estar diseñadas para el progreso del país, fueron también el detonante del periodo conocido como la Guerra de Tres años.
Benito Juárez
Aquella legislación era arbitraria. Lo era porque tocaba un punto vulnerable de México: una sociedad que no acababa de sobreponerse a la transformación de sus tradiciones. Tradiciones en las cuales no encajaban esas leyes fabricadas por liberales cuya doctrina política estaba pensada para el porvenir y no para su realidad socioeconómica presente. Vino así el desconocimiento de esa legislación por parte de Félix Zuloaga (1813-1898), quien representaba una parte de la facción conservadora y quien además fue nombrado Presidente de la Republica, una vez que Comonfort abandonó el país.[31] Al mismo tiempo, la renuncia del último representó la toma de posesión de Benito Juárez (1806-1872) como Presidente interino, quien hasta ese momento había ocupado el cargo de Vicepresidente de la República.  Esto ocasionó una dualidad de poderes en el país.
Una vez Juárez en el poder, reivindicó la Constitución y las Leyes de Reforma y abandonó la capital, debido a que la facción conservadora representada por Zuloaga se había adueñado de aquel sitio. Juárez entonces instaló su gobierno en Guanajuato primero y al año siguiente en Veracruz.[32] Y, así, con la dualidad de poder, tuvo lugar la pugna entre facciones. En el fondo el asunto giraba en torno a dos problemas centrales: la transformación violenta del modo de vida de la sociedad mexicana y  la conservación de las tradiciones, hábitos y modos de vida, así como la creencia de que ésta progresaría mediante las relaciones monárquicas. La Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma atacaban principalmente las costumbres, así lo consideró el clero y los monarquistas conservadores. Para éstos, aquella legislación fue una violación a la práctica de sus creencias y el clero que a lo largo del siglo XIX había sido partícipe de la política de México, se encontró cada vez más impotente frente a la Reforma.[33]
Miguel Miramón
Bajo este contexto, otro grupo político “...que no estaba ni con Juárez ni con Zuloaga”,[34] se pronunció contra el gobierno establecido. El general Miguel Miramón (1832-1867), cabeza de aquel grupo, asumió la Presidencia de la República desde el 2 de febrero de 1859. Este gobierno fue desconocido por Juárez y un año y medio después fue derrotado.  Una vez victoriosos los republicanos juaristas se instalaron en el país los postulados liberales. Sin embargo, cuando Juárez entró a la capital el 11 de enero de 1861, se encontró con una economía en bancarrota y con una sociedad que no encajaba dentro de la legislación reformista.
Emperador Maximiliano 
Con todo, el dominio de los liberales republicanos en México durante esta época y hasta el Segundo Imperio, sería precario o constantemente amenazado por los monarquistas que deseaban la continuación del antiguo régimen imperial. Ambas matizaciones políticas, que a su vez abarcaban otras, perseguirían tres cosas: la entrada del capitalismo en México, la conservación de sus intereses y, finalmente, el orden interior, el problema fue que no existió acuerdo en sus propuestas políticas como tampoco en relación a la forma de gobierno para México.




[1] México, como nación independiente, según opinión de O’Gorman, emergió de la Nueva España y ha pasado por tres entidades históricas distintas y al mismo tiempo vinculadas: el Imperio Mexica, el virreinato de la Nueva España y la nación mexicana. Es necesaria esta aclaración afirma el autor, porque en la historia de las ideas políticas de México existen dos tesis paralelas y opuestas: primera, que el México actual no es sino el mismo que encontraron los españoles en 1492; segunda, que el México actual es la Nueva España que ha llegado a su madurez y mayoría de edad. Sin embargo, la actual República de México no es el Imperio de Moctezuma, ni el Virreinato de la Nueva España, sino un ente distinto que surgió de ese virreinato y éste a su vez de aquel imperio, en O’Gorman, Edmundo.  La supervivencia política novo-hispana. Reflexiones sobre el monarquismo mexicano, Fundación Cultural CONDUMEX, Centro de Estudios de Historia de México, México, 1969, pp.7-9.
[2]  Ibidem, p.16.
[3] Lucio Levi asegura que la legitimidad hacia un gobierno, hacia ese conjunto de funciones en que se concreta el ejercicio del poder político, resulta cuando una parte relevante de la población asegura la obediencia hacia ese gobierno, sin necesidad de recurrir a la fuerza y también, cuando ese mismo gobierno se haya formado en conformidad con las normas del régimen y ejerza el poder de acuerdo con esas normas, de tal forma que exista respeto hacia los valores de la vida política. Sin embargo, dice O'Gorman, el imperio de Iturbide mostró un grave problema, y fue, la carencia del prestigio personal que requiere un rey y sobre todo la legitimidad dinástica que es el natural fundamento de esa investidura, en LEVI, Lucio, “Legitimidad”, en N. Bobbio y N. Matteuci, op.cit., t.2,  pp.892-897 y E. O'Gorman, op.cit., pp.15-17.
[4] Según opinión de Paolo Colliva, la constitucionalización de la monarquía se inició en Inglaterra, luego en Francia y más tarde por doquier en el siglo XIX, este sistema representó el predominio de la ideología de la burguesía victoriosa, que salvó lo que quedaba del antiguo régimen monárquico y lo insertó en un sistema donde los brazos del poder habían pasado a otras manos.  Con el sistema constitucional, el poder siguió siendo divino, sin embargo, la monarquía ya no fue una institución por encima del Estado sino un organismo más de éste.  A través de la monarquía constitucional, el rey se convirtió en un simple representante de la personalidad del estado y adquirió una función certificatoria y ratificatoria de las decisiones tomadas por su gabinete de gobierno, en COLLIVA, Paolo, “Monarquía”, en N. Bobbio y N. Matteuci, op.cit., t. 1, p.1054.
[5] A diferencia de la monarquía constitucional, en el sistema absolutista, el poder se centraba en una sola persona, el monarca. Generalmente, estaba constituido sobre una base hereditaria y su poder era atribuido a través del representante de Dios en la tierra, el Papa, esto es, por Dios y no por soberanía popular. El monarca era superior a todos, pero protegía al clero, a la nobleza y a la burguesía, quienes encontraban en la monarquía absoluta la garantía y conservación de su posición, en Ibid.,  t. 1, pp. 1049-1054.
[6]  E. O'Gorman, op.cit., p. 17.
[7]  Ibid., p.21.
[8]  BENSON, Nettie Lee. La diputación provincial y el federalismo mexicano, México, El Colegio de México-Universidad Nacional Autónoma de México,  1994, pp.19-32.
[9]  Ibid., p.24
[10]  Ibid., p.25.
[11]  O’Gorman, Edmundo. Historia de las divisiones territoriales de México, México, Ed. Porrúa, 1994, p.73.
[12]  E. O’Gorman. La supervivencia política, op.cit., p.27.
[13] Costeloe, Michael P. La República central en México, 1835-1846. “Hombres de bien” en la época de Santa Anna, México, Fondo de Cultura económica, 2000, p. 71
[14] Vázquez Josefina Zoraida, “Los primeros tropiezos”, Historia general de México, t.2, México, el Colegio de México, 1996, p.809.
[15]  M. Costeloe, op.cit., p.377.
[16] J.Z. Vázquez, op.cit., p.810.
[17] La nueva división territorial de México quedó establecida en el Tratado de Guadalupe firmado entre México y los Estados Unidos el 2 de febrero de 1848, en Ibid., p.818.
[18] Alamán, Lucas, “Profesión de fe de los conservadores”,en L. González y  González, op.cit.,  pp.129-130.
[19]  J.Z. Vázquez, op.cit., p.810.
[20] González Navarro, Moisés. Anatomía del poder en México (1848-1853), México, El Colegio de México, 1977, pp.362-373.
[21] Abad y Queipo, Manuel,  “Representación sobre la inmunidad”, Mora José María Luis, Obras completas. Obra política T. III, México, SEP-Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, p.18.
[22] Galeana de Valadés Patricia. Las relaciones Iglesia-Estado durante el Segundo Imperio, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1991, p. 17.
[23] Ibidem,  p.2.
[24]   E. O'Gorman. La supervivencia política, op.cit., p.45.
[25] J.Z. Vázquez, op.cit., pp.829-831.
[26]  Pirenne, Jacques. “Triunfo del libre cambio y expansión y crisis del liberalismo en los países atlánticos”, Historia Universal t. VI, Estados Unidos, Grolier International, 1973, p.64.
[27] Valadés, José C., Maximiliano y Carlota en México. Historia del Segundo Imperio, México, Ed. Diana, 1993, p.76.
[28] La primera ley fue, la Ley de administración de Justicia y Orgánica de los Tribunales de la Nación del Distrito y Territorios o Ley Juárez, del 23 de noviembre de 1855, elaborada por Benito Juárez (1806-1872), ministro de Justicia durante el gobierno de Álvarez.  Una vez Ignacio Comonfort en la presidencia (1855-1858), se expidieron: la Ley de desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas Propiedad de las Corporaciones Civiles y Religiosas o Ley Lerdo, realizada por Miguel Lerdo de Tejada (1812-1861), ministro de Hacienda, el 25 de junio de 1856; la Ley Orgánica del Registro del Estado Civil, el 27 de enero de 1857, que reguló el establecimiento y uso de los cementerios y la de Obvenciones Parroquiales o Ley Iglesias, del 11 de abril del mismo, elaborada por José María Iglesias (1823-1891), ministro de Justicia, en J. Z. Vázquez, op.cit., pp.832-833.
[29] El 18 de febrero de 1856, el Congreso Constituyente inauguró sus labores y de 155 diputados electos, sólo asistieron a las primeras sesiones unos 80 y esta cantidad fue disminuyendo conforme las sesiones avanzaron, parecía que entonces existía desconfianza  y tibieza entre los asistentes. Y es que, debido a sus cargas políticas, las nuevas leyes no combinaban del todo con su tendencia política, en RABASA, Emilio, La Constitución y la Dictadura, México, Ed. Porrúa, 1956, (1ª ed. 1912), p. 33.
[30]  E. O'Gorman. La supervivencia política, op.cit., p.52.
[31] El 11 de enero de 1858, Ignacio Comonfort entregó el mando de la presidencia a Benito Juárez, quien fue puesto en libertad ese mismo día, luego de ser hecho preso. Comonfort salió de Palacio con destino a Veracruz y el 7 de febrero se embarcó con dirección a los Estados Unidos, esto luego de apoyar el Plan de Tacubaya de Félix Zuloaga (17 diciembre 1857), en el cual se desconocía la Constitución de 1857, en Ibidem, pp.  841-842.
[32] Ibid., pp.254-255.
[33]  P. Galeana de Valadés, op.cit., p.3.
[34]  J. Z.,  Vázquez,  op.cit., p.844.