martes, 28 de junio de 2011

UN PASEO POR LA VIDA Y OBRA DE DIEGO RIVERA



(1886-1957)
Por Alejandra López Camacho

 Eran los años del arte impresionista, de aquel estilo de pintura que había surgido del realismo y del intento por captar la impresión momentánea de los reflejos de la luz sobre los objetos. Era la época en que se esfumaban los delicados detalles de la pintura tradicional y cuando el impresionismo levantaba polémicas en la vieja Europa. Eran, además, los días cuando existía indignación en la gente frente a un arte que resultaba grotesco en su afán por eliminar las particularidades e incluir pequeñas manchas de color sin contornos definidos.[1] Y mientras en los países europeos tenían lugar estos hechos culturales, en México, exactamente en la ciudad de Guanajuato, nacían los gemelos Diego María y Carlos María[2] Rivera un 8 de diciembre de 1886.


Dos años antes, cuando Porfirio Díaz ocupó la silla presidencial por segunda vez, se llevó a cabo la reforma a la Constitución de 1857 que concedía al presidente el poder de reelegirse indefinidamente. Si bien desde entonces el gobierno realizó grandes obras materiales como el tendido de líneas telegráficas, las vías férreas y la electrificación, fue también el periodo de aplastamiento de toda disidencia, unido a la rapaz labor de las compañías deslindadoras que despojaron a los pueblos de sus tierras comunales en beneficio de los hacendados y empresarios.[3]
            Cuenta la hermana de Diego, María del Pilar Rivera, que los gemelos nacieron en un día lluvioso y frío en una casita ubicada en la calle de Pocitos número 80 (hoy 78) propiedad de su padre, el profesor Diego de la Rivera y Acosta, quien entonces era Jefe Político de Guanajuato. Vivían en la casa, además de la madre, María del Pilar Barrientos Rodríguez, la hermana y tía de ésta, Cesárea Barrientos y Vicenta Rodríguez y de Valpuesta, dos sirvientas, el cochero y el encargado de los caballos.[4] Cuando los gemelos nacieron la madre no pudo amamantarlos debido a su grave estado de salud, por esa razón los hermanitos fueron criados por dos nodrizas indígenas: Bernarda y Antonia. En fin, Diego nació en el seno de una familia acomodada económicamente y al cuidado de una nodriza indígena, Antonia, situación que lo marcaría el resto de su vida. 

            Desde pequeño el ambiente ideológico y político que impregnó su hogar estuvo rodeado de las ideas liberales y demócratas de su padre, quien entre otras cosas, decidió quitarle a su apellido el “de la” por considerarlo de abolengo y distinto a sus ideas democráticas. El padre de Diego, además de ser vástago de criollos, gustó de la literatura  y el periodismo, oficio que le sirvió de bandera política para sus ideas de libertad e igualdad social. Por otra parte, la madre de Diego, igualmente hija de criollos, también se distinguió como maestra y más tarde, cuando murió el gemelo de Diego, se graduó en obstetricia. Si bien dentro del seno familiar coexistieron las creencias católicas de su madre y el ateismo de su padre, importa decir que predominó la influencia del padre sobre el hijo.[5]
            Los primeros años escolares de Diego transitaron en la ciudad de México, lugar donde la familia Rivera Barrientos fue a radicar en el año de 1893 a consecuencia del derrocamiento de la facción política que apoyaba el padre y de que las riñas entre partidos se habían acrecentado en Guanajuato. De este modo, su educación primaria la realizó en el Liceo Hispano-Mexicano Católico, dirigido por padres jesuitas y, más tarde, cuando contaba con diez años y después de terminar aquel ciclo escolar, ingresó a la escuela preparatoria y al mismo tiempo inició sus estudios nocturnos de dibujo, acuarela y pastel en la Academia de San Carlos. Ahí tendría como primeros maestros a Santiago Rebull, José María Velasco y a Félix Parra.[6] Salta a la vista el nombre de J. M. Velasco, quien entre otras cosas fue integrante del grupo de los “científicos” que colaboraron con el gobierno de Porfirio Díaz.
            Terminada la preparatoria y cursando el tercer año de pintura, su padre lo inscribió en el Colegio Militar; su deseo era tener un hijo cadete, no un pintor. Sin embargo, para Diego la enseñanza militar iba en contra de su vocación artística y pacifista, así que a las dos semanas de haber permanecido en la fortaleza de Chapultepec decidió salir definitivamente y buscar el apoyo de familiares, en especial el de su tío, don José Natividad Macías, cuñado de su padre y secretario de Instrucción Pública. Pronto la familia convenció al padre para que le permitiera ingresar a la Academia de San Carlos al turno diurno y regularizara sus estudios de pintura.[7]
            Tiempo después, en 1904, un compañero de la Academia que había regresado de Europa, Gerardo Murillo, mejor conocido como el Dr. Atl, decidió en compañía de Diego, separarse de las aulas de San Carlos debido a los problemas académicos que habían surgido con el director de origen catalán, Antonio Farías. El objetivo era que el ministro de Instrucción Pública, don Justo Sierra, retirara al mencionado director. Y mientras esto sucedía, Diego y el Dr. Atl instalaron una escuela provisional donde los maestros de la Academia pudieran dar clases hasta que las autoridades cumplieran con su solicitud. Cuando Farías fue removido Diego y sus compañeros montaron una exposición en la Academia. Resultado de esto fue el otorgamiento de una beca por sesenta pesos mensuales por la importancia de sus pinturas, entre las que destacan: Muchacha vendedora de frutas.[8]
En ese mismo año, el Dr. Atl y Diego discutieron la posibilidad de pintar murales en México como una forma de manifestar su inconformidad por la enseñanza de la Academia  y el poco estímulo recibido por los alumnos. Así, en 1906 se unieron al grupo de jóvenes literatos, Diego López y Alfonso Reyes, quienes habían formado la revista Savia Moderna[9] con la finalidad de ilustrar la publicación junto con Roberto Montenegro, Saturnino Herrán, Jesús Carrión y Francisco Zulueta. Esta revista introdujo el modernismo literario y fue, entre otras cosas, el punto de partida para la fundación del Ateneo de la Juventud, grupo que logró la formación cultural y política de varios de los precursores de la Revolución de 1910.[10]



Por aquel entonces Diego también conoció a José Guadalupe Posada, quien influyó definitivamente en su obra y de quien aprendería a convivir con la gente que frecuentaba los mercados, las pulquerías y las calles. Luego de su estancia por cuatro años (1907-1910) en Europa con motivo de la beca otorgada por Teodoro Dehesa, gobernador de Veracruz,  Diego se encontró con la inestabilidad política de México. Sabía que la última reelección había aumentado el descontento popular y que no todos eran admitidos en los cargos del gobierno. No obstante, el 20 de noviembre expuso las pinturas que había realizado en Europa en los salones de la Academia de San Carlos. Y mientras la señora Carmen Romero Rubio de Díaz inauguraba la exposición, en Puebla los hermanos Serdán eran atacados en el local del club Antirreeleccionista.[11]
Debido al éxito de la exposición y a las buenas ventas de las pinturas como las adquiridas por doña Carmelita, El picador y La barca de Pedro, entre otras,  pudo regresar a Europa, no sin antes comprometerse ideológicamente con su maestro Félix Parra en la política revolucionaria y en las perspectivas nacionalistas. Sin embargo, para Diego, “sus amigos los asilados rusos eran quienes preparaban el cambio hacia la nueva sociedad”.[12] Pronto reconoció que en Europa debía continuar su aprendizaje como pintor. El viejo continente le permitiría desarrollar su propio estilo, entre el cubismo y el neorrealismo y al mismo tiempo crear su propia escuela de pintura mexicana. Ya en París se incorporó al grupo de pintores de izquierda, y de sus relaciones con los rusos y con Lenin emergió una ideología que fue una mezcla del pensamiento revolucionario mexicano, del marxismo y del anarquismo.
De 1911 a 1921 permaneció en Europa y al mediar el año 1911 se casó con la pintora Angelina Beloff en matrimonio morganático: ella pertenecía a la Iglesia ortodoxa y Diego era ateo. Entre idas y venidas a Madrid, París, Barcelona y Toledo, desarrolló su propio cubismo extraído de la conjunción Serurat-Cézanne, El Greco y Picasso. Entonces dominó en su pintura la influencia del Greco, muestra de ello es el retrato realizado a su amigo Ángel Zárraga. Ya en Madrid se encontró con un amigo y compatriota, Alfonso Reyes, quien además de brindarle ayuda en sus penurias económicas se convirtió en su consejero. Los años de 1912 y 1913 fueron de formación y cambio, Diego tenía gran interés por México y por la lucha revolucionaria, no obstante, a juicio de Martín Luis Guzmán,[13] en ese tiempo pintaba como un hombre enraizado en la burguesía, sin conflictos ideológicos y unido aun al clasicismo y a las tradiciones religiosas. Muestra de lo anterior es La adoración de la Virgen con el Niño (1912), primera pintura cubista que refleja la influencia de Cézanne y El Greco.
La Primera Guerra Mundial y la Revolución Mexicana provocaron que Diego Rivera incorporara el arte a la política y lo pusiera al servicio del pueblo, en especial del proletario; era importante que la lucha revolucionaria contara con su propia expresión artística. De esta forma el arte le permitió crear y difundir ideas que en aquel momento le sirvieron para apoyar la Revolución y la transformación. Las carencias económicas, la muerte de su primer hijo -Diego Miguel Ángel Rivera y Beloff-, su separación de Angelina, además de su amorío con Marievna y la problemática relación con su madre -doña María-, hicieron que Diego renunciara al modernismo y se preparara como muralista en Italia.[14]
De vuelta en México a mediados de 1921, y siendo José Vasconcelos secretario de Educación, nombrado por el presidente Álvaro Obregón, recibió el encargo de pintar los murales de la Escuela Nacional Preparatoria, obra que en conjunto constituye una alegoría de La Creación. En aquel mural trabajó al lado de Jorge Enciso, Gerardo Murillo, Roberto Montenegro, David Alfaro Siqueiros, Pablo O’Higgins y Rufino Tamayo, entre otros. Al término de esa obra pintaron al fresco los muros de los corredores del edificio de la Secretaría de Educación Pública (1923-1928).[15] Los murales, desde entonces, servirían como un medio de difusión de la ideología revolucionaria del nuevo gobierno.
La década de los años veinte estaría determinada por dos hechos trascendentales: por una lado, la muerte de sus padres y por otro, su enlace matrimonial con Lupe Marín y el nacimiento de sus dos hijas, Guadalupe y Ruth Rivera Marín. Al lado de su esposa viajaría por varias partes de la República por orden de Vasconcelos y con apoyo de Obregón; el cometido sería invadirse de la temática nacional, además de conocer a los habitantes de las diversas regiones del país y sus formas de vida, tenía el propósito de mostrar los logros de la Revolución, tanto como llevar la educación a las masas a través del muralismo.[16]
En la época en que Diego pintó los murales de la Escuela Nacional Preparatoria, fundó, junto con otros pintores como José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, el  Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores e ingresó al Partido Comunista Mexicano, del que dimitió en 1925 y volvió a ser aceptado al año siguiente. En 1926, cuando Plutarco Elías Calles era presidente de México y apoyaba la política anticatólica, Rivera inició la decoración de los muros del Salón de Actos de la Escuela Nacional de Agricultura, antigua capilla de la ex hacienda de Chapingo, estado de México. Por entonces conoció a Tina Modotti, quien en breve tiempo se convirtió en su modelo y amante. Poco después, cuando nació su segunda hija y se separó de su esposa Lupe Marín, fue invitado a la Unión Soviética para participar en el décimo aniversario de la Revolución de Octubre, país que abandonó en 1928 después de ser expulsado.[17]  
Terminada la obra de la Secretaría de Educación Pública, Diego Rivera se dedicó a la política y ayudó a organizar la campaña presidencial del candidato comunista, Rodríguez Triana, quien fue un relevante participante en la lucha por la dirección del bloque de campesinos y obreros. Durante esa época, asimismo, fue uno de los líderes de la organización comunista, Liga Antiimperialista de las Américas, que se oponía a la política de los Estados Unidos y apoyaba el levantamiento de Nicaragua dirigido por Augusto César Sandino. El año de 1929 estaría definido, además, por varios hechos: su nombramiento como director de la Academia de San Carlos, su casamiento con una joven militante comunista, -Frida Kahlo-, su expulsión del Partido Comunista y su traslado a Cuernavaca para realizar por encargo del embajador de los Estados Unidos, D. W. Morrow, la decoración de una logia del Palacio de Cortés[18]. En este mural se desarrollaron algunos aspectos de la conquista y se enaltecieron las figuras de Morelos y Zapata. A juicio de Patrick Marnham el mural fue un regalo del pueblo de Estados Unidos al estado de Morelos.
            En los siguientes años elaboró una serie de murales en los que destacó su intento por crear una identidad mexicana. Importa decir que en 1930 renunció a su cargo de director de San Carlos y se marchó a San Francisco con la intención de pintar dos murales: Alegoría de California, en la Bolsa del Pacífico y La realización de un fresco, en la Escuela de Bellas Artes de la ciudad. Luego de una breve estancia en México, Diego y Frida regresaron a los Estados Unidos (1931-1933), en específico a Nueva York y Detroit. Rivera creía que su trabajo artístico en aquel país debía servir para transmitir a la población norteamericana sus ideas políticas comunistas y por esa  razón el mural de Nueva York fue destruido en 1934, pues en éste aparecía Lenin.[19]

Tras una larga estancia en los Estados Unidos, Rivera ya no deseaba regresar a México. Creía que después de lo ocurrido en Nueva York su retorno significaría una derrota, sin embargo, volvió y esto implicó una profunda depresión. No obstante, la realización de los murales en Palacio de Bellas Artes y en el Hotel Reforma, así como la reanudación de la decoración en Palacio Nacional y el fresco del Hotel Alameda, dieron motivo para retomar el tema de la realidad política mexicana. Bien que la frase “Dios no existe” incluida en el mural Sueño de una tarde de domingo en la Alameda, le valió que su obra estuviera oculta por nueve años, hasta que la retiró poco antes de morir en 1957.[20]  


Diego Rivera fue un hombre que plasmó sus creencias morales, políticas y revolucionarias en su arte, un hombre que mezcló el arte con la política, un artista que convenció a Lázaro Cárdenas para que le dieran asilo político a León Trotski, un trabajador que ingresó al Partido Comunista y a la IV Internacional, un hombre que amó a las mujeres, pero, sobre todo, una persona que creyó en la democracia y en la libertad.  

  
LOS MURALES DE DIEGO RIVERA
(1923-1948)

Los murales de Diego Rivera forman parte de un contexto histórico revolucionario que intentaba cambiar no sólo las formas de apreciación del arte, sino también las formas de percibir una realidad mexicana que se asimilaba dentro de un estado de transformación política y social. En conjunto, su obra es el preámbulo de un estilo que se enfrentó al rechazo de una sociedad burguesa que no aceptaba la representación visual de los aspectos más atrasados y primitivos del país. Sus murales atrapan la vida mexicana, pero no del opresor o del burgués, sino del hombre común, el obrero, el indio y el campesino. Los frescos fueron el instrumento para enfrentar los cambios y la realidad política mexicana, además de que representaron su propio método de interpretación de la historia del México nacionalista, tradicionalista y progresista. A través de la pintura mural, Diego Rivera pretendió educar al pueblo en torno de las ideas revolucionarias, comunistas y marxistas y esto no sólo en México sino también en los Estados Unidos, en aquel país que se decía democrático y que, sin embargo, destruyó el mural del Rockefeller Center por contener el retrato de Lenin.[21] 


 Dadas las circunstancias por las que atravesó México desde el siglo diecinueve, ligado a la caída de Porfirio Díaz, a la toma del poder de Francisco I. Madero y a las constantes rebeliones, huelgas y disturbios rurales que se desencadenaron a consecuencia de las pretendidas reformas económicas, políticas y sociales que se exigían, fue prioridad de los posteriores gobiernos establecer el orden y promover una ideología nacionalista de la Revolución Mexicana a través de la alfabetización. Diego Rivera fue uno de los primeros artistas que se encargaron de representar, a través de la pintura mural, las transformaciones que habían tenido lugar en México antes y después de la Revolución. Para esta labor José Vasconcelos y Álvaro Obregón jugaron un papel definitivo.
En 1921, cuando Vasconcelos estuvo al frente del ministerio de educación por nombramiento de Obregón, se le encargó por primera vez a Diego Rivera pintar los corredores y el anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria. La idea era compartir el arte con el pueblo y capturar la esencia de México, para lo cual fue importante que Diego viajara por el país con la intención de conocer las formas de vida de la gente común. Los murales de la Secretaría de Educación Pública contienen escenas de la vida cotidiana en el trapiche, la mina, la fundición, y una maestra rural, entre otras, que en conjunto pretendieron capturar las costumbres nacionales y los avances revolucionarios, bien que esto fortaleció la fe laica de Rivera.[22]   
La lucha por la sucesión presidencial en el año de 1923 desató una creciente violencia política, esto hizo que Vasconcelos suspendiera el programa muralista, luego que los artistas dedicados a éste recibieron constantes ataques por parte de la prensa y de los estudiantes. A los murales se les concebía como la caricatura de México y a Rivera se le acusó de hacer que los mexicanos “parecieran monos”. De ahí que si Plutarco Elías Calles accedía al poder, Rivera tendría que borrar sus “monos de las paredes”.[23]  Sin embargo, el pintor continuó con sus murales y compromiso con las luchas sociales y revolucionarias. Vendrían otros tiempos, otras presidencias y otros frescos, pero Rivera seguiría firme en su idea de representar la vida del pueblo y de la ciudad, del campesino y del obrero y en su constante crítica a los opresores, militares, burgueses y curas.   
La obra Sueño de una tarde dominical en la Alameda (1947-1948) resume la historia de México y al mismo tiempo constituye su autobiografía. Aquí sobresalen los personajes principales de los diversos hechos ocurridos desde la Conquista hasta la Revolución de 1910 y vuelve a estar presente la justicia social y el humor. Y si bien la frase “Dios no existe” le valió el ocultamiento del mural, este hecho sacó a relucir la sobrevivencia de una sociedad mexicana tradicionalista y católica que aun conservaba viejas formas de apreciar el mundo. Finalmente, los cambios revolucionarios serían lentos y a largo plazo. 


Bibliografía

AZUELA, Alicia, Diego Rivera en Detroit, México, Universidad Nacional Autónoma de
México, 1985.
BARR, Alfred H., “¿Qué es la pintura moderna?”, en: Saber ver. Lo contemporáneo del
arte, Año 1, Número 1, México, Fundación Cultural Televisa, noviembre-diciembre
1991.
CORTÉS Gutiérrez, Laura (Investigación y coordinación). Diego Rivera ilustrador,
México, Secretaría de Educación Pública, 1986.
ESPINOSA Altamirano, Horacio. El inconmesurable, inaudito, inverosímil e inusitado
Diego Rivera, México, EDAMEX, 1985.
LÓPEZ Rangel, Rafael. Diego Rivera y la arquitectura mexicana, México, Secretaría de
Educación Pública, 1986.
MARNHAM, Patrick. Soñar con los ojos abiertos. Una vida de Diego Rivera,  España,
Plaza & Janés Editores, 1999.
RAMOS, Samuel. Diego Rivera, México, Universidad Nacional Autónoma de México,
1986.
RIVERA, Diego. Mi arte, mi vida. Una autobiografía hecha con la colaboración de Gladis
March, México, Editorial Herrero, 1963.
RIVERA, Diego. Textos de arte (reunidos y presentados por Xavier Moyssén), México,
Universidad Nacional Autónoma de México, 1986.
RIVERA, María del Pilar. Mi hermano Diego, México, Secretaría de Educación
Pública/Gobierno del Estado de Guanajuato, 1986.
RIVERA Marín, Guadalupe. Un río, dos riveras. Vida de Diego Rivera, 1886-1929,
México, Memorias Alianza Editorial Mexicana, 1989.
WOLFE, Bertram D. Diego Rivera. Su vida, su obra y su época, Santiago de Chile,
Ediciones Ercilla, 1941.

Fuentes electrónicas

http://www2.kenyon.edu/depts/mll/spanish/projects/trejo-zacarias/
http:www.diegorivera.com
http:www.geocities.com/litografias/diegorivera.html





[1] Alfred H. Barr, “¿Qué es la pintura moderna?”, en: Saber ver. Lo contemporáneo del arte, Año 1, Número 1, México, Fundación Cultural Televisa, noviembre-diciembre 1991, pp. 20-21.
[2] Carlos María Rivera fue el hermano gemelo de Diego, éste vivió casi dos años y murió de conjuntivitis, ver:  Guadalupe Rivera Marín, Un río, dos riveras. Vida de Diego Rivera, 1886-1929, México, Alianza Editorial Mexicana, 1989, p. 22.
[3] Humberto Musacchio, Diccionario enciclopédico de México, T. I, México, Andrés León Editor, 1990, p. 500.
[4] María del Pilar Rivera, Mi hermano Diego, México, Secretaría de Educación Pública/Gobierno del Estado de Guanajuato, 1986, p.  15.
[5] Ibidem, pp. 17-58.
[6] Ibid., pp. 79-94.
[7] Guadalupe Rivera Marín, op. cit., pp. 34-35.
[8] María del Pilar Rivera, op.cit., pp. 104-105.
[9] Savia Moderna fue una revista mensual que surgió en 1906. Fue fundada por Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón e inspirada en la Revista Moderna de Amado Nervo y Jesús Valenzuela, en: Guadalupe Rivera, op .cit., p. 39.
[10] Ibidem, pp. 37-38.
[11] Diego Rivera, Mi arte, mi vida, México, Editorial Herrero, 1963, pp. 69-72.
[12] Guadalupe Rivera Marín, op. cit., p. 50.
[13] Ibidem., pp. 75-89.
[14] D. Rivera, op. cit., pp. 92-97.
[15] Guadalupe Rivera Marín, op. cit., pp. 125-129.
[16] Ibidem, pp. 127-149.
[17] Patrick Marnham, Soñar con los ojos abiertos. Una vida de Diego Rivera, España, Plaza & Janés Editores, 1999, pp. 236-251.
[18] Ibidem, pp. 256-278 y Diego Rivera, op. cit., pp. 124-126.
[19] Patrick Marnahm, op. cit., pp. 285-325.
[20] Ibidem, p. 391.
[21] Este mural, encargado por Nelson Rockefeller en 1932, iba a adornar el piso principal del nuevo R. C. A. Building Radio City. El tema giró en torno de un trabajador en el puesto de control de una gran máquina pero, debido a que en el mural se pintó una escena de la vida socialista y  a que en ella aparecía la figura de Lenin, sumado a la entrevista que Rivera otorgó a un periodista de The World Telegram de Nueva York, en la que le hizo saber que debía establecerse una alianza entre los soviéticos y los americanos, esto se tomó como un acto revolucionario, lo que le valió la destrucción del mismo en 1934, “así se honró la libertad de expresión en los Estados Unidos”, en: Diego Rivera, op. cit., pp. 159-163.
[22] Patrick Marnham, op. cit., pp. 209-220.
[23] Ibidem, p. 222.