Dra. Alejandra López Camacho
Si bien la historia política de México durante el siglo XIX está definida por
las varias intervenciones extranjeras, por los distintos textos
constitucionales que se elaboraron, por los constantes cambios de presidentes y por las diversas divisiones y pérdidas territoriales, a esto se unen los debates en torno a los
modelos políticos de nación para México y con esto las diversas formas de gobierno que
existieron. En esta ocasión, hemos de enfocarnos en un modelo político de
nación y en una de las varias facciones que concurrieron a lo largo del siglo
XIX. Cabe apuntar que dentro
de este modelo de nación estuvieron presentes las tierras de occidente de raza
latina y creencias católicas y las tierras norteamericanas de raza anglosajona
y creencias protestantes, es decir, entre los territorios gobernados por una monarquía
y los que se gobernaban por una República.
Nos referimos así al modelo de nación que
constituyeron los sistemas políticos europeos, en específico a la monarquía
francesa y a la monarquía española y en conjunto con esto la posición del periódico
La Sociedad de la ciudad de México, una de varias publicaciones que apoyaron la instalación del Segundo Imperio Mexicano durante los años de 1864 a 1867. El objetivo es mostrar la
importancia que adquirió para este grupo conservador la existencia de una
monarquía en México, a la par de exponer que el establecimiento de esta
institución llegó a ser fundamental para la construcción de la legitimidad
política de México.
Tenemos entonces que frente a este grupo conservador, los Estados Unidos fueron rechazados por ser contrarios a la religión
católica y a los hábitos monárquicos o virreinales de las naciones
hispanoamericanas. Es importante distinguir que si bien los Estados Unidos no
constituyeron un prototipo de nación durante los años de 1857 a 1867, esto no implicó
un desconocimiento de su riqueza pública y su “material engrandecimiento”. Por
el contrario, se advertían sus beneficios y se adjudican a varias causas: a la
inmigración europea, a la libertad de que gozaba cada Estado respecto del centro,
a las garantías individuales que ofrecía la ley y sobre todo a su Constitución
que fijaba las condiciones políticas y los derechos como Estados
independientes.
Para los periodistas impresores de La Sociedad como José
María Andrade y Felipe Escalante, era un hecho que si los Estados Unidos habían
alcanzado tal grado de abundancia e inmigración europea, que finalmente
constituía mano de obra, esto se debía a la paz que existía en esa república.
Paz inexistente en México, donde se sacrificaba la paz en aras de las teorías
políticas y no las teorías políticas en aras de la paz practicada en los
pueblos civilizados.[1]
Sin embargo, a pesar de reconocer que los Estados Unidos se preocupaban por la
propiedad y la riqueza, así como por la paz y las leyes que ofrecían garantías
a los ciudadanos, también advertían el lado opuesto de la moneda.
...es indudable que las repúblicas democráticas son tanto
más peligrosas y están tanto más expuestas, cuanto es mayor en ellas el
predominio de la democracia o del pueblo. No se prueba esta aserción con
nuestro único testimonio; se prueba también con la experiencia y con el
testimonio de todas las repúblicas pasadas y presentes. Ahí está la Francia , ahí está la Inglaterra de Cromwell,
ahí están la mayoría de todas las repúblicas modernas que existen o existieron,
para certificar la barbarie de los representantes del pueblo a este se le dice:
“¡Impera!” –La república anglo-americana, cuya decantada felicidad y cuya
abundancia se han hecho tan célebres, no
se sostiene a pesar de todos sus favorables antecedentes, sino a fuerza de las
perpetuas luchas. Todos los años se desbordan de los Estados del interior
muchedumbre de familias acosadas por el hambre, que van a Nueva-York a pedir
trabajo a las fábricas o talleres. Pocas familias logran su fin; y en 1857 se
han visto en la metrópoli de los Estados-Unidos del Norte, cien mil hombres
hambrientos y sin trabajo. Recientemente, algún Estado de aquella tierra tan
celebrada, ha levantado el estandarte de la rebelión contra el gobierno general...
¡Meditad bien sobre esto![2]
En cambio las naciones europeas sí
representaban el modelo de civilización indicado para las naciones
hispanoamericanas. Sea por la legitimidad que les otorgaban sus raíces latinas,
por el sistema de creencias transmitido por España, por las bases monárquicas y
por todos los “hábitos y régimen sociales, religiosos y políticos, de la
nación, posteriores y hasta cierto punto anteriores a la conquista.”[3]
Es importante señalar que a ojos conservadores, el término “república”
involucraba la democracia, la soberanía popular, la existencia de una
Constitución y la presencia del federalismo.[4]
Sin embargo, en el transcurso del año de 1858, los periodistas, aunque parezca
contradictorio, defendieron un régimen republicano, pero ligado a la
Providencia y no a la democracia, ni a la Constitución de 1857 y las Leyes de
Reforma.
Pero ¿qué es
hoy la República
en las manos del gobierno actual? Es un cadáver despedazado con la espada de
las facciones. Es preciso resucitarle como a Lázaro a la voz de Jesucristo, y
sólo está reservado este poder a la Omnipotencia ; pero la Omnipotencia velará
sobre la situación presente; la
Omnipotencia será el escudo y el amparo de la justicia cuyo
trono se pretende restablecer; la Omnipotencia , para quien no hay imposibles en el
universo, suele prestar algo de su fuerza soberana a las criaturas que se
levantan con la razón al gobierno de las naciones.[5]
Esta visión de los modelos de nación para México responde a
dos planteamientos. El primero tiene relación con lo que identifican como
“América española”, de raíces hispanas y católicas y la interpretación de
“América del norte”, de raíces inglesas y con diversidad de sectas religiosas y
de razas. El segundo responde a la visión retenida de los enemigos de la “regeneración futura de la sociedad”, que no solo
fueron los demagogos, sino todos aquellos que se opusieran al establecimiento
de un sistema de gobierno muy semejante al de Francia y España, es decir, los
que apoyaban el establecimiento de un modelo europeo de nación. Y en esto
interviene la existencia de una sociedad y la sigilosa demanda de una
monarquía, que además de ser un sueño y un proyecto en el porvenir, era una
medida para aliviar los males de México. Así, discutir sobre los modelos de
nación, plantear a los lectores los beneficios de imitar un modelo europeo,
debatir sobre la importancia de la historia como ejemplo para el porvenir,
claramente refleja un mecanismo para exigir, sin
exigir, el establecimiento de una monarquía en México. La monarquía había
existido en el pasado, era parte de la historia y del presente, era sinónimo de
orden, de justicia y de equilibrio de las leyes, elementos insuficientes
del régimen republicano federal.
De este modo, las palabras “América española”, utilizadas
para hacer referencia al pasado, forman parte de una asociación de América con la corona española, con una cultura monárquica,
católica y de habla hispana, con una época virreinal, con una estratificación
social, con un orden político jerarquizado, con un poder aceptado por tradición
y por herencia y que en definitiva representa a una comunidad. No obstante,
para 1858 los periodistas de La
Sociedad consideraban que México era un territorio con
una sociedad católica en peligro de extinción y con hábitos que rememoraban el
pasado anterior a los ensayos republicanos.
Así llega a plantarse lo siguiente, lo que inquietaba a los
conservadores que integraban La
Sociedad , ¿era llegar a un estado de anarquía?, ¿a cambios
violentos?, ¿a una república?, ¿al restablecimiento de la Constitución de 1857?, ¿a la tolerancia de cultos?, ¿a la
separación de los poderes?, ¿a la política de los Estados Unidos? O, ¿era únicamente
a la pérdida de sus privilegios? Aunque todos estos elementos están presentes, podríamos
responder que en realidad lo que objetaban era la radicalidad en los cambios.
Porque, aunque parezca contradictorio, acaso el Imperio francés ¿era de
tendencia política conservadora?, ¿acaso se desconocía que Napoleón III era el
sobrino de un hombre que como Iturbide se había proclamado emperador sin tener
rango real? Así podríamos decir que los cambios se aceptaban y que si bien se
estaba promoviendo un modelo de nación, finalmente lo que en México se
proyectaba establecer era un modelo único de nación, ni república ni monarquía
tradicional. Sin embargo los periodistas tendrían el objetivo de insistir en
que...
Las naciones hispano-americanas, no obstante sus
hábitos monárquicos o virreinales y su religión católica, cometen el lastimoso
error de tomar por modelo a una nación excepcional del Norte, y siguen
fascinadas a su presencia. En vez de imitar en política el ejemplo de los
pueblos de donde toman su origen, de los pueblos europeos del mediodía, imitan
el de una república cuya existencia moral es altamente sospechosa y equívoca, y
cuya civilización no es la verdadera civilización cristiana. Las naciones de
Europa son las que representan en cierto modo la civilización, y las que
comunican a todos los pueblos que quieren recibirla. [6]
Emperador Maximiliano |
Aunque muchas preguntas y respuestas sobre el
actuar de los conservadores respecto de su posición frente a Napoleón III y a
Maximiliano, puedan parecer contradictorias, la realidad es que en este periodo
se observa una considerable falta de comunicación. En este periodo, el
intercambio de noticias con las tierras de occidente era muy lento, básicamente
se dependía del traslado de información a través de barcos, así que quienes
iban y venían sólo conocían aspectos de la política de Napoleón III y aspectos
del comportamiento político de Maximiliano, así como aspectos de la vida
política mexicana. De ahí que muy probablemente muchas cosas se desconocían,
con esto no queremos decir que los conservadores que invitaron a Maximiliano a
ocupar el trono mexicano fueran ingenuos, sino que pertenecían a una generación
que retenía la imagen de un pasado mejor. Hemos de hablar de periodistas,
políticos y miembros del clero que promediaban los cuarenta años en 1857 y que
el pasado monárquico que pesaba sobre sus hombros respondía quizá a una
tradición familiar. De ahí que quizá era más fuerte su deseo por instaurar un
tipo de gobierno monárquico por tradición, que reparar en el tipo de gobierno
que ya se veía venir.
Por otra parte, es indudable que el
establecimiento del Imperio traería consigo cambios y que la monarquía sería un
modelo único de nación por varias razones. En primer lugar porque, si seguimos
la tradición, Maximiliano no sería un príncipe español ni mexicano. En segundo
y tercer lugar, no vendrían virreyes a representar al monarca, porque
Maximiliano sería el primer emperador extranjero que vendría a reinar en
México. En cuarto y último lugar, no se trataría de una colonización, como
había sucedido con España, ni de un hombre que como cualquier otro, caso de
Iturbide, se proclamaría emperador. En consecuencia, el Segundo Imperio sería
un modelo único de nación en el que habría contradicciones, sí, pero al mismo tiempo la lógica de una
tradición.
Emperador Agustín de Iturbide |
Ahora, dentro de la concepción de
América española está presente la idea de nacionalidad y es evidente que para
este grupo conservador la nacionalidad, que no el modelo de nación, quedó
sujeta en gran medida a España, pero a la España Antigua.
Así, cuando se hace referencia a un régimen de gobierno republicano-demócrata,
se habla de un poder político capaz de disolver una sociedad católica mexicana
de raíces hispanas.
Frente a los Estados Unidos el problema
radicó en la concepción que se tenía de México, de raíces hispanas y
monárquicas. Así, a principios de 1858, la legitimidad política del gobierno
mexicano quedó ligado a la recuperación de la sociedad católica, a la
recuperación de los hábitos monárquicos o virreinales, a la búsqueda de un
modelo político europeo, al establecimiento de la paz bajo la sombra protectora
de una intervención, al progreso de la ciencia, al adelantamiento de las artes
y de la satisfacción de las necesidades de la vida, tanto como al cumplimiento
de las leyes que Dios y la patria imponían.[7]
En otras palabras, en el deseo callado y disimulado de establecer un “imperio”,
aunque manteniendo la independencia de México.
Admitiendo la incuestionable hipótesis de que hubiese
vicios en la ciencia de la antigua organización social de las naciones
hispano-americanas, no se podría seguir de aquí en buena lógica que la
aplicación exabrupto de una teoría política fuese el más eficaz o el
único remedio para corregir sus vicios. El tiempo y la experiencia traen
pacíficamente las reformas a las sociedades sin necesidad de conmoverlas
violentamente en sus fundamentos, ni mucho menos destruir su organización.[8]
Antes de 1864 el periódico La Sociedad no
manifestó abiertamente su preferencia por un sistema de gobierno jerarquizado o
aristocrático, en otras palabras, por
un sistema de gobierno monárquico.[9]
Fue en el transcurrir de los años y más exactamente durante el Segundo Imperio
Mexicano, cuando el contenido de los editoriales reveló un sentimiento de
regocijo por la monarquía entrante y por el nuevo orden de cosas. Hasta
entonces fue manifiesto que durante los distintos gobiernos republicanos no se
permitió debatir sobre la monarquía en México.
Llegaba la hora solemne de decidir la suerte del país. Los diversos
partidos que anteriormente lo habían dominado, cuidaron siempre de sofocar toda
idea favorable a la monarquía: quien se atrevía siquiera a proponer que la
cuestión se examinase, incurría en crimen de lesa nación. Llegaba la hora
solemne de decidir la suerte del país. Los diversos partidos que anteriormente
lo habían dominado, cuidaron siempre de sofocar toda idea favorable a la
monarquía: quien se atrevía siquiera a proponer que la cuestión se examinase,
incurría en crimen de lesa nación. Y todos esos partidos que afectaban apoyarse
en la voluntad nacional y decían derivar de ella el poder que asaltaban, caían
en la extraña y maliciosa contradicción de anular esa soberanía del pueblo,
encerrándola en un círculo de que no debía salir. Uno solo de nuestros
innumerables pronunciamientos propuso la manifestación de la voluntad nacional sin
límite ni valladar; creyose ver en esa frase un anuncio de monarquía, y
aquella proposición racional y justa provocó tan terrible tempestad, que los
autores mismos se vieron obligados a borrarla para lograr el triunfo de su
motín. Los partidos todos conocían que la monarquía era la consolidación del
orden y de la paz; mal avenidos con ambas cosas, y procurando sobre todo evitar
la muerte de las aspiraciones al primer puesto, solo en una cosa marchaban
acordes y unidos en medio de sus eternas y encarnizadas luchas; en proscribir
por todos los medios posibles, buenos o malos, la idea monárquica. [10]
Dentro de este abogar por la
monarquía sin mencionarla se encuentran ciertos términos provenientes del
Antiguo Régimen y de la doctrina católica: “interés común”, “bien común”,
“privilegios”, “distinciones”, “centro común” y “bienestar común”, entre otros.
Este hablar del común y los privilegios fue perdiendo fuerza con la llegada del
“individualismo” que ya demandaba el liberalismo de la primera mitad del siglo
XIX. Así se entiende como los denominados “privilegios” o fueros heredados de
la colonia y de las aprobaciones reales, luchaban por sobrevivir. Y es que en
esto lo que se buscaba era el rescate del léxico tradicional utilizado para
hacer política.
Cabe mencionar que el Plan de
Tacubaya, que desconocía la
Constitución de 1857 y que fue proclamado por Félix Zuloaga,
representó en algún momento el remedio contra el mal causado por las
legislaciones reformistas. Sin embargo para los periodistas de La Sociedad había un
hecho...
que debe mirarse
frente a frente y examinarse bien porque lo dice todo: el movimiento de
Tacubaya parece estacionado: lo que hubo desde el principio es lo que hay
todavía: la línea que corre de México a Veracruz es lo que hay por parte del
gobierno: las otras permanecen in statu quo: no lo hemos dicho bien; los
Estados del interior protestan contra el centro, reasumen lo que no pueden
tener, pero lo que puede causar una verdadera anarquía. ¿Porqué sucede esto?
¿Porqué el orden de cosas caído descansa en la voluntad de la nación? Esto
fuera chancearse, y la cosa es demasiado seria para ocuparse en puntos
ridículos. [11]
Ante aquella situación, los
periodistas bien parecían negar la participación de la voluntad nacional, sin
embargo lo que negaban era el principio de participación democrática.
Jacqueline Covo, en su libro Las ideas de la
Reforma en México, considera que los
principios democráticos proclamados por los liberales durante el periodo de reforma,
que fundamentalmente fueron heredados de la Revolución Francesa
y de la Constitución
norteamericana, como la soberanía del pueblo, el sufragio universal y el
sistema representativo fundado sobre la libertad y la igualdad, eran, a
mediados de siglo XIX, principios exóticos que no se habían aclimatado en
México después de treinta años de independencia y de algunas tentativas por
implantarlos.[12] Y para
el caso del grupo conservador que integraba La Sociedad , la idea
de “voluntad nacional”, estaba vinculada con la idea de voluntad divina, como
se verá en el último capítulo.
En consecuencia, un medio de impedir
la anarquía fue proyectar el establecimiento de una “política franca”, donde
estuviera presente la consolidación de un gobierno, la restauración del orden y
la justicia y la reincorporación del país en una carrera de esperanza en el
porvenir. Esto fundamentalmente implicó la declaración del establecimiento de
una monarquía y la exigencia del respeto a los hábitos de las naciones
hispanoamericanas.
[1] F. V. Sánchez (Editor responsable), “Reflexiones sobre los gobiernos
aplicados a la República ”,
La Sociedad ,
Sección Editorial, T. I, Núm. 12, México, Miércoles 6 de enero de 1858, p. 1.
[2] Ibidem.
[3] Ibidem.
[4] La democracia, para el caso del grupo que
integraba La Sociedad ,
va a representar la anarquía, el desorden, el predominio del pueblo o de las
clases bajas sobre el resto de la sociedad.[5] Vera, Francisco (Editor
responsable), “El porvenir. ¿Quién penetra en ese inmenso horizonte, en
ese abismo sin fondo que se llama el porvenir?”, La Sociedad , Sección
Editorial, T. 1, Núm. 35, México, miércoles 3 de febrero de 1858, p. 1.
[6] Ibidem.
[7] F. V. Sánchez (Editor responsable), “La
sociedad mexicana”, La
Sociedad , Sección Editorial, T. I, Núm. 183, México,
Viernes 2 de julio de 1858, p. 1.
[8] F. V. Sánchez (Editor responsable), “Reflexiones sobre los gobiernos
aplicados a la República ”,
La Sociedad ,
Sección Editorial, T. I, Núm. 12, México, Miércoles 6 de enero de 1858, p. 1.
[9] Sobre este abogar es importante señalar que, para este grupo
conservador, uno de los abusos de los demagogos había sido, entre otras cosas,
eternizar el imperio de la ley y acabar con las “distinciones y privilegios”
adquiridos a lo largo de los años. Aquellas “distinciones”, que remiten al
Antiguo Régimen, tenían relación con las libertades o privilegios reales. De
este modo, cuando los liberales pretendieron terminar con aquellas situaciones,
fueron apreciados por los conservadores como tiranos del poder, al pretender
terminar con un pasado aún presente, ver: F. V. Sánchez (Editor responsable),
“La sociedad mexicana”, La
Sociedad , Sección Editorial, T. I, Núm. 183, México,
Viernes 2 de julio de 1858, p. 1.
[10] F. Escalante, (Autor
editorial), “El Imperio”, La
Sociedad , Sección Editorial, T. III, Núm. 359, México,
Martes 14 de junio de 1864, pp. 1 y 2.
[11] F.
V. Sánchez (Editor responsable), “Consideraciones sobre la situación. (Artículo
2°). Primera exigencia de ella”, La
Sociedad , Sección Editorial, T. 1, Núm. 4, México, Martes
29 de diciembre de 1857, p. 1.
[12] Covo, Jacqueline. Las ideas de la Reforma en México
(1855-1861), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1983, p. 113.