lunes, 20 de diciembre de 2010

LA JUSTICIA DIVINA Y LA MONARQUÍA. El periódico La Sociedad, 1857-1864


Alejandra López Camacho

  
La marcha es lenta en verdad, y nosotros, átomos imperceptibles arrebatados por el torbellino, juzgamos eternos los periodos de terrible prueba; pero el Supremo Regulador del universo contempla el desarrollo de su obra como reunido en un solo momento, sin que nuestra impaciencia pueda apresurarlo jamás. El tiempo no pasa para El: Patines, quia Aeternus.(1)





Durante el Segundo Imperio Mexicano y aun desde 1857, la noción de “justicia divina” mantuvo estrecha relación con los principios inviolables y eternos procedentes de las leyes divinas. Dentro de esos principios y para el caso de México, esa justicia persiguió el establecimiento y funcionamiento de un gobierno que superior a las intrigas y al predominio de los partidos, mirara los méritos y no las opiniones,(2) respondiera a castigos y también a perdones divinos, a periodos de violencia y revolución y a periodos de arrepentimiento. Esto fundamentalmente implicó una cuestión de normas, de educación, de tradición, de formación, pero sobre todo, de creencias religiosas.
Lo anterior quiere decir que la justicia divina también se encargó de repartir periodos de violencia como parte de una sanción. Ordenaba la muerte de hombres y mujeres y provocaba una guerra como castigo a una acción humana contraria a su voluntad. Pero así también ordenaba el establecimiento de una monarquía en México como premio a un periodo de penitencia que desde la independencia se padecía.
Ahora, ¿por qué un régimen de gobierno monárquico representaría lo contrario a un castigo para México? Esencialmente porque este tipo de gobierno, afirmaban los conservadores que integraban el periódico La Sociedad, tenía “más de providencial que de humano” (3) y porque además respondía a la Historia y a la voluntad nacional. Siendo así, ¿qué era eso “providencial” que tenía la monarquía que colmaba los requisitos de una justicia divina? A decir de los periodistas, Maximiliano era un enviado de Dios que con su benevolencia y...


cariño hacia México, de que tenemos inequívocas pruebas, no siendo la menor el hecho de abandonar una posición envidiable, en la cual acaso estuviese llamado a ceñirse la diadema de Carlos V, para empuñar un cetro que de pronto sólo pueden hacer brillar las virtudes del príncipe, y cuya fortaleza no ha de venirle desde luego, sino de la mano que lo sostenga: prepararle, decimos, un recibimiento cual cumple al país a cincuenta años de agitación y combates sangrientos no han podido despojar por entero de su riqueza ni de los instintos nobles y generosos debidos a las razas que fundaron nuestra actual sociedad; un recibimiento cual cumple al país que orillado por sus errores y pasiones a un abismo de que nada en lo humano parecía capaz de apartarle, cifra en el hombre que llega a su playas, conducido por la mano de la Providencia, su postrera y única esperanza de salvación.(4)


A partir de esta cita podemos observar que una parte de lo providencial que tenía la monarquía tenía relación con los méritos, con la bondad, con la fuerza y seguridad del príncipe que venía a encabezar la monarquía, otra parte de ese providencialismo lo constituía el antecedente de Maximiliano. Es decir, el rango real que hacían del “rey una persona “sagrada e inviolable”” (5). Estos hechos otorgaban legitimidad al gobierno y confianza en el porvenir. Bien que esa legitimidad y confianza se transformarían, al cabo de un tiempo, en inseguridad, en guerra y violencia. Así pues, este apartado tiene por objetivo, plantear la problemática que enfrentó el término “justicia divina” durante el Segundo Imperio Mexicano. Es decir, el dilema en el que se hallaron los conservadores que integraban La Sociedad: entre sostener un gobierno por medio de las armas extranjeras, que era resultado de la justicia divina y un gobierno que se desploma una vez que se van las tropas extranjeras y el país se ve invadido de violencia política y militar.
Es necesario considerar que el grupo conservador que integraba La Sociedad era gente ilustrada, empresaria y sobre todo, católica, lo que hizo que su interpretación de “justicia divina” respondiera a esa posición y lo que al mismo tiempo provocó esa vacilación sobre el Imperio de Maximiliano que, aunque nunca se rechazó ni se negó, sí se llegó a cuestionar. En consecuencia la “justicia divina”, además de mantener relación con la Providencia, mantuvo estrecha relación con el castigo que implicaba violencia, con la penitencia que envolvía el sufrimiento y la corrección, pero también con el perdón a un acto no agradable a la Providencia, es decir, a las reglas que el orden divino establecía.
Dios era el único ser capaz de impartir una recta justicia. Así, dentro del gobierno de los hombres, la justicia divina estuvo conectada con la rectitud de esos mismos gobiernos que en última instancia eran instrumentos de la Divina Providencia. Diríamos en ese sentido, que el proyecto de justo gobierno para México y los mexicanos quedó ligado a valores religiosos, a decretos divinos, pero además, a una forma de gobierno que involucraba castigos y bendiciones.
Pero, ¿por qué para La Sociedad la monarquía era algo legítimo y parte de la justicia divina? Como se ha dicho al principio, si la Providencia era la única que tenía capacidad de saber lo que era justo para los hombres, entonces la monarquía representaba la bendición de Dios. Era, de acuerdo a una visión teológica del asunto, la suma de repartir premios y castigos divinos. Y es que la monarquía al ser una bendición también era una legitimación de Dios por varias razones. Primero, la Providencia era la única que, a juicio de los periodistas, conocía el porvenir de los hombres y de las naciones, lo que le otorgaba autoridad. Segundo, la Providencia constituía el único ser que podía concluir un periodo de castigo, de purgatorio en la tierra y en su caso, de bendecir y premiar. Tercero, la Providencia era la única que sabía lo que representaba un castigo y la magnitud del mismo, así como las etapas de prueba y bendición.
De este modo, si la primera mitad del siglo XIX era considerada por los periodistas como una etapa de castigo y violencia al no existir paz y orden, la monarquía era la bendición de Dios, el premio a tantos padecimientos de guerra porque Maximiliano tendría la misión de pacificar al país. Así, aunque parezca contradictorio, a los hombres sólo les quedaba aceptar y respetar esa justicia divina.

La fe y la piedad de los Soberanos resolverán sabiamente las cuestiones religiosas. En ellas no se buscan intereses materiales y perecederos, sino principios inviolables y eternos. S. M. sabrá conciliar los derechos todos y dejar indemnes la paz del Estado y la autoridad de la Iglesia, la conveniencia pública y el imperio de la conciencia, el deber y la utilidad. El asunto no es imposible al príncipe que ha contemplado y estudiado en Europa las ruinas de la revolución religiosa y las tareas reparadoras de la civilización moderna.(6)

Durante la primera mitad del siglo XIX, México atravesó por varias etapas de inestabilidad política: entre el periodo de independencia, el Imperio de Iturbide, los sistemas republicanos, federales y centrales y siete constituciones, esto fue considerado por los periodistas, como una etapa de prueba, más aún, de condena divina. Y era así, decía La Sociedad, porque los mexicanos después de su independencia, necesitaban atravesar determinadas experiencias violentas y arbitrarias que les permitieran observar, al paso de los años, que finalmente la monarquía era resultado de una justicia y bendición divinas. Ante esto los periodistas consideraron que la Providencia había decidido poner fin a esa etapa de prueba y sanción.
La justicia divina se revelaría y manifestaría entonces a través de ciertos hombres como José María Gutiérrez de Estrada, principal cabeza que apoyó la instalación del Imperio y quien gozó del aprecio de los periodistas de La Sociedad. Éste sería uno de los elegidos de la Providencia (7). ¿Por qué? Fundamentalmente porque había sacrificado su vida y sus bienes en favor del establecimiento de una monarquía en México. Gutiérrez de Estrada, hombre que propuso la instalación de una monarquía en 1840, fue desterrado de México por la misma circunstancia. No obstante, en su destierro continuó su labor monarquista. Esta actitud le otorgó un carácter de mártir, pero al mismo tiempo de Mesías y en los discursos periodísticos de La Sociedad esa cualidad representó un sacrificio, un sufrimiento merecedor de agradecimiento hacia aquel que había sido instrumento de la Providencia e “instrumento de la salvación de su patria” (8). Así, finalmente se consagraba a la patria la vida de un hombre que había sido abnegado, desinteresado y puro de intenciones.   

Los hombres que la Providencia elige para llevar a acabo sus altos fines, no son en realidad sino instrumentos humildes de ella. Más no es pequeña honra la de haber sido hallado digno de esa elección, y haber recibido con preferencia a los demás las altas prendas, la energía, la constancia y todas las otras virtudes que en tanto grado  son necesarias para la ejecución de empresas graves y difíciles. Precisamente la reunión de esas cualidades; ese sello, digámoslo así, de la Providencia es lo que construye un grande hombre, le hace sobresalir entre sus semejantes, y le obtiene la admiración de los siglos.
Al contemplar el maravilloso cuadro de los sucesos que por tan extraños caminos han venido a terminar en el establecimiento del trono mexicano, es imposible olvidar el nombre de quien ha contribuido, más que nadie en el mundo, a la realización de tan espléndido resultado: el nombre del Sr. Gutiérrez de Estrada. Ha sido necesario el transcurso de un cuarto de siglo de horribles padecimientos y durísimos desengaños, para que los mexicanos hayan abierto los ojos a la luz y comprendido lo que esa clara inteligencia vio y anunció desde entonces; que la salvación del país sólo podía hallarse en el establecimiento de la monarquía. (9)
 
Cabe señalar que para los periodistas de La Sociedad, la monarquía, además de ser resultado de la justicia divina, era resultado de la voluntad nacional. Sobre esto último afirmaban que “Dios para sus grandes fines se digna de valerse de medios humanos; y manifiesta, por decirlo así, su respeto a la libre voluntad del hombre, asociándola a sus designios: guardémonos, pues, de contrariarlos” (10). Esto quiere decir que fundamentalmente era el dedo de Dios el que señalaba los caminos a seguir y los gobiernos de la tierra solo eran “pequeños resortes que obedecen al impulso secreto de la Providencia” (11).
En consecuencia, para la Providencia los hombres sólo eran sus instrumentos de justicia o de venganza, de sacrificio o de pureza, de violencia o abnegación, de castigo o de obediencia, algo así como sus marionetas con las cuales podía alegrarse o irritarse. Esta idea que había estado presente en momentos posteriores a la revolución de Ayutla, fue recuperada en 1864 con la llegada de los emperadores a México. Entonces se juzgó que la razón humana no había sido apta para penetrar en la misteriosa y benéfica oscuridad del porvenir. Y es que el porvenir lo determinaba la Providencia, ese “Árbitro infalible” que podía permitir el bien y el mal.

Jamás la Providencia queda inferior a sus medios: siempre los proporciona al fin que se propone. Si ha elegido a un hombre para salvar a un pueblo, no le negará su auxilio: iluminará su inteligencia y dará fuerza a su brazo. La admirable serie de sucesos que rápidamente hemos trazado, nos asegura de que la Providencia ha querido poner término a nuestros padecimientos. (12)

En principio la Providencia era la encargada del destino de la humanidad, la que determinaba los grandes acontecimientos y la que como un favor especial hacia los hombres, no había permitido el completo triunfo de la demagogia durante la primera mitad del siglo XIX. Aunque no por esto desde 1857 la demagogia había dejado de, “ultrajar el dogma católico, de mancillar la santidad de la Iglesia, de perseguir a la virtud, de barrenar las leyes divinas y humanas, de relajar la moral, de viciar los instintos generosos de nuestro pueblo, de abrir una pugna entre las potestades civil y eclesiástica, de poner en contradicción los intereses morales con los materiales, y de perturbar hasta la paz doméstica” (13).
La monarquía en consecuencia representó una proposición racional y justa porque consolidaba el orden, la paz y el establecimiento de una justicia por mucho tiempo olvidada. La mano de la Providencia intervenía para poner fin al padecimiento y castigo de muchos años y para premiar y hacer justicia entre los hombres.

...y que días más felices comienzan ya para nosotros. No volverá la discordia civil a ensangrentar nuestros campos y ciudades; no se escuchará ya el gemido de la inocencia oprimida y del honor ultrajado; el incendio y el robo no destruirán en un día el fruto de una vida entera de probidad y trabajo, y el gobierno no será como hasta aquí el mayor enemigo del Estado. La paz, ese bien, el primero de todos, que la infeliz generación actual no ha conocido, cicatrizará todas las heridas, enjugará todas las lágrimas, dejará oír la voz de la justicia tanto tiempo olvidada, y traerá consigo el orden, la abundancia, la moralidad, el progreso que inseparablemente la acompañan. (14)
           

Ahora, si durante los dos primeros años del imperio hubo paz y justicia, para 1866 las dudas sobre este gobierno se hicieron presentes. Hubo que justificar en aquel momento la intervención francesa y la partida del ejército francés, pero sobre todo, la política liberal que Maximiliano había adoptado, posiblemente con la finalidad de hacerse de más adeptos y de que el gobierno imperial no quedara solo. “La nación, decimos caminaba hacia el precipicio, por sus propias faltas y las ajenas. El gobierno imperial lo ha conocido y trata de evitarlo combinando de ruta. ¿Logrará salvar al país?”(15) Ante esta incertidumbre cabe plantearse lo siguiente, ¿dónde permanecía la justicia divina en el ocaso del Imperio? Podría responderse que en la fe que tenían los periodistas en el porvenir y en las acciones de los hombres ilustrados que elaborarían leyes justas.

Y aquí debemos hacer una confesión con la franqueza que nos es habitual. Cuando oímos decir que el Soberano llamaba a los conservadores a su gabinete, temimos, atendiendo a que muchos de ellos habían ocupado puestos públicos bajo la política anterior, que ciertamente no era la suya, y a que el Emperador ha demostrado profesar ideas contrarias a las que estaban en vísperas de ser adoptadas, que el cambio fuera simplemente nominal y sin más resultado que la nulificación de unas cuantas individualidades y el desprestigio de los principios representados por ellas. También temimos, ¿por qué no decirlo? Que del extremo llamado liberalismo, no por el carácter de los individuos nuevamente entrados al poder, sino por la fuerza de las circunstancias que en política imponen ordinariamente a los hombres la ley centrífuga del péndulo, que a la distancia a que ha llegado de un lado va del otro; que del extremo, repetimos, del llamado liberalismo, se fuese a dar a los confines de la arbitrariedad y la violencia, nocivas siempre y reprobadas de todo ciudadano honrado, sean cuales fueren sus pretextos. La atenta lectura del programa nos ha desengañado y tranquilizado bajo uno y otro respecto. El Soberano ha adoptado y pone en práctica el plan de los nuevos ministros, y el plan mismo, en vez de abrir la puerta a la arbitrariedad, tiende a extirparla apoyándose en la justicia y el respeto a las garantías sociales. Ese plan no es obra de un partido, ni de partidarios de tal o cual escuela política; es obra de hombres ilustrados y bien intencionados, y no podrá hallar adversarios sino en las filas de la anarquía, entre los enemigos de la independencia nacional. (16)

Así fue necesario fabricar un discurso de justificación de la política de Maximiliano y de la actuación política de los conservadores que le habían apoyado. Se trataba de proteger la acción política de los hombres ilustrados y bien intencionados que habían sido elegidos por Dios para salvar la independencia de México y la soberanía nacional. Para tal caso fue necesario construir un discurso que otorgara legitimidad política al Imperio y a las acciones de los conservadores.

...sea cual fuere el resultado de la nueva marcha, y aun cuando no se obtuviera con ella la salvación de México, ese resultado no sería estéril del todo ni para el país ni para la comunión política que profesa las ideas que van a ser puestas en práctica. El país hallará tregua en sus padecimientos con la aplicación de las reglas de la justicia y la cordura, cuya bondad no es relativa, sino absoluta, en todas épocas y circunstancias. En cuanto a los conservadores, si la situación se hubiera de hundir con ellos, sería por causas superiores a su voluntad y a su esfuerzo, y ellos siempre habrían aparecido ante la nación y ante el mundo, no con el carácter despótico, sanguinario y bárbaro que han querido suponerles sus enemigos, sino como ciudadanos ilustrados, exentos de odio, observantes y protectores de las garantías que constituyen la verdadera libertad, partidarios del bien público y de todo progreso que no consista en resolver y destruir, y patriotas en la medida del sacrificio de sus fortunas y personas y hasta del porvenir de sus familias. (17)


            Como puede apreciarse la actitud política de los conservadores y del establecimiento del Imperio nunca se desprendió de la Divina Providencia. Ahora, el carácter defensivo de los conservadores respondió sobre todo a sus buenas acciones, a practicar el bien público, a contribuir con una monarquía para el progreso de México, a ser, en pocas palabras los hombres seleccionados por una divinidad para establecer la paz y no la guerra. Y es que, por medio de los hombres que habían invitado a Maximiliano a gobernar los destinos de los mexicanos, la justicia divina se había hecho presente. Así llegamos a plantear lo siguiente, ¿los árbitros infalibles fueron los conservadores que planearon la empresa monárquica o fue la Divina Providencia? ¿Fue bueno o malo el establecimiento del Imperio en México?
            Si bien los planteamientos anteriores están envueltos en un dilema, puede sugerirse que para La Sociedad el imperio nunca fue algo negativo, ni irracional, sino algo que correspondía a la Historia y a los designios de un Ser Supremo. No obstante, cuando los conservadores observaron que las políticas de Maximiliano tendían hacia el liberalismo y no al conservadurismo, lo que intentaron fue conjugar una idea de monarquía en unidad del liberalismo y ya no una idea de una monarquía ligada exclusivamente a principios conservadores. Esto de alguna forma irrumpía con el pensamiento de que, monarquía no implicaba liberalismo en México, aunque sí en Europa. A lo cual, dice Edmundo O’Gorman, “en México, a la inversa de la Europa del siglo XIX, monarquía y liberalismo fueron, por motivos históricos insuperables, conceptos antitéticos irreductibles, y no debe sorprender la ceguera de un Napoleón III y de un Maximiliano respecto a esa contradicción.”(18)  
            Sobre este punto es importante enfatizar que durante la década de los cuarenta del siglo XIX los alegatos en torno a la instalación de un sistema de gobierno monárquico en México ya proponían la adopción de una monarquía constitucional, representativa y con príncipe extranjero. Entonces, en el periódico El Tiempo “se desató una bien organizada campaña  periodística inspirada por don Lucas Alamán y cuya finalidad era inclinar la opinión pública clara y decididamente en pro del régimen monárquico.”(19) Sin embargo la gran diferencia radicaba en que entonces la instalación de esa monarquía debía quedar sólo en manos mexicanas y sin intervención extranjera. Ahora ¿hasta dónde este proyecto de gobierno monárquico se diferenciaba del de Maximiliano? Primero, entonces no se deseaba una intervención, aunque sí la venida de un príncipe extranjero de sangre real. Segundo, no obstante que este proyecto de gobierno rompía con la tendencia conservadora que había propuesto años antes, por Gutiérrez de Estrada, la instalación de una monarquía, el proyecto quedó en el papel, debido a que no existió el suficiente apoyo económico y político. Y es que, de ser apoyada esa monarquía habría sido el primer intento de un proyecto monárquico liberal, sin embargo nunca se practicó. De ahí que los conservadores de la década de los 1860s pretendieran conjugar, en los hechos, la idea de una monarquía en unidad del liberalismo. 
En consecuencia la justicia divina fue asumida en función de un orden divino capaz de cambiar la faz de las naciones, aunque a su vez de un orden humano capaz de actuar, pero cuya razón resultaba débil para comprender los designios de la Providencia. Sin embargo, los periodistas consideraron que no todos los hombres concebían los actos humanos en función de una intervención divina, de ahí los periodos de castigo y de que pagaran justos por pecadores. “Ensorbecidos (sic) los hombres al contemplar lo que consideran como obra suya, no están dispuestos a comprender y confesar que esa obra no les pertenece; y que cuando se juzgan soberbiamente autores, no son más que instrumentos humildes de una Providencia altísima...”(20) Esto en definitiva hacía ver que los hombres sólo respondían a designios divinos.
Ante este panorama y desde la perspectiva política de este grupo conservador cabe preguntarse lo siguiente: ¿por qué la Providencia Divina espero hasta 1864 para hacer justicia?, ¿por qué permitió tantos años de castigo? Si bien las respuestas a estos planteamientos implican un dilema para el historiador que solo halla respuestas a partir de los actos de estos hombres y de otros que participaron en la empresa monárquica, probablemente este tipo de planteamientos también fueron un dilema para los mismos periodistas que intentaron justificar hechos humanos a partir de hechos divinos. Pues, que otra forma podría servir para justificar y legitimar política y socialmente el establecimiento de una monarquía, sino a partir de la Historia, de la tradición y de las creencias religiosas de las cuales la mayor parte de mexicanos admitía.
Así, finalmente preguntaríamos, ¿qué contradicciones enfrentaron los periodistas después de justificar el Imperio como justicia divina? En primer lugar, a la gran contradicción que involucra los designios divinos y la voluntad nacional. Es decir, la monarquía quedó encerrada entre el proyecto de nación de un grupo conservador, la justicia de Dios y lo que quería la voluntad nacional. Otra contradicción fue la justificación del Imperio a partir de una justicia divina, pues, ¿no acaso la empresa monárquica fue proyecto de un grupo conservador y de Napoleón III? Así concluimos diciendo que el Imperio sólo fue resultado de los intereses coyunturales de unos hombres que apoyados por Napoleón III hicieron realidad un proyecto de nación que relacionaron con una tradición, con una solución a los problemas de México, pero sobre todo, con una bendición divina.

 

 

CITAS


1.       ESCALANTE, 1864, pp. 1 y 2.

  1. MONTERDE, 1864, p. 1.
  2. Ibidem.
  3. ROA, 1864, p. 1.
  4. O’GORMAN, 1969, p. 17.
  5. MONTERDE, 1864, p. 1.
7.       José María Gutiérrez de Estrada (1800-1867), “Entró al servicio exterior, fue senador y fue desterrado por la Ley el Caso. Federalista moderado, ocupó el Ministerio de Relaciones en 1835, pero renunció al cargo cuando se percató que los pronunciamientos que apoyaban el cambio de sistema, no eran resultado de “voto libre y espontáneo”, después de su renuncia partió a Europa y consternado por los acontecimientos de México, propone la monarquía en 1840, en VÁZQUEZ, 1999, pp.125-126.
8.       ESCALANTE, 1864, pp. 1 y 2.
  1. Ibidem.
  2. Ibidem.

11.    VERA, 1858, p. 1.

  1. ESCALANTE, 1864, pp. 1 y 2.
  2. VERA, 1857, p. 1.
  3. ESCALANTE, 1864, pp. 1 y 2.
  4. ESCALANTE, 1866, p. 2 y 3.
  5. Ibidem.
  6. Ibidem.
  7. O’GORMAN, 1969, p. 83.
  8. Ibidem, p. 31.
  9. ESCALANTE, 1864, pp. 1 y 2.

 

HEMEROGRAFÍA


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1866 “Actualidades”, en La Sociedad, México, Martes 25 septiembre, Sección La
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MONTERDE, Sebastián
1864 “Cumpleaños de S. M. el Emperador”, en La Sociedad, México, miércoles 6
de julio, Sección Editorial, México, T. III, Número 381, p. 1.
ROA, Bárcena J. M. (Autor editorial)
1864 “La venida del soberano”, en La Sociedad, México, Domingo 21 de febrero,
Sección Editorial, T. II, Núm. 248, p. 1.

VERA Sánchez, Francisco (Editor responsable)

1858  “El porvenir. ¿Quién penetra en ese inmenso horizonte, en ese abismo sin

fondo que se llama el porvenir?”, en La Sociedad, México, miércoles 3 de febrero, Sección Editorial, T. 1, Núm. 35, p. 1.

VERA Sánchez, Francisco
1857 “Segunda época de La Sociedad”, en La Sociedad, México, Sábado 26 de
diciembre, Sección Editorial, T. 1, Núm. 1, p. 1.


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miércoles, 10 de noviembre de 2010

UN SIN Y CON CUENTO

Por Alejandra López Camacho

Había una vez un cuento que no quería contarse, una historia sin historia, un cuento sin narración. Cada mañana, el autor del cuento se levantaba con la intención de escribir, pronto advertía la insensatez. ¿Dónde coincide la chispa y la imaginación de los cuentos por contar? ¡Ah!, si supiera... ¿Pero qué estoy diciendo? si los cuentos y la ocurrencia están en todas partes -dijo el autor -sólo es cuestión de sentarse frente a la máquina y escribir.

Y tras de este pensamiento se escuchó un: ¡Efectivamente!

Aquella voz congeló al autor. Volteó, buscó por todas partes, no encontró nada. Sólo el summm, summm de las cortinas que ondeaban al compás del viento. El autor creyó por un momento imaginar la voz. Fue al baño, se echó agua en el rostro para mitigar el sueño y regresó a su escritorio. Retomo sus hojas y ya con lápiz en mano volvió a escuchar un ruido, era el crujir de unas hojas de papel.

-¡Te dije efectivamente! Y, lo único que hiciste fue llenarte de pánico. ¿Acaso no me ves? –dijo la voz.

-¡Maldición! ¡Otra vez! ¡No fue mi imaginación! ¿Quién eres tú? –exclamó el autor. -Soy tu inspiración. Baja la vista. Mírame. Aquí estoy –dijo la voz.

Pero al autor le aterraba la idea de encontrar algo ahí abajo, bajó la mirada y cuando sus ojos descubrieron la cosa que hablaba, enmudeció. Aquello era una figura siniestra. Un cuerpo formado por dos hojas de papel y unidas por una liga. Los brazos los componían dos bolígrafos. Sus dedos, una serie de sacapuntas y sus piernas dos hojas arrugadas de donde salían dos gomas desgastadas que parecían sus pies. Lo singular era su cabeza, una gran bola lápices de colores con puntas afiladas de cuya boca salían dos navajas y una serie de alfileres que la hacían de dientes. Lo tenebroso eran sus ojos, dos grandes canicas brillantes de color negro que reflejaban personas dormidas, parecían muertas.

-¿De dónde saliste? –preguntó el autor.

-Soy tu inspiración. Tu cuento, tu narración, tu principio o tu fin. ¿Ya me olvidaste? –dijo aquella cosa- Puedo ser burdo, hermoso, irónico o terrible. Todo depende de ti.

-¡Cállate! ¡Tú no existes! –gritó el autor. Y al unísono de esta exclamación aventó la figura al suelo con su brazo derecho. Sintió un descanso al ver como se estrellaba en el piso y se desbarataba. Cansado, el autor recargó su cabeza en el escritorio y enseguida se desmayó. Su inspiración lo había golpeado con una pesada engrapadora. Sonreía maliciosamente, disfrutaba su acción. Pronto corrió y desapareció entre los cajones. Cayó la noche y llegó el amanecer. Al despertar el autor sintió un fuerte dolor de cabeza, se llevó la mano a la nuca y apreció una hinchazón. En su mano había rastros de sangre. Intentó recordar lo que había pasado. Concluyó que todo era obra de su borrachera, un mal sueño. Así pasó el día y al llegar la noche, cuando se disponía a trabajar después de saborear varias copas de vino, no pudo escribir. No era raro, no había ideas. Su bolígrafo entonces comenzó a temblar, el autor lo miró extrañado y observó como brincaba hacia unas hojas. Era el brazo de la cosa que calculó soñar.

-¡No puede ser! –grito el autor horrorizado -¡Tú otra vez!

-Te dije que era tu inspiración y en cada cosa que quieras escribir, ahí estaré –dijo la figura con un caminar muy singular. Sus cortas piernas de papel arrugado parecían desmoronarse al compás de los lápices que formaban su cabeza y semejaban víboras a punto de desprenderse.

-¿Qué quieres? –preguntó el autor.

-Que termines tu cuento.

-¿Y cómo quieres que termine mi cuento si no he comenzado?

-Que estúpido eres –dijo la inspiración –hace tiempo que empezaste y es momento de acabar. Mírame, soy uno de tantos borradores, soy tus personajes, tus recuerdos, tus fantasías. ¿Cuántos años llevas tratando de encontrar la idea genial?, ¿cuánto tiempo has olvidado?

-Muy bien –dijo el autor -dime en tal caso, ¿qué escribo cosa extraña?

-Primero –dijo la inspiración con sus grandes ojos de canica -¡No me digas cosa extraña!

Pero el autor no soportaba la voz de la inspiración. Era chillona como el zumbido de un silbato. –Podrías escribir tus palabras –dijo el autor temerosamente.

-¡Guaag! –exclamó la inspiración enfurecida -Tu sabes perfectamente que yo soy tú y tu eres yo y no querer escucharme es renunciar a ti mismo. ¿Sabes porque no puedes escribir tu cuento? Porque tu y yo sabemos que un cuento debe ser para los demás.

-Muy bien -dijo el autor -¿qué te trae por aquí?

-¿Qué, qué me trae por aquí? Yo me aparezco a la hora justa –dijo la inspiración -¿No me reconoces?

-¡Lárgate! ¡Déjame solo de una vez! ¡No quiero verte! –grito el autor –Tu eres parte de mi locura, de la estupidez.

El autor entonces se armó de valor, corrió hacia la puerta y antes de salir le aventó unos libros a la cosa extraña. Cerró la puerta y apretó la manija. Sin embargo, pronto advirtió que la figura extraña le acompañaba. La inspiración entonces lo devolvió a picotazos con su cabeza. Pero las puntas afiladas de los lápices le rompieron el pantalón y le hirieron la pierna. Resignado y con lágrimas en los ojos se dejó caer sobre su sillón. Estaba desesperado. No alcanzaba a comprender porque la figura no se iba. Cuando la inspiración lo vio llorar trató de consolarlo, le sirvió una copa de vino tinto y brindó con él. Pero el autor desconfiaba de la inspiración, titubeaba ante su actitud. Rendido finalmente observó las canicas de la figura y empezó a escribir. Había una vez... un fin, escribió el autor

-Ya perdiste demasiado tiempo- dijo la inspiración -ya no hay cuento. Mira bien, no hay cortinas, tampoco puertas, ni vino, ni copas, ni tú, ni yo. Tu tiempo se acabó. Bienvenido a tu principio. ¡Voilà!

FIN

lunes, 1 de noviembre de 2010

jueves, 16 de septiembre de 2010

Visita de los indios kikapoos a Maximiliano

Alejandra López Camacho


Todos están de pie, menos un niño que se arrastra por el suelo. Carlota los ve extrañada, como intentando descubrir tras la pintura que les cubre el rostro sus verdaderos gestos. Cuan maravillados y atentos parecen estar los emperadores frente a esos indios que se denominan “kickapoos”. Ellos vienen del norte del país de México, para ser exactos, del vecino departamento de Coahuila. Maximiliano les ha recibido, les escucha y observa extrañado. Aquellos hombres visten camisas largas, pantalones anchos de cuyos lados cuelgan pequeñas tiras de piel que los indios llaman “mitazas”. Portan también unos curiosos calzados de piel de venado bordados con chaquira de colores, los denominan “tehuas”.



Durante la estadía de Maximiliano en México, la pintura al óleo representó ante todo la defensa de un sistema de gobierno imperial. Se trataba de darle validez, frente a ojos europeos, a la institución que le mantenía en el poder. De ahí el valor de la pintura que pretendía combatir la información y calumnias que perjudicaran al Imperio de México, más aun si Maximiliano pretendía el apoyo económico y político de occidente. Así que la pintura realizada en 1865 por el pintor Jean Adolphe Beaucé, (1) denominada, “Visita de la embajada de los indios kickapoos al emperador Maximiliano” tuviera por objetivo mitificar la imagen de Maximiliano. Era necesario presentarle al mundo como el padre benévolo de la raza indígena que lograba por fin la conciliación de las razas y la legitimación y aceptación de los emperadores como máximas autoridades de México, hecho que marcaba un distanciamiento con el entonces presidente de la República, Benito Juárez.

En esa representación pictórica donde aparecen además los retratos de Napoleón III, su esposa María Eugenia y Carlos V, se presentaría también la comitiva imperial encabezada por los emperadores y desde luego los indios kickapoos majestuosamente ataviados con collares que parecen ser de plata y oro. Los indios aparecen perfectamente vestidos sin indicios de pobreza, sin embargo, una de las situaciones que atravesaba estos indios era precisamente las precarias condiciones de vida que tenían en 1864. No obstante, la visión que se necesitaba dar hacia el exterior era la de un país totalmente distinto un proyecto que encerraba la atracción de la inversión extranjera.

Un elemento que destaca en la pintura es la ausencia de armas, lo que también suponía la paz y estabilidad del Imperio Mexicano. (2) Así, la imagen de los emperadores vinculada a la de los indios en posición de paz enunciaba una aceptación de los indios como tales, con sus costumbres, tradiciones y formas de vida (esto no implica que no se deseara su educación), es el jefe indio el que habla y levanta la mano, mientras que Maximiliano y Carlota escuchan atentos. A juicio de Luis González y González, Maximiliano en algún momento llegó a pensar en la posibilidad de devolverles las riendas del gobierno a los indios, al grado de querer hacer de un niño indígena un príncipe heredero del trono. (3)

Aunque de esa visita se realizaron algunas otras pinturas y litografías, hemos de tomar como punto de comparación dos fotografías realizadas alrededor de 1865, donde se muestran otras escenas de estos indios. En la primera fotografía (1865) denominada “Dos mujeres y un niño”, de François Aubert, podemos apreciar la sencillez con que visten las dos mujeres y el niño. Esther Acevedo menciona que la presencia de los indios en la ciudad de México debió impactar los ánimos de algunos, siendo Aubert uno de los que les capturaron en diferentes poses, pero sin los atavíos con los que resaltan en la pintura de Beaucé.

De manera simultanea, en la segunda fotografía perteneciente al fondo Cruces y Campa, puede apreciarse a unos indios ataviados con sencillez y sin la elegancia de grandes plumas de colores en sus penachos. No hay rostros pintados, tampoco aparecen joyas y en su lugar afloran collares de cuentas, no existe por tanto aquel elemento exótico que rodea a la pintura de Beaucé. Surge la pregunta, ¿el pintor Beaucé introdujo una imagen pictórica desvirtuada de los verdaderos indios kickapoos o realmente se presentaron así ante Maximiliano?



Durante el Segundo Imperio Mexicano, la fotografía fue un recurso publicitario utilizada por los emperadores para favorecer su gobierno. A juicio de Arturo Aguilar Ochoa, este imperio resultó ser “...un periodo clave, en el que la cámara presagia sin vacilación el importante papel que desempeñaría más tarde en la comunicación visual”, (4) a lo cual se agregaría la importancia de su papel dentro de la política nacional e internacional. Fue la cámara el instrumento de los fotógrafos que pretendieron dejar grabadas en imágenes la realidad que les rodeaba.

Si a esto agregamos los comentarios que la prensa realizó sobre la visita de esos indios, nos encontraremos con que existe una opinión más cercana al mensaje que contienen las fotografías. En un comentario publicado por el periódico La Gaceta de Monterrey y a su vez por el periódico La Idea Liberal de Puebla el 17 de diciembre de 1864, se decía que a su paso por Monterrey, los indios kickapoos habían visitado al prefecto político de ese departamento D. J. M. Aguilar con la finalidad “...de que se les permitiera permanecer en posesión de cuatro sitios de tierra que parece le fueron concedidos por el presidente Arista”. (5)

Lo anterior demuestra que aquellos indios tenían grandes carestías. Uno de los principales problemas a que se enfrentaron fue al requerimiento de tierras para vivir y establecerse, pues las constantes guerras y legislaciones habían desprovisto a estos hombres de sus tierras. Y en esto aparece la preocupación de Maximiliano por los indígenas, ya que representaban la mayor parte de la población. De ahí que era necesario educarlo para poder integrarlo a esa nueva sociedad capitalista que se deseaba establecer en México. De ahí también su preocupación porque las imágenes oficiales donde aparecieran los emperadores mantuvieran un mensaje que rectificara las ideas erróneas sobre México y su situación política.

Para Maximiliano fue importante en todo momento la opinión pública favorable a la monarquía al grado de atraer la atención e inversión de otros países. No obstante, dice Antonio Martínez Báez, Maximiliano “...emitía leyes y decretos en momentos en los que era más necesario la pacificación del Imperio y la consolidación del gobierno, que causar algún efecto en Europa”. (6) En fin que la imagen pictórica y fotográfica de los indios kickapoos, así como los comentarios periodísticos representan un ejemplo de las variadas opiniones que se pueden difundir sobre un acontecimiento.

CITAS

1. El pintor francés Jean Adolphe Beaucé realizó para Maximiliano las siguientes pinturas: El retrato ecuestre de Maximiliano, El retrato de Maximiliano, La defensa de Morelia por el general Márquez, La defensa de San Luis por el general Mejía, Recepción de salvajes por sus majestades, Un campamento de suabos y Cazadores de África, en VALDIOSERA, Ramón, Maximiliano vs. Carlota. Historia del affaire amoroso del Imperio Mexicano 1865-1927, México, Editorial Universo México, 1980, p. 125.

2. ACEVEDO, Esther, “El legado artístico de un imperio efímero. Maximiliano en México, 1864-1867”, en Testimonios artísticos de un episodio fugaz (1864-1867), México, Museo Nacional de Arte-Instituto Nacional de Bellas Artes-Patronato del Museo Nacional de Arte, 1995, p. 71.

3. GONZÁLEZ y González, Luis, “El indigenismo de Maximiliano”, en ARNAIZ y Fregoso, Arturo y BATAILLON, Claude, La intervención francesa y el Imperio de Maximiliano. Cien años después 1862-1962, México, Asociación Mexicana de Historiadores. Instituto Francés de América Latina, 1965, p. 113.

4. AGUILAR Ochoa, Arturo, La fotografía durante el imperio de Maximiliano, México, Universidad Nacional Autónoma de México- Instituto de Investigaciones Estéticas, 1996, p. 16.

5. La Idea Liberal, Sección Noticias Nacionales, Núm. 13, Puebla, Sábado 17 de diciembre de 1864, p. 4.

6. MARTÍNEZ, Baéz, Arturo, “La política de Maximiliano a través de sus leyes y decretos”, en Arturo Arnaíz y Fregoso, op. cit, p.114.

BIBLIOGRAFÍA

Acevedo, Esther, “El legado artístico de un imperio efímero. Maximiliano en México, 1864-1867”, en Testimonios artísticos de un episodio fugaz (1864-1867), México, Museo Nacional de Arte-Instituto Nacional de Bellas Artes-Patronato del Museo Nacional de Arte, 1995.

Aguilar Ochoa, Arturo, La fotografía durante el imperio de Maximiliano, México, Universidad Nacional Autónoma de México- Instituto de Investigaciones Estéticas, 1996.

González y González, Luis, “El indigenismo de Maximiliano”, en Arnaiz y Fregoso, Arturo y Bataillon, Claude, La intervención francesa y el Imperio de Maximiliano. Cien años después 1862-1962, México, Asociación Mexicana de Historiadores. Instituto Francés de América Latina, 1965.

Martínez, Baéz, Arturo, “La política de Maximiliano a través de sus leyes y decretos”, en Arturo Arnaíz y Fregoso, en Arnaiz y Fregoso, Arturo y Bataillon, Claude, La intervención francesa y el Imperio de Maximiliano. Cien años después 1862-1962, México, Asociación Mexicana de Historiadores. Instituto Francés de América Latina, 1965.

Massé, Zendejas, Patricia, “Tarjetas de visita de Cruces y Campa”, en México en el Tiempo. Revista de Historia y Conservación, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia- CONACULTA-Universidad Nacional Autónoma de México, Núm. 31, 1999, p. 37.

Valdiosera, Ramón, Maximiliano vs. Carlota. Historia del affaire amoroso del Imperio Mexicano 1865-1927, México, Editorial Universo México, 1980.

HEMEROGRAFÍA

La Idea Liberal, Sección Noticias Nacionales, Núm. 13, Puebla Sábado 17 de diciembre de 1864.

sábado, 21 de agosto de 2010

MAXIMILIANO Y CARLOTA EN "EL PÁJARO VERDE", 1864. Análisis crítico de las litografías de los emperadores

Alejandra López Camacho



1. Sobre el origen de la litografía de Maximiliano reproducida en El Pájaro Verde:

El día viernes primero de enero de 1864, El Pájaro Verde daría a conocer en su sección editorial la “Noticia Biográfica” del príncipe Maximiliano escrita por José María Gutiérrez de Estrada (1). En aquella noticia, que ocupó aproximadamente tres de sus pequeñas páginas (30 x 35 cm.), aparecería la litografía del futuro emperador junto con las iniciales, “S. A. I. y R. (Su Alteza Ilustrísima y Reverendísima). El archiduque Fernando Maximiliano de Austria”. En esta imagen, en cuyo pié de página no figura el nombre del autor (2) y en donde además no se le da el calificativo de emperador de México, el próximo soberano aparece con los rasgos de un joven de aproximadamente 25 años, y no con el semblante del hombre maduro que arribó a tierras mexicanas en cuyo rostro (3), captado por el fotógrafo Giuseppe Malovich en el año de 1864 y por el pintor Albert Graefle en 1865, luce una barba crecida que le hace parecer de mayor edad. Esto sugiere que la litografía reproducida en el diario se realizó algunos años antes de 1863, periodo cuando la comisión de Notables encabezada por Gutiérrez de Estrada, ofrecería la corona de México a Maximiliano. De ahí que cuando se realiza la litografía de Maximiliano, es posible que éste luciera sin bigote, con cabellos cortos y un peinado menos formal, lo que puede observarse en la litografía de Decaen que se anexa al trabajo como imagen complementaria de las dos litografías que son el objeto de estudio de este trabajo (ver imágenes).


“S.A.I. y R. El archiduque Fernando Maximiliano de Austria”, El Pájaro Verde, Núm. 145, México, viernes 1 de enero de 1864, p. 2.
Decaen, “Sus majestades el archiduque Maximiliano y la archiduquesa Carlota (Litografía 14 x 10), ca. 1864, ver: Acevedo, Esther, “La creación de un proyecto imperial, en, Testimonios artísticos de un episodio fugaz (1864-1867), México, Museo Nacional de Arte/INBA, 1995, p. 38.


Giuseppe Malovich, “Maximiliano”, 1864, cat. 213, (Albumina 9 x 6), ver: Acevedo “La creación de un proyecto imperial, en, Testimonios artísticos de un episodio fugaz (1864-1867), México, Museo Nacional de Arte/INBA, 1995, p. 39.

Esther Acevedo comenta que entre el mes de octubre de 1863 y el mes de abril de 1864, fechas correspondientes a la ceremonia de ofrecimiento de la corona y la aceptación de Maximiliano al trono de México, se hizo necesaria la construcción de una imagen publicitaria de los emperadores para enviarla a México como una especie de tarjetas de presentación de los futuros soberanos. De aquella misión se encargaron la diputación de Notables y los futuros emperadores que se tomaron nuevas fotografías para ser enviadas a México.

De este modo, las primeras imágenes de Maximiliano que llegaron a México y que se reprodujeron masivamente, serían las fotografías realizadas por Giuseppe Malovich en Trieste, en las que él está vestido con traje de vicealmirante con todas sus condecoraciones y en traje de civil. Este fotógrafo, dice Acevedo, “permaneció en la lista de pagos de Maximiliano durante los primeros tres meses de 1864 cobrando la enorme suma de 1000 florines” (4). De ser así, entonces la litografía que aparece en El Pájaro Verde no corresponde a una de las fotografías tomadas por Malovich durante aquel año.

Giuseppe Malovich, “Maximiliano”, 1864, cat. 212, (Albumina 27 x 21.5), ver: Acevedo, Esther, “La creación de un proyecto imperial, en, Testimonios artísticos de un episodio fugaz (1864-1867), México, Museo Nacional de Arte/INBA, 1995, p. 40.


A lo anterior se agrega que en el mes de noviembre de 1863, Luis Arroyo, secretario de la Regencia, le pidió al presidente de la comisión de la Junta de Notables, J. M. Gutiérrez de Estrada, que le enviara una buena fotografía del emperador y de su esposa para hacerla del conocimiento público, porque la fotografía que Gutiérrez de Estrada había mandado a México y que Arroyo había mandado litografiar (aunque no se aclara cual imagen), en la que aparece Maximiliano en traje de marino, no se parecía mucho al Maximiliano que iba a llegar a tierras mexicanas, por lo que se requerían de otras imágenes más actuales.

Albert Graefle, “Maximiliano de Habsburgo” (Óleo sobre tela 255 x 168), 1865, cat. 24, ver: Acevedo, Esther, “La creación de un proyecto imperial, en, Testimonios artísticos de un episodio fugaz (1864-1867), México, Museo Nacional de Arte/INBA, 1995, p. 40.


A juicio de Acevedo, factiblemente la imagen de Maximiliano de la que habla Arroyo y que se dio a conocer desde finales de 1863, fue la que Gutiérrez de Estrada publicó en su libro titulado Fernando Maximiliano, archiduque de Austria (5). A lo cual se considera que probablemente la imagen que apareció en el libro corresponda a la litografía publicada en el periódico El Pájaro Verde en el año nuevo de 1864.



Acerca de los motivos de la reproducción de la litografía de Maximiliano:



Si se observa con detalle el retrato y se compara con el texto que acompaña a la imagen, se vera que ante todo, la litografía y el texto, lejos de ser parte de la construcción de una campaña publicitaria, tenían la intención de justificar públicamente un sistema de gobierno que, aun cuando no estaba establecido todavía y hubiese sido aprobada por la Junta de Notables desde el 8 de julio de 1863 (6), requería de la aceptación pública. Finalmente aquel sistema gobernaría el futuro de los mexicanos hacia tradiciones políticas y sociales monárquicas. Esas tradiciones habían permanecido arraigadas dentro de las formas de pensamiento, no sólo de quienes apoyaron el establecimiento de aquel régimen de gobierno como J. M. Gutiérrez de Estrada y José Manuel Hidalgo (7), entre otros, sino hasta del mismo dueño del taller litográfico y tipográfico donde se elaboraba el periódico, es decir, de don Mariano Villanueva (8).

Resultaba por lo tanto de significativa importancia para el periódico y para el grupo de monarquistas que estuvieron relacionados con la publicación de la litografía y de la biografía, dar a conocer al público lector, y hasta no lector, la imagen de un hombre joven, de facciones finas y delicadas y con el porte de un príncipe, que además de mostrar en su pecho una condecoración en forma de cruz con una corona imperial en la parte superior, también muestra cierta gallardía al mantener la cara en alto y mirar de frente al espectador. A esto se agrega el hecho de que la imagen del futuro emperador, al sostener con su mano izquierda el mango de algo que parece ser una espada y mostrar su torso del lado derecho, como resultado de introducir su dedo pulgar en el bolsillo de su chaleco, brindan al retrato litográfico una actitud de elegancia. Finalmente se trataba de alguien que disfrutaba del abolengo real y de las buenas costumbres.

Pero, ¿por qué se reprodujo la litografía de Maximiliano en el periódico? Si bien con los detalles referidos en la biografía se exaltaba la figura de un hombre que había tenido la oportunidad de viajar y conocer numerosas partes del mundo, tanto como haber gobernado el reino Lombardo-Véneto bajo prácticas liberales, según lo dice Gutiérrez de Estrada en la biografía, esas particularidades añadidas a la representación litográfica del futuro emperador, buscaban legitimar anticipadamente un sistema gobierno en México y a un archiduque europeo que disponía de la legitimidad dinástica y del rango real; elementos esenciales que le permiten a un rey conducir el destino de los hombres hacia formas de vida monárquicas y hacia el ejercicio de una autoridad imperial.

Finalmente con esos principios se esperaba alcanzar el ansiado orden, la paz y la unidad de un país, que no acababa por integrarse y que se veía amenazado por el cercano protestantismo estadounidense. Así lo consideraron algunos miembros del clero poblano como el sacerdote Francisco Javier Miranda, quien combatió los gobiernos republicanos e hizo campaña en favor del intervensionismo europeo, que aunque lo consideraba un mal, también creía que ratificaría la religión católica y al mismo tiempo protegería a México de los Estados Unidos (9).

De este modo, la representación escrita y litográfica de Maximiliano que se dieron a conocer el primer día del año, proyectaron intervenir dentro de la opinión pública o de una generalidad y registrar en ésta la necesidad de un sistema que devolvería a México la paz y la armonía. Y así lo hizo saber Gutiérrez de Estrada, en la biografía con la cual presentó a Maximiliano en el periódico, en la que además de describir con palabras los rasgos de aquel joven archiduque, proporciona ciertos detalles como el color de ojos del futuro soberano. Esto probablemente tuvo el propósito de enamorar a todo aquel que viera la imagen y leyera la biografía.

Una frente espaciosa y pura, indicio de una inteligencia superior; ojos azules y vivos en que brillan la penetración, la bondad y la dulzura; la expresión de su semblante es tal, que nunca se puede olvidar. El alma se refleja en su rostro; y lo que en él se lee es lealtad, nobleza, energía, una exquisita distinción y una singular benevolencia. (10)

Quedaba pues registrado el proyecto político-social, con palabras e imagen, de un hecho que pretendió guiar el destino de un país y que finalmente lo logró.

1. La litografía de Carlota.

Tres días después de la llegada de los emperadores a la ciudad de Veracruz, exactamente el día miércoles primero de junio de 1864, El Pájaro Verde publicó la litografía de la reciente emperatriz de México, María Carlota Amalia. Esta litografía que apareció en la primera página del periódico y que ocupó las columnas centrales del mismo fue, a diferencia de la litografía de Maximiliano, de mayores dimensiones debido a que entonces el formato del diario había aumentado 5 centímetros a lo largo y ancho. Y del mismo modo que la litografía de Maximiliano, se publicó al lado de una semblanza biográfica de la emperatriz escrita posiblemente por el editor y dueño de la imprenta, Mariano Villanueva, y a base de la recopilación de cartas de los miembros de la comisión mexicana que ofreció el trono a Maximiliano, como José María Gutiérrez de Estrada e Ignacio Aguilar y Marocho (11).

Sobre el origen de la litografía de Carlota reproducida en El Pájaro Verde:

La litografía de la emperatriz Carlota publicada en El Pájaro Verde, fue el fragmento de una fotografía sacada originalmente por Robert Jefferson Binham (12), que a su vez fue reproducida como carte de visite por el fotógrafo André Adolphe Eugéne Disdéri. En esa litografía cuyo autor no figura se lee lo siguiente en el pié de página: “S. M. (Su Majestad) María Carlota Amalia, emperatriz de México. (Sacado de una fotografía)”. Esto representaba para los lectores del periódico y para todo aquel que viera la imagen, la carta de presentación de Carlota como majestad y emperatriz de México caso contrario de la litografía de Maximiliano, a quien sólo se le presentó como su alteza y como archiduque, debido a que en esa época sólo se trataba de hacer la presentación publica del futuro emperador de México (ver imagen).

“S. M. María Carlota Amalia, emperatriz de México”, El Pájaro Verde, Núm. 145, México, miércoles 1 de junio de 1864, p. 1.

Resulta interesante el hecho que en ambas litografías, los autores no fueron importantes como artistas creadores de la obra o la copia. Este asunto pone de manifiesto su anonimato, caso contrario para los editores del periódico El Pájaro Verde, pues, de acuerdo a lo establecido por las leyes intervensionistas, siempre debía aparecer un responsable de los artículos sin firma.

La litografía de la emperatriz María Carlota, que puede ser la copia de la fotografía de Jefferson Bingham o de la carte de visite de Disderi es el fragmento de una fotografía de cuerpo entero, como puede apreciarse en el anexo número seis (ver imágenes). En ésta imagen, la emperatriz luce un traje de calle y no existe la formalidad en la vestimenta como fue el caso de la litografía de Maximiliano. Por otra parte, debido a que en la parte superior de su rostro existen sombras producidas por el sombrero que lleva puesto, no pueden apreciarse con claridad sus ojos ni su frente. Al mismo tiempo, si se observa con detenimiento se verá que tanto en la litografía como en la fotografía no existe la presencia de joyas ni de condecoraciones, lo que hace suponer que la fotografía original no fue realizada con fines públicos ni con los de hacer la presentación de una emperatriz.


Disderi, “Carlota Amalia, Aguilar Ochoa, Arturo, La fotografía durante el Imperio de Maximiliano, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Estéticas, 2001, p. 32.


Giuseppe Malovich, “Carlota”, 1864, cat. 210, (Albumina 27 x 21.5), ver: Acevedo “La creación de un proyecto imperial, en, Testimonios artísticos de un episodio fugaz (1864-1867), México, Museo Nacional de Arte/INBA, 1995, p. 40.

Esther Acevedo menciona que cuando Maximiliano fue fotografiado por Malovich, entre los meses de enero y marzo de 1864 con la finalidad de enviar sus imágenes a México para darse a conocer como los futuros emperadores, fue necesario tomar fotografías de Carlota en traje de gala, como se muestra en el anexo número siete, donde ya se encuentra enjoyada y aunque no hay corona, existe una guirnalda de flores y una condecoración (13). Estas imágenes probablemente llegaron a México después del mes junio, por esa razón quizá El Pájaro Verde publicó la litografía de Carlota en traje de calle.

Lo anterior permite afirmar que la falta de una buena fotografía de Carlota donde apareciera con todo el cargo de lo que implicaba ser una emperatriz, como es el caso de la pintura realizada por Albert Graefle en 1865 y que pudiera ser litografiada para reproducirse en el periódico, hizo que el dueño y editor del diario reprodujera la imagen que probablemente alguno de los miembros de la comisión de notables que ofrecieron el trono a Maximiliano, le envió desde Europa. A esto se une el comentario que el editor hace en la semblanza biográfica que acompaña a la litografía de Carlota, “Cumplimos hoy nuestra promesa de obsequiar a los lectores con el retrato de S. M. la emperatriz Carlota. Hubiéramos deseado acompañarle con una biografía completa; pero la falta de datos bastantes, nos obligan a limitarnos a dar breves apuntes” (14).



Albert Graefle, “Carlota Amalia de Saxe Coburgo” (Óleo sobre tela 255 x 168), 1865, cat. 24, ver: Acevedo, Esther, “La
creación de un proyecto imperial, en, Testimonios artísticos de un episodio fugaz (1864-1867), México, Museo Nacional de Arte/INBA, 1995, p. 63.


Acerca de los motivos de la reproducción de la litografía de Carlota:

Si la publicación de la litografía de Maximiliano meses antes de su llegada implicó la presentación del futuro soberano, así como la justificación y legitimación de la monarquía, la de Carlota representaba la confirmación de un sistema que ya estaba presente en México. A esto se añade lo siguiente, la publicación de la litografía y de la semblanza biográfica se realizó el día primero de junio de 1864, pocos días antes del cumpleaños de la emperatriz Carlota, el día 7 de junio, de ahí que posiblemente para los editores y para el dueño del periódico fue de significativa importancia atraer la atención de los emperadores hacia la institución que ellos representaban, El Pájaro Verde, como una forma de congraciarse con las personalidades imperiales o con el mismo sistema.

Por otra parte, llama la atención el hecho que aun cuando los emperadores no se encontraban en la ciudad de México, el dueño del periódico haya decidido hacer del conocimiento público la presentación de la emperatriz Carlota. Cuando la litografía y la semblanza biográfica se publicaron, los emperadores apenas se encontraban en las cercanías de la ciudad de Puebla después de arribar a Veracruz. ¿Por qué entonces no esperar a que los emperadores estuviesen en la ciudad? Sin duda al dueño del periódico le interesaba que alguno de los ejemplares llegara a manos imperiales. De ser así, ¿El Pájaro Verde del día 1 de junio lo recibieron los emperadores? Y si lo recibieron, ¿quién se los hizo llegar?

Para el dueño del periódico, la reproducción de la imagen de Carlota debió representar un acontecimiento relevante en cuanto a la litografía se refiere, pues ocupó casi la totalidad de la sección editorial, no así para la semblanza biográfica, para la cual existieron pocos datos. Sin embargo, el escaso contenido de la biografía, que hace las veces de marco a la imagen, contó tanto como la de Maximiliano. Fue, a partir de lo escrito, la consagración de un sistema de gobierno que más allá de sustituir un sistema republicano, estaba recobrando conocidas formas de vida monárquicas en las que estaría presente el amplio conocimiento de los soberanos.

México desde ese momento se hallaría gobernado por dos ilustres personas que le conducirían a su progreso científico tanto como a la paz y al orden que no existía. Y en esto fue importante al mismo tiempo establecer una relación de confianza y conocimiento entre el periódico y los lectores. Era sobre todo a estos últimos a los que se trataba de convencer del bienestar del sistema monárquico, aunque también se trataba de persuadirlos acerca de la bondad y sencillez de los emperadores, pero sobre todo de Carlota. Esto finalmente pudo ser otra razón para que se decidiera publicar una imagen de la emperatriz en traje de calle, agregada a la descripción que de ella hace Ignacio Aguilar y Marocho contenida en el editorial.

La archiduquesa es una de esas personas que no pueden describirse, cuya gracia y simpatía, es decir, cuya parte moral no es dable al pintor trasladar al lienzo, ni al fotógrafo al papel. Figúrate una joven alta, esbelta, llena de salud y de vida y que respira contento y bienestar, elegantísima, pero muy sencillamente vestida; frente pura y despejada; ojos alegres, rasgados y vivos, como los de las mexicanas; boca pequeña y graciosa, labios frescos y encarnados, dentadura blanca y menuda, pecho levantado, cuerpo airoso y en que compiten la soltura y majestad de los movimientos; fisonomía inteligente y espiritual, semblante apacible, bondadoso y risueño, y en que sin embargo, hay algo de grave, decoroso y que infunde respeto... (15)

Ahora, la respuesta al porqué se reprodujo la litografía de Carlota está en relación con la legitimación y justificación de un sistema de gobierno que aprobaron personajes como Mariano Villanueva, dueño del periódico y como los miembros de la comisión de notables que trajeron a Maximiliano y a Carlota a México. Pero ante todo, la publicación de la litografía buscaba la aprobación mayoritaria de los mexicanos y el hecho de reproducir la imagen de Carlota en primera plana hace suponer que se buscaba atraer y cautivar las miradas de la gente cuya curiosidad les hiciera acercarse al periódico para saber quien era esa persona que miraba de reojo y a la cual se le había dedicado tal trascendencia.

Es importante aclarar que salvo las imágenes de los emperadores, el periódico no publicó litografías de otros personajes, con excepción de algunos anuncios comerciales. Esto nos permite afirmar que la litografía, a pesar de ser una herramienta que facilitó la distribución masiva y que posibilitó la introducción de imágenes en los periódicos, no fue del todo necesaria para El Pájaro Verde, publicación a la cual le interesaban sobre todo sus editoriales. No obstante, la publicación de las litografías de los emperadores debió resultar un hecho considerable para el dueño del periódico, lo que saca a relucir su vasto interés por que se estableciera la monarquía en México y que mejor forma de captar ese acontecimiento sino a través de dos litografías.


Sobre el uso de la litografía como copia de una fotografía dentro de la prensa:


Luc Boltansky sostiene que la intención de utilizar a la fotografía para dar testimonio de un acontecimiento real y transmitirlo a través de la prensa, fue un hecho que existió desde la primera mitad del siglo XIX. También menciona que el uso del grabado y de la litografía en los periódicos fue el precedente de la introducción de la fotografía en la prensa (16). De alguna manera se buscaba ilustrar aquello que el diario consideraba de gran relevancia dentro de la realidad que les envolvía, es decir, las ilustraciones respondían a intereses particulares no tanto de quien realizaba las imágenes sino de la misma tendencia partidista del periódico en la que estaba presente el dueño del periódico, el editor o el que pagaba por la publicación de la misma.

Para el caso de El Pájaro Verde, la llegada de los emperadores al continente americano y en específico a México, fue un acontecimiento de gran envergadura que requirió de la ilustración del suceso. Esto se hizo a partir de la reproducción de la imágenes de los emperadores; ilustraciones que tuvieron que ser acompañadas de las semblanzas biográficas que funcionaron como marcos de las litografías, como leyendas o como el antecedente de un reportaje.

Por otra parte, si la fotografía de Carlota donde aparece de cuerpo entero (ver anexo 7) contaba la historia de una mujer que había sido fotografiada en un elegante traje de calle, pero no la de una emperatriz que denota todo su carácter real a partir de su vestimenta, la litografía reproducida en el periódico debía ir más allá. Fue necesario en consecuencia, armar una imagen de Carlota, a partir de la fotografía, especial para El Pájaro Verde. Esta sería en forma de un retrato al óleo donde la figura central aparece de medio cuerpo y el resto se esfuma hacia abajo, esto finalmente otorgaría a la litografía un nivel de grandeza.

De acuerdo a lo expuesto por Boltansky (17), las imágenes que se introducían en la prensa también debían ser simbólicas, cada uno de los objetos contenidos en la imagen debía remitir a un tema en específico, a la reconstitución de un acontecimiento. De esta forma, la publicación de la litografía de Carlota, de la cual sólo se sacó el busto de la misma a partir de la fotografía, debía remitir al lector a su realidad, a su presente, contrario a la de Maximiliano que representaba hechos porvenir. En consecuencia la litografía de Carlota, donde sobresalen los tonos oscuros de su vestimenta y la blancura de su rostro, manos y fondo, tenía por objetivo la atracción y seducción del lector hacia el símbolo monárquico representado por Carlota. La litografía recordaría “el suceso de actualidad” (18), aunque también contaría una historia, la historia de una princesa que había soñado con ser reina.

Citas


1. José María Gutiérrez de Estrada, fue el presidente de la comisión de Notables que ofrecieron el trono de México a Maximiliano en Miramar, el 3 de octubre de 1863. Fue también un hombre de progreso y de conciencia política ilustrada, ingresó “al servicio exterior, fue senador y fue desterrado por la Ley Caso. Federalista moderado, ocupó el Ministerio de Relaciones en 1835, pero renunció al cargo cuando se percató que los pronunciamientos que apoyaban el cambio de sistema, no eran resultado del “voto libre y espontáneo””. Después de su renuncia partió para Europa y en 1840, consternado por los acontecimientos mexicanos escribió una carta al presidente Anastasio Bustamante en la que propuso como solución a los problemas de la nación, la instauración de una monarquía constitucional, en: VÁZQUEZ, Josefina Zoraida, “Centralistas, conservadores y monarquistas 1830-1853”, en: Morales, Humberto y Fowler William (coord.), El conservadurismo mexicano en el siglo XIX (1810-1910), BUAP, Saint- Andrews University y Gobierno del Estado de Puebla, México, 1999, pp. 125-126.
2. Respecto de esta litografía, Arturo Aguilar sostiene en su libro La fotografía durante el Imperio de Maximiliano en la página 28, obra citada anteriormente, que en El Pájaro Verde se menciona que la litografía fue copiada de un trabajo de Giuseppe Malovich, fotógrafo de la corte en Trieste, sin embargo que en la litografía no aparece el nombre del autor.
3. Cuando Maximiliano llegó a México, lucía bigote y barba crecida y peinada hacia los lados, al mismo tiempo, las entradas en su frente se hicieron más profundas (debido a la pérdida de cabello) y su peinado se caracterizó por una especie de dos cárieles verticales peinados hacia el frente y pegados uno a cada lado de la cabeza.
4. ACEVEDO, Esther, “La creación de un proyecto imperial”, en: Testimonios artísticos de un episodio fugaz (1864-1867), México, Museo Nacional de Arte/INBA, 1995, p. 39.
5. Ibidem, p. 39.
6. Valadés, José C., Maximiliano y Carlota en México. Historia del Segundo Imperio, México, DIANA, 1993, p. 120.
7. José Manuel Hidalgo fue un mexicano que desde 1876 radicó en Francia, a partir de entonces se relacionó con la aristocracia francesa y se convirtió en un hombre cercano a la emperatriz Eugenia, esposa del emperador Napoleón III. Hidalgo junto con J. M. Gutiérrez de Estrada fue uno de los miembros de la Junta de Notables que ofrecieron a Maximiliano el trono de México en Miramar en el año de 1863. En 1868 publicó en París su obra: Apuntes para escribir la historia de los proyectos de monarquía en México desde el reinado de Carlos III hasta la instalación del Emperador Maximiliano, en: MUSACCHIO, Humberto, Diccionario Enciclopédico de México, T. II, México, Andrés León Editor, 1990, p. 842.
8. Mariano Villanueva y Francesconi fue el fundador, director, propietario y editor del periódico El Pájaro Verde; publicación que al suspenderse fue reemplazada por La Bandera Nacional que tuvo apenas un año de vida y cuyo primer número apareció el 27 de septiembre de 1877, en: Diccionario Porrúa. De historia, biografía y geografía de México, T. III, México, Editorial Porrúa, 1995, pp. 2606-2607. El señor Villanueva fue además autor de la obra: Memorias fantásticas del pájaro verde: ensayo para una novela, publicada en la ciudad de México en el año de 1868, e impresor de la obra de Luis Francois, Vevillot, La vida de Nuestro Señor Jesucristo, obra traducida por Antonio Juan Vildósola e impresa en la ciudad de México en el año de 1868, en: Biblioteca Nacional de la Universidad Nacional Autónoma de México.
9. El padre Francisco Javier Miranda fue otro miembro más de la comisión de Notables que ofrecieron la corona de México a Maximiliano, en: “Carta de Francisco Javier Miranda al General Leonardo Márquez”, La Habana, 22 de noviembre de 1861, en: TAMAYO, Jorge L. (Selección y notas). Benito Juárez. Documentos, Discursos y Correspondencia, t. 5, México, Secretaría del Patrimonio Nacional, 1966, pp. 295-297.
10. Gutiérrez de Estrada, José María, “Noticia biográfica del archiduque Fernando Maximiliano de Austria”, El Pájaro Verde, T. II, Núm. 145, ciudad de México, 1 de enero de 1864, p. 3.
11. Ignacio Aguilar y Marocho fue diputado federal (1846), ministro de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública de Antonio López de Santa Anna (1853-1855). Fue además de los que ofrecieron el trono de México a Maximiliano, quien ya en el poder le nombró embajador en el Vaticano y España, en: Humberto Musacchio, op. cit., T. I, p. 25.
12. Arturo Aguilar sostiene que en el mes de marzo de 1864 en París, el fotógrafo Jefferson Binham tomó varias fotografías a la pareja imperial en traje de calle, una de ellas fue la de Carlota que se reprodujo en el periódico en forma de litografía, en, Aguilar Ochoa, Arturo. La fotografía durante el Imperio de Maximiliano, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Estéticas, 2001, p. 29.
13. Esther Acevedo, op. cit., pp. 37-40.
14. S. A. “Su majestad la emperatriz Carlota”, El Pájaro Verde, T. II, Núm. 272, ciudad de México, miércoles 1 de junio de 1864, p. 1.
15. Carta del Sr. Ignacio Aguilar y Marocho, del 5 de ocubre de 1863, escrita en Trieste, contenida en el editorial: “Su majestad la emperatriz Carlota”, El Pájaro Verde, T. II, Núm. 272, México, miércoles 1 de junio de 1864, p. 1.
16. BOLTANSKY, Luc, “La retórica de la figura”, en: Pierre Bourdieu, La fotografía: un arte intermedio, México, Nueva Imagen, 1979, 189-191.
17. Ibidem, p. 193.
18. Ibidem, p. 195.

Bibliografía

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un episodio fugaz (1864-1867), México, Museo Nacional de Arte/INBA, 1995.
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VÁZQUEZ, Josefina Zoraida, “Centralistas, conservadores y monarquistas 1830-1853”, en:
Morales, Humberto y Fowler William (coord.), El conservadurismo mexicano en el siglo XIX (1810-1910), BUAP, Saint- Andrews University y Gobierno del Estado de Puebla, México, 1999.

Hemerografía

El Pájaro Verde. Periódico de religión, política, literatura, artes, ciencias, industria,
comercio, medicina, tribunales, agricultura, minería, teatros, moda, revista general de la prensa europea y del Nuevo Mundo, México, Imprenta de Mariano Villanueva, 1864.