sábado, 14 de septiembre de 2013

La idea de independencia y el orden divino. El periódico La Sociedad de la ciudad de México, 1864-1867.


 por Alejandra López Camacho

Artículo publicado en la revista Letras Históricas de la Universidad de Guadalajara.  

Resulta interesante y a la vez revelador, analizar la idea de independencia a través de una publicación que favoreció el establecimiento de una monarquía en México en 1864, sobre todo por mano de un ejército invasor y en una época donde la situación política del país se debatía entre dos formas de gobierno.
Así, empezamos este trabajo diciendo que la Independencia y su consumación, conmemoradas el 16 de septiembre por orden del gobierno imperial, era un grato recuerdo de entusiasmo y júbilo para los periodistas de La Sociedad. [1] Desde la aparición del diario asomaron en sus páginas constantes votos por su aniversario. Esta era una fecha memorable y embrollaba un hecho azaroso cuando la metrópoli pareció “llamada a elevados y gloriosos destinos.”[2]
Acercarse a la interpretación de la idea de independencia manifestada en el diario y en los años que van de 1864 a 1867 representa recapacitar en el tipo de personas que escribían en la publicación. Representa además, reflexionar sobre los principios conservadores y monarquistas que sostenían la publicación y desde luego, reparar en que las creencias católicas y el poder religioso no estaban desprendidas de la política mexicana.
Sobre la vigencia del monarquismo en México durante el siglo XIX, es importante hacer un paréntesis de lo ocurrido entre 1821 y la época en que circuló La Sociedad. Esto nos permitirá explicar el monarquismo defendido por los periodistas como opción política.

Una antigua institución, la monarquía.

Tras la independencia de lo que hoy llamamos México, esto es, a principios del siglo XIX, los grupos políticos se encontraban divididos en dos posibilidades o proyectos de construcción del Estado-nación. De una parte se hallaban los grupos que apoyaban un sistema de gobierno republicano y de otra los que apoyaban la monarquía. Es decir, en el ambiente político permanecían dos ideas o imágenes de la políticas a seguir: la de las modernas facciones inclinadas hacia el federalismo y el republicanismo y la de las facciones tradicionalistas legadas por la colonia que si bien aceptaban las ideas liberales y el sistema republicano, también se veían inclinadas hacia la tradición política española. Veamos la naturaleza de estas dos posibilidades.
En un trabajo de hace algunos años, Edmundo O’Gorman consideraba que tras la consumación de la independencia de México, la gran diversidad de tendencias políticas: entre liberalismo radical y tradicionalismo, republicanismo y monarquismo, sus extremos y grados, existían como referencia política dos proyectos. Esta bifurcación de posibilidades, asegura O’Gorman, partían del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana sancionada en Apatzingán el 22 de octubre de 1814, conocida como Constitución de Apatzingán  y del Plan de Iguala de 1821.
La Constitución de 1814 abría las puertas a la modernización política hacia una forma de gobierno que si bien no se manifestaba como república, si lo hacía como Supremo Congreso Mexicano. Aunque este texto constitucional no entraría en vigor, sí delinearía la futura forma de gobierno con una división de poderes basada en tres funciones: el poder Legislativo representado por el Supremo Congreso, poder Ejecutivo encabezado por el Supremo Gobierno y el poder Judicial representado por Supremo Tribunal de Justicia. Esto es, habría delimitado las bases del programa republicano.
Ahora, las dos posibilidades políticas planteadas por O’Gorman claramente se distinguen en este primer periodo del siglo XIX, sin embargo ¿qué pasaba con los sectores políticos partidarios de la preservación del Antiguo Régimen que se percibían distantes del liberalismo? Si bien los absolutistas mexicanos aprobaron el establecimiento de Agustín de Iturbide, esto fue una medida para desconocer el gobierno constitucional de España y para formar un gobierno absolutista con príncipe español, aunque utilizando un príncipe americano de apariencia. De ahí que, dice Manuel Calvillo, es una hipótesis muy aventurada sostener que Iturbide obró conforme su sólo juicio.[3] Es decir, que los realistas, principalmente europeos que apoyaban la instauración del Imperio de Iturbide, respondían a la posición absolutista de Fernando VII, más aun cuando decreta la nulidad de la Constitución de 1812.  “El real decreto se publicó en México, parcialmente, en la Gaceta del 13 de agosto de 1814 e íntegro en la del día 17.”[4]

Para el rey (Fernando VII) [...], el delito y culpa mayores de los diputados y liberales, y el agravio más profundo que le habían inferido, era el haberlo despojado de su soberanía. Su concepto de la soberanía no era por cierto anacrónico, al menos no tanto como la idílica restauración de las leyes fundamentales de la monarquía y las Cortes que ofrecía convocar de acuerdo con ellas.[5]

Lo anterior es importante señalarlo en la medida que permite observar la reacción de aquellos independentistas que apoyaban un sistema político moderno y constitucional, y la de aquellos que apoyaban la independencia, pero bajo un anticonstitucionalismo y con miras a instalar un régimen de gobierno monárquico. Esta situación política abriría brechas hacia el republicanismo y el monarquismo, el federalismo y el centralismo, liberales y conservadores y sus medias tintas. Fisuras que a su vez darían paso al sostenimiento de una legitimidad afianzada en valores tradicionales, que no a la permanencia, y otra que se fortalecía con la renovación política.
Sin embargo, la jura de la Constitución de Cádiz por Fernando VII en el año de 1820, hizo que en México, las tendencias antiliberales apoyaran el establecimiento del Imperio encabezado por Iturbide, para evitar la implantación en México del constitucionalismo español. Cabe señalar, utilizando palabras de Calvillo, que “los antiliberales y los independentistas coincidían en separarse del gobierno constitucional de España, incluso los diputados mexicanos a las Cortes de Madrid, confiaran o no en Iturbide, y aprobaran o desaprobaran su proyecto.”[6] Es decir, más que plantear la posibilidad de un gobierno republicano o monarquista, la prioridad en ese momento era la independencia de España y, en concreto, de un gobierno constitucional español que resultaba contrario a los proyectos políticos perseguidos por ambos sectores para la nueva nación independiente.
El Plan de Iguala enunciado el 24 de febrero de 1821, proclamaba en primer lugar el cuidado de la religión católica, luego la independencia y, finalmente, el establecimiento de un gobierno monárquico encabezado, por Fernando VII o en su caso algún descendiente de la dinastía. Se solicitaba además, un monarca ya hecho y de antecedente real, pero mientras esto se resolvía una Junta o Regencia mandaría a nombre de la Nación y un Ejército de las Tres Garantías cuidaría que se cumplieran los artículos propuestos por el Plan de Iguala. Iturbide aparecía como primer jefe de este ejército, sin embargo, ¿quién encabezaría la Junta que gobernaría a nombre de la Nación?, ¿por qué Fernando VII gobernaría estas tierras?, ¿qué tipo de independencia resultaba de esto?
Si bien el Tratado de Córdoba de 25 de septiembre de 1821 sería más claro y ya mencionaría la independencia del Imperio Mexicano, nuevamente se llamaba a reinar a Fernando VII o a alguno de la [7] Bien que una vez instalado el imperio aparecería de nueva cuenta la tentativa del gobierno republicano.
dinastía, no obstante quedaba lugar a que las Cortes designaran a otra persona en caso de que alguno de éstos renunciaran. El Tratado sería rechazado por España y esto aniquilaría la posibilidad de la venida de un “monarca ya hecho”. Sin embargo esto mismo abrió las puertas a Iturbide y a la consumación de la independencia, pues en caso de que Fernando VII o alguno de la dinastía no aceptara el trono de México, “el congreso mexicano designaría a la persona del emperador, aunque no fuera un individuo de casa reinante, situación que se ha querido interpretar  a favor de la posible coronación de Iturbide.”
El imperio de Agustín de Iturbide respondía a una tradición política, aunque también a un rechazo del constitucionalismo español y a una actitud de España que forzó las circunstancias. En última instancia el Imperio implicó “el reconocimiento de la independencia mexicana por parte de la máxima autoridad española en la Nueva España y, en ese sentido, supuso un instrumento jurídico útil para apagar la resistencia de las autoridades realistas de la ciudad de México y permitir la entrega pacífica del mando a las autoridades mexicanas.”[8] Pese a esto, pronto salió a relucir que el imperio de Iturbide sería considerado ilegítimo por amplios sectores de la sociedad mexicana debido a varias razones: su gobierno carecía de consenso; existía arbitrariedad en la elección; Iturbide carecía del rango real, y, finalmente, el emperador no podía reducirse a la autodesignación.[9]
Cabe señalar, sin embargo, que el Congreso se reservó para sí la soberanía nacional, sancionaría las Bases Constitucionales del Imperio de 1822 e intentó quitarle a Iturbide el poder que detentaba, lo que provocó un enfrentamiento entre poderes. De ahí que cuando Iturbide abdica el 20 de marzo de 1823, tras multiplicarse las revueltas en su contra, el Congreso nombra un Ejecutivo provisional, el Triunvirato o Supremo Poder Ejecutivo integrado por Pedro Celestino Negrete, Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo, cuyo propósito fue negar la abdicación de Iturbide y decretar nula su coronación, “puesto que la existencia toda del Imperio era producto de la fuerza y por tanto ilegitimo.”[10] Con la sanción de las Bases de 1822...

se pretendió evitar la existencia de un monarca absoluto, pero el Congreso al desconocerlos dio lugar a un Congreso Absoluto. Las dificultades aumentaron al sumarse a la vida política mexicana, por ese tiempo, agentes extranjeros promotores de conspiraciones republicanas como Miguel Santa María o los diputados mexicanos que regresaron de España, como Miguel Ramos Arizpe y Mariano Michelena, quienes organizaron o ingresaron en las logias del rito escocés, principales centros de oposición a Iturbide.[11]

Aquella nulidad, ligada al establecimiento de las logias del rito yorkino en las provincias del norte como medida de oposición del Imperio,[12] más el decreto que declaró que la nación estaba “en absoluta libertad para constituirse como le acomode”,[13] permitieron la puesta en marcha de la Primera República Federal encabezada por Guadalupe Victoria en el año de 1824 y cuyo célebre ejemplo lo constituían los Estados Unidos. Las tendencias republicanas asumieron que ese sistema atendería una necesidad primordial del país: la gran diversidad de intereses regionales. El federalismo ayudaría a establecer la libertad legislativa necesaria para cada territorio, además de cubrir con los requisitos legales necesarios para proporcionar toda la legitimidad al gobierno. ¿En qué sentido? Fundamentalmente en el reconocimiento de un gobierno que era producto de la soberanía nacional y con el establecimiento de una Constitución que reconoce la existencia de un conjunto de poderes estatales y de un poder federal, entre otras cosas. Aunque a decir de Silvestre Villegas, el federalismo “en la realidad fue utilizado por diversos individuos interesados en fortalecer su autonomía de acción frente a las autoridades de la capital, excusándose en lo negativa que había sido la influencia cultural y política que siempre ejerció el centro del país respecto a las diversas provincias.”[14]
Pese a esto las tendencias tradicionalistas y monarquistas insistirían en el establecimiento de un régimen de gobierno monárquico en aras de otorgar un sistema político con legitimidad. Es decir, un gobierno que respondiera a la historia, al pasado, a lo conocido y a esa tradición monárquica que había gozado de la suficiente aceptabilidad y respeto por más de cuatrocientos años. Bien que en ese objetivo estaban fincados los intereses económicos, políticos y culturales de estas tendencias. Baste subrayar que a lo largo del siglo XIX existieron varias tentativas monárquicas.[15] Ahora, ¿por qué para estas tendencias la monarquía y no la república proporcionaría la legitimidad política en México? Principalmente porque lo republicano y, en particular, el federalismo invitaban a la democracia y...

 “democracia” remitía a la anarquía, a los cambios violentos, a la división, a la sangre, al desorden, a la falta de autoridad y en definitiva, a la ruina y establecimiento de un elemento confuso en la marcha del gobierno y de la sociedad.[16]    

Los años venideros, hasta 1846, donde están presentes los ensayos republicanos y centrales, la elaboración de los textos constitucionales de 1836 y 1843, la pérdida de Texas y su anexión a los Estados Unidos, además de la ambición del vecino país del norte que con pretextos de una guerra absurda, pretendía aprovecharse de la debilidad del gobierno mexicano y hacerse de la Alta California, Arizona y Nuevo México, hicieron que ciertos partidarios del establecimiento de una monarquía en México, como José María Gutiérrez de Estrada, José Manuel Hidalgo y el padre Francisco Javier Miranda, entre otros, promovieran con mayor insistencia el proyecto monárquico en México como medio de establecer el orden y salvar al país del peligro que representaba su inestabilidad política. [17]
Cabe señalar que ya desde 1846 el partido conservador había anunciado su ideario político en el periódico El Tiempo.[18] Entonces Lucas Alamán expuso el proyecto conservador y diría que México requería del establecimiento de una monarquía con príncipe extranjero y de estirpe real, aunque sin intervención, como medio de frenar el expansionismo norteamericano. Plantearía además la teoría de que la república implicaba intervención extranjera y división, mientras que la monarquía constituía la unidad, el orden, la conservación de la religión católica, las tradiciones y la presencia de una aristocracia de mérito personal. Ahora, entre 1847 y 1848 el federalismo enfrentó la invasión norteamericana y la pérdida de territorio mexicano, lo que sirvió de ofensiva por parte de los conservadores para llevar a cabo una embestida monárquica. Y para tal efecto el periódico El Universal fue la bandera de aquellos ideales. 
Desde la mirada conservadora, la patria se encontraba en caso de vida o muerte, de ahí que México precisara de un régimen fuerte con capacidad de salvarle de la tiranía norteamericana. Así se llegó a considerar en la década de los cincuenta que el establecimiento de una dictadura salvaría al país y quien mejor para encabezarla que Antonio López de Santa Anna. Lucas Alamán (conservador) y Miguel Lerdo de Tejada (liberal) escribirían en tal caso sus respectivas propuestas a Santa Anna tras ser electo presidente por el término de un año según el Plan Arroyo Zarco de 20 de octubre de 1852.[19] Alamán solicitaría el cese del federalismo, la conservación de la religión católica, el establecimiento de una nueva división territorial que borrara la forma de estados y el fortalecimiento de escuelas de Artes y Oficios. Lerdo de Tejada por otra parte demandaría  la continuación del sistema federal, la formación de un buen ejército, la instrucción para el pueblo y la corrección de los abusos del clero.[20]
Vemos pues que a lo largo del siglo XIX y hasta la década de los años 60, la lucha política entre las diferentes facciones se concentraría alrededor del establecimiento de un sistema federal y un sistema central. Sin embargo, el monarquismo mexicano no dejaría de estar presente como una corriente política que constituyó una opción política, pero que, a partir de 1846, se adjudicaría a una corriente política conservadora.

La idea de independencia y el orden divino.

Si bien los años de 1864 a 1867 representan el periodo cuando Maximiliano de Habsburgo se encuentra en México al frente del gobierno monárquico, es igualmente el periodo cuando Benito Juárez deambula por varios estados tratando de defender y establecer el gobierno constitucional republicano. En sí los años anteriores al establecimiento del Segundo Imperio fueron años donde el sistema político mexicano atravesó por varios procesos de inestabilidad política. Desde la promulgación de la Constitución de 1857, la serie de polémicas en torno a la misma y que coronaron en la aparición del Plan de Tacubaya que desconoció aquella legislación, la guerra de Tres Años y el periodo cuando estarían en el poder Benito Juárez, Félix Zuloaga y Miguel Miramón. Y en el transcurso de ese tiempo, periódicos de tendencia conservadora como La Sociedad aparecieron con un propósito: contribuir en la construcción de la legitimidad política de México, para cortar el mal hecho por la demagogia que había aplaudido la Constitución y había arrastrado a la nación a una guerra social, según determinaron los periodistas el 27 de diciembre de 1857, fecha de reaparición del periódico.[21]   
La Sociedad, cuyo subtítulo era Periódico político y literario, fue una publicación conservadora, según dijo El Monitor Republicano, aunque a su vez, de ideas rancias y fanáticas, anunció José María Iglesias en Las Revistas históricas sobre la intervención francesa.[22] La Sociedad, como uno de tantos diarios de la época, no es una ventana a realidades objetivas, por el contrario, es un medio de acceso a la cultura del diálogo político, a las ideas, palabras y conceptos que definieron una época y una tendencia política monárquica y conservadora. Expresa las particulares realidades versátiles de los hombres que integraron este órgano de difusión y enuncia las formas de concebir el porvenir, ligado a ciertos principios de autoridad y moralidad que funcionaron como ejes de esas realidades.
Sus impresores, José María Andrade y F. Escalante fueron destacados personajes que estuvieron relacionados con los libros y los diarios de la época. A ellos se debe la impresión de algunas obras como la Obra poética de don Manuel Carpio (1860), el Diccionario Universal de Historia y de Geografía (1853-1856) coordinado por Manuel Orozco y Berra y la impresión del periódico La Cruz (1855), publicación de religión y política, entre otras cosas.
Así tenemos que las páginas del diario manifiestan una preocupación política de la época y de la prensa conservadora: conciliar la armonía entre la Iglesia y el poder temporal; entre los representantes de Dios en la tierra y los hombres que legislaban; entre lo divino y lo humano, la sociedad y los gobiernos. Si bien los editoriales manifiestan una postura conservadora y partidaria del establecimiento de un gobierno bajo el amparo de la Providencia, es importante enfatizar que durante este periodo, el deseo de legitimar un sistema político y unas creencias religiosas no fueron exclusivas de La Sociedad, también intervienen otros periódicos conservadores de la época como El Pájaro Verde y La Cruz.
Durante las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XIX, la lucha política, en torno a la definición de una forma de gobierno, entrañó a su vez una lucha por la significación de los conceptos y términos utilizados por los diferentes partidos políticos. Los mecanismos discursivos utilizados por unos y otros reclamaban su esclarecimiento. Esto no solo fue importante para quienes integraban un partido político, también para quienes escribían y daban vida a una publicación. Sin embargo, debe tenerse claro para los periodistas conservadores que laboraban en el periódico La Sociedad, tan significativo fue aclarar los conceptos utilizados por ellos mismos como significativo resultó hacer ver al opuesto su error en el asunto interpretativo.

...se ha visto en Europa que si hay una prensa desmoralizada que ataca y destruye, hay otra también que defiende y repara los estragos que aquella causa en las creencias y en las costumbres, cubriendo las brechas que abre en los fundamentos de la sociedad. En esa lucha de la verdad contra el error, de los deberes contra las pasiones, lucha tenaz y encarnizada, el triunfo completo de la primera, aunque un poco se retarde, no puede ser dudoso.
Entre nosotros también, que nos hemos contagiado del espíritu de los falsos sistemas y de la corrupción de las ideas, la prensa inmoral y desorganizadora ha ejercido últimamente el privilegio exclusivo, bajo el reinado de la demagogia, de minar las bases de la sociedad, de la moral pública y privada y de la religión. Pero se han levantado también algunas voces al principio tímidas y después bastante enérgicas en defensa de los intereses legítimos y permanentes de la sociedad y de aquellos eternos principios en que descansa el orden público y a cuyo abrigo fecundan y florecen la paz y la dicha de las naciones y de las familias. En este reñido combate la prensa religiosa y conservadora ha obtenido los más hermosos y nobles laureles.[23]
           
Esta cita se traduce en lo siguiente, debido a que el discurso demagógico era ilegítimo y había ganando terreno en las interpretaciones, de acuerdo al punto de vista conservador de La Sociedad, era indispensable armar un discurso legítimo y de oposición. De esta forma “su” interpretación de la realidad a través de los conceptos conservadores no estaría sujeta a duda, sería la resultante de la tradición. Y sería legítima y permanente porque esa interpretación estaría adecuada a su contexto histórico. Ésta sería la resultante de la historia, del pasado, de la salud de las ideas y del adecuado ordenamiento político, social y religioso. En consecuencia la interpretación proporcionada por sus opuestos políticos se estimaría deformada y alterada, además de ser irreverente al pertenecer a ideas demagógicas e inmorales.
¿Cómo fue interpretado entonces el término independencia en las páginas de La Sociedad?
Un gran número de editoriales nos hablan de una celebración que remite a la lucha iniciada en Dolores por Miguel Hidalgo y Costilla el 16 de septiembre de 1810. Aunque también nos hablan de un glorioso aniversario que cuarenta y cinco años atrás había sido elevada a rango nacional por Agustín de Iturbide al ser consumada el 27 de septiembre de 1821. La interpretación del término “independencia”, respondía sobre todo a una necesidad de rescatar la imagen de una España protectora. Aunque también a una idea de libertad en sentido de desprendimiento de una nación. Claro que ese desprendimiento no implicaba la enemistad con España, pues, a juicio La Sociedad, España era la progenitora de México. De ahí que en esa lucha por la conservación o transformación de los conceptos, el término independencia, revelara la necesidad de legitimar un hecho pasado. Aunque también la lucha por la legitimidad de un lenguaje político ligado a un orden divino.
Sobre esto es importante reparar brevemente en dos obras editadas durante el siglo XIX que tuvieron como objetivo construir una historia nacional y que partían de esa dicotomía de la lucha de independencia iniciada en 1808 por Hidalgo y la consumación de la misma por Iturbide en 1821. Esto nos permitirá conocer y comparar las observaciones realizadas por La Sociedad y la opinión que existía a principios de siglo sobre los puntos relevantes en relación a la búsqueda del origen y la independencia de México. Así tenemos que para Lucas Alamán, de quien hemos hecho mención anteriormente, en sus Disertaciones sobre la historia de México (1844), va a resaltar la conquista y la llegada de Hernán Cortés como punto de partida de la historia nacional. En primer lugar porque la conquista representaba una guerra santa al tener la misión de instaurar la religión católica, en segundo porque Hernán Cortés se apreciaba como una figura que venerar, una especie de héroe de la conquista. Ligado a esto, en su obra denominada: Historia de México (1849), la independencia e Iturbide resultaban los grandes acontecimientos de la historia. Se trataba del desprendimiento de México (como hijo) de España y no de un atentado contra ésta. Bien que para Lorenzo de Zavala, liberal republicano que defendía la república norteamericana como modelo de nación, en su Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830 (París, 1831), la historia interesante de México comenzaba a partir de 1808 con la independencia, cuando, consideraba, iniciaba el camino hacia la libertad de la opresión colonial. Zavala atacaría la visión paternalista de la conquista y de la evangelización y al tiempo que se lanzaría contra el gobierno colonial, también diría que éste se fundaba en la ignorancia, en la religión católica y en el terror.[24]
A decir de Edmundo O’Gorman, quien escribiría un ensayo (1967) que habría sido el epílogo de libro A cien años del triunfo de la República, México como nación independiente, habría surgido de la Nueva España y habría pasado por tres entidades históricas distintas y al mismo tiempo vinculadas: el Imperio Mexica, el virreinato de la Nueva España y la nación mexicana. Sin embargo, aseguraba, en la historia de las ideas políticas de México existen dos tesis paralelas y opuestas: primera, que el México actual no es sino el mismo que encontraron los españoles en 1492; segunda, que este México es producto de la Nueva España, el cual ha llegado a su madurez y mayoría de edad. No obstante, asegura O’Gorman, la actual República de México no es el Imperio de Moctezuma, ni el Virreinato de la Nueva España, es, sobre todo, un ente distinto que ha surgido de ese virreinato y éste a su vez del Imperio de Moctezuma.[25] 
Con esto vemos que el debate en torno a la consideración de un origen para México, donde también participa la idea de independencia, ha sido una discusión constante dentro de la historiografía mexicana.
Así pues, la idea de independencia, que transfiere también a la idea de libertad, remite a su vez a medios de control, autoridad y obediencia. De ahí que es importante reparar en los beneficios que La Sociedad encontró en un régimen de gobierno que gozara de la suficiente libertad y autoridad para hacer obedecer las leyes, tanto divinas como humanas. Así tenemos que durante los años que van de 1864 a 1867, la noción de estado independiente manifestada en La Sociedad, comprendió el establecimiento de un Imperio Mexicano, además de una intervención extranjera. Si bien esto constituía una obra complicada y difícil, también reconocían que en ello había “más de providencial que de humano.”[26] A ojos conservadores, la Providencia desempeñaba un papel de suma importancia, hechos históricos y designios divinos permanecían unidos. Ellos pertenecían a una sociedad donde el mundo religioso era inseparable del mundo de la práctica humana. “...los políticos no deben olvidar sus cálculos el orden y acción continuos de la Providencia.”[27]
De manera que para los periodistas de La Sociedad, el mundo giraba sobre dos órdenes: el moral y el físico.[28] El primero sujeto a unas leyes inmutables y eternas que recaían en la tradición. El segundo, perteneciente a los hombres, estaba ligado a unas leyes que si bien eran eternas, también respondían a periodos de agitación y prueba. De los dos órdenes derivaba el orden público, la justicia y la autoridad y de ellos la legitimidad política de un gobierno.
La idea de independencia en consecuencia, era asumida por los periodistas en función de un orden divino capaz de cambiar la faz de las naciones, aunque a su vez de un orden humano capaz de actuar, pero cuya razón resultaba débil para comprender los designios de la Providencia. Sin embargo, consideraban que no todos los hombres concebían los actos humanos en función de una intervención divina. “Ensordecidos (sic) los hombres al contemplar lo que consideran como obra suya, no están dispuestos a comprender y confesar que esa obra no les pertenece; y que cuando se juzgan soberbiamente autores, no son más que instrumentos humildes de una Providencia altísima...”[29] Esto en definitiva, decían los periodistas, hacía creer a los hombres que los acontecimientos eran resultado de sus esfuerzos.
De ahí que, desde la mirada conservadora, la idea de independencia o el hecho de asumir un desprendimiento de una nación para emprender una marcha como nueva nación, debía contener en su núcleo el factor divino que a su vez retiene la tradición, como expresión de algo permanente. Pero si esa correspondencia entre divinidad y tradición, donde interviene la religión, la unidad y la justicia, se fracturaba y no mantenía un reconocimiento por la nación de la cual había emergido y por la fraternidad entre los habitantes, entonces la idea de independencia se volvía confusa y fracasaba.
Analizar la idea de independencia con respecto a España, a partir de los editoriales de La Sociedad, requiere considerar las nociones de independencia de 1810 y 1821 del grupo conservador que integraba la publicación. Esto es necesario en la medida que permite comparar más ampliamente una idea que durante el Segundo Imperio Mexicano se consideró en su completa y gloriosa realización.
Inicialmente la noción retenida por los periodistas sobre la revolución de 1810 representó el desorden de un movimiento que no pudo triunfar por varias razones,

...la primera porque renegó del pueblo que formó nuestro pueblo; porque renegó de nuestros padres; porque renegó de la España Antigua, cuando la Antigua y la Nueva España se amaban, como se aman el alma y el cuerpo; segunda, porque el elemento popular obraba sólo en ella y entrañaba la democracia sola: la colonia ni quería odiar a la España, ni admitir el exclusivismo de la democracia.

Y tenía razón: en ello había hidalguía de sentimientos, y conveniencia social: todo corazón bien puesto debe amar a su padre: todo pueblo que no respeta sus tradiciones y costumbres, sucumbe, muere: las tradiciones y las costumbres de esta sociedad, eran contrarias a la democracia: su organización era opuesta a la democracia.[30]

De manera que, aunque La Sociedad reconocía que la Independencia había iniciado en 1810, también aceptaba que la revolución de Dolores había fracasado por ser obra de la democracia[31] y del desorden que ésta acarreaba “...pues los plebeyos de todos los órdenes sociales fueron sus autores, sus defensores y sus apóstoles: podemos decir que la primera época de la guerra de Independencia, fue esencialmente popular y democrática; perteneció al pueblo y a la idea democrática.”[32] Resultado de esto era que la revolución de Dolores había muerto en su momento de aparecer porque contenía el elemento popular, contrario a las tradiciones y costumbres heredadas de la colonia. En consecuencia, este grupo conservador reconocería una idea de independencia acorde con los requerimientos de la antigua colonia.
Entra aquí la interpretación de independencia de 1821 detentada por Agustín de Iturbide. En La Sociedad queda manifiesto que a Iturbide se le consideraba un hombre inspirado por Dios, un hombre que había luchado por su patria y había combinado todos los intereses requeridos por la sociedad colonial. Es evidente por tanto que la independencia de 1821 fue interpretada en su consumación, porque se había realizado bajo la lógica y el orden necesarios para superar el desorden causado en 1810. Pero sobre todo, porque se había llevado a cabo por un hombre que había aprovechado los errores de los anteriores revolucionarios y, no obstante, los había superado.

Pero se sentía la necesidad de un hombre que volviese a presentar la Independencia, y que la presentara pura y limpia, sin los nubarrones que la habían oscurecido en Dolores: de un hombre que tuviese el valor necesario para alzarse de nuevo contra un poder, robustecido más que nunca por su reciente triunfo; que tuviese la prudencia necesaria para combinar todos los intereses, y sobre todo, el genio que es indispensable para dirigir bien los acontecimientos y para dominarlos. Ese hombre no asomaba.
Un día ¡día eterno! ¡mi corazón late con fuerza al recordarlo! En otro pueblo oscuro, en Iguala, aparece un soldado: este soldado salía de la casa de Dios, donde había ido a orar por su patria y a ser inspirado por Dios: se puso a la cabeza de un cuerpo de tropas que combatía contra los restos de la antigua insurgencia, contra Guerrero, habla, persuade, se apodera del corazón de esas tropas, y a su frente proclama a la faz del mundo que sostendría con su sangre un plan salvador. Ese soldado, es Iturbide: ese plan, es el de Iguala. [33]


A partir de esta cita se rescatan dos puntos medulares. Primero, la relación entre independencia y elemento “democrático” que recae en pluralidad, violencia y confusión. Segundo, la relación entre independencia e Imperio de Iturbide con el elemento “tradición” que respeta la permanencia, los designios divinos, los cambios moderados y la unidad. Sobre esto puede decirse que para este grupo conservador, la mezcla de clases sociales en la revolución de 1810 y en específico de las clases bajas, donde interviene el bajo clero, la clase baja del ejército y el bajo pueblo, dio por resultado el desorden social al carecer de la fortaleza económica que sí disponía la clase aristocrática. De ahí que si bien reconocían la revolución de Dolores como el inicio del desprendimiento de España, ésta se refutaba al contener el elemento democrático, esto es, la clase baja de los tres órdenes: los plebeyos.[34]
Así vemos que un elemento medular de la noción de independencia era la religión católica y la legitimidad que ésta otorgaba a la independencia. Pese a que la revolución de Dolores había gritado “Viva la América” y “Viva la Virgen de Guadalupe”, asimismo había vociferado, “mueran los gachupines”, esto hacía confusa la idea de independencia porque no daba opción a los españoles europeos dentro de este reordenamiento social que empezaba a gestarse.  Por tanto, la independencia de 1821 era acertada porque había colocado en primer plano a la religión, en segundo a la independencia y en tercero a la unión de clases y razas, respetando el orden social que guardaba la colonia. Esto impedía el paso a las ideas democráticas. El Plan de Iguala, decían los periodistas...

Contenía tres bases fundamentales; primera, la religión: segunda, la independencia: tercera la unión de españoles europeos, españoles americanos y de los indios; es decir, la unión de los conquistadores, de los descendientes de estos conquistadores y de los descendientes del pueblo conquistado.
Esas tres bases encerraban todas las exigencias de la época: combinaban todas las opiniones, ligaban y adunaban todos los intereses.

La religión había tomado asiento y arraigo en nuestra sociedad: desde la conquista, que fue el origen de esta sociedad: la conquista fue una obra de propaganda: los guerreros y los sacerdotes la consumaron juntos: los unos con la espada, los otros con la cruz: los soldados del orden temporal y los soldados del orden espiritual: así el ejército, y el clero que es también un ejército, figuraron en primer término en aquel drama, en aquella obra gigante de nuestros abuelos: el orden sacerdotal y el orden militar, fueron así predominantes en la organización de esta sociedad. Iturbide al frente de sus guerreros, fue lógico con nuestras tradiciones y con nuestra costumbres, dando a la religión la principal parte en el nuevo acaecimiento en la Independencia. [35]


Como puede verse, el Plan de Iguala no contenía un estado de animadversión con los españoles y el mismo, al hacer mención de los conquistadores y del pueblo conquistado como parte de una unión, legitimaba el poder detentado por España sobre Nueva España, legitimaba el poder la religión y legitimaba igualmente a una sociedad que veía su origen en la conquista. Así que en opinión de los periodistas, el Plan de Iguala con sus tres garantías conjugaba los intereses requeridos por la sociedad de 1821. La religión, representaba la base de esa sociedad; la unión, la exigencia que daría fuerza a la nueva nación independiente; la independencia, el desprendimiento de España que daba origen a una nueva nación: México. Cabe señalar que para este grupo conservador, la “Independencia no era el odio a España: era un acontecimiento obligado y consecuente con la historia de todas las naciones.”[36] 
En ese sentido, si durante el Segundo Imperio Mexicano La Sociedad asumía una idea de independencia de 1821 como un movimiento maduro que había gozado del orden y la prudencia necesaria para sacar adelante a una nación que deseaba un desprendimiento de España, es necesario considerar que en esa actitud estaba presente el rechazo y temor de  las ideas liberales de 1820, además del elemento democrático de 1810. Pero en 1864, la interpretación de independencia de 1810 y 1821, protegía de alguna forma la monarquía de Maximiliano y protegía además la independencia de México dentro de una intervención francesa.
En La Sociedad por tanto queda registrado que a Iturbide se le consideró razonable por varias razones. Primero, constituía la lógica con las tradiciones y las costumbres de una sociedad que no acababa por desprenderse del Antiguo Régimen. Segundo, hacía de México un Imperio y tomaba en cuenta la religión de los conquistadores. Tercero, contaba con el apoyo de la aristocracia y era protegido por la riqueza y la propiedad territorial. Cuarto, demandaba la unidad de razas y clases, que no la igualdad social. Y, finalmente, reconocía que la sociedad mexicana había emergido a partir de un acto de conquista y de una causa divina.

A manera de conclusión

Invariablemente que si en La Sociedad la interpretación de independencia de 1810 y 1821 arrastraba consigo la noción de un desprendimiento de España, en los años que van de 1864 a 1867 esta idea equivalía a la defensa de ese mismo desprendimiento. Correspondía a su vez al sostenimiento de una nación con libertad de expresión y libertad de elección de una forma de gobierno. Tomando en cuenta lo anterior y que en 1864-1867 se vivía bajo el cobijo de un Imperio aclamado por la voluntad nacional, en las páginas del diario se muestra que la independencia representaba la libre voluntad de elegir un sistema de gobierno y ésta indudablemente quedaba ligaba a una tradición monárquica y a una tradición católica. Y era sí porque, al constituirse México nuevamente como Imperio respondía a la historia, a una antigua institución y a una tradición católica que otorgaba legitimidad política a una sociedad que no acababa por desprenderse de sus añejas nociones de autoridad.
El restablecimiento de la monarquía simbolizaba la seguridad para la marcha de una sociedad civilizada y de una nación independiente. La monarquía defendía la independencia de una nación como México frente a la amenaza de las ideas expansionistas, liberales y protestantes de los Estados Unidos. De manera que el régimen monárquico representaba los principios conservadores propios de un grupo político que había luchado por el establecimiento de un régimen de gobierno protector de sus intereses.    

Ajeno (el soberano) a todos los partidos, libre de las pasiones y los rencores que nos han dividido, contempla con elevado sosiego y dignidad el cuadro lastimoso que por culpa nuestra presenta el país, se apresta a aplicar el remedio, y nos invita a auxiliarle para alcanzar nuestro propio bien. ¿Quién no hará el sacrificio de sus ideas o preocupaciones, para ayudar a tan grandioso fin? ¿Quién no se encuentra realzado a sus propios ojos, al verse invitado a tomar parte en la obra de la reparación de tantos errores? Y por lo mismo, ¿quién podrá rehusarse a ese llamamiento? Ningún interés legítimo tiene nada que temer: todos caben, y todos, sin duda, serán satisfechos a su vez bajo la sombra y el amparo del trono: solo las pasiones perversas, las aspiraciones ilegítimas, las pretensiones criminales, rehúsan, y con razón, contribuir a la obra que ha de destruirlas. Invocan hipócritamente grandes nombres que jamás debieran atreverse a pronunciar. La Independencia no quiere por defensores a los que la venden: ha puesto su estandarte en manos firmes que sabrán llevarlo con honor y defenderlo de todos sus enemigos: la Libertad vendrá con el Imperio, y por primera vez la conoceremos: la Religión nada puede temer de un príncipe que apenas proclamado se apresura a ir él mismo a pedir para sí y para su pueblo la bendición del Vicario de Jesucristo...[37]

¿En qué radicó por tanto la unidad demandada por los periodistas en los años de 1864 a 1867 como parte de la interpretación de independencia? Puede concluirse que en el reconocimiento de un soberano, en la obediencia de unas mismas leyes que no atacaran las tradiciones y costumbres, en el reconocimiento de un idioma, en la unión fraternal de las diversas razas que habitaban el país, pero sobre todo, en la práctica de la religión católica. A su juicio, “sin la unión que produce la paz no puede haber fuerza propia, y sin fuerza propia no existe la independencia.”[38] Esto quiere decir que si no existía unidad en la opinión y juicio sobre la forma de gobierno que debía regir al país, así como en la libertad de elección y de expresión, la interpretación de independencia fracasaba.  
Lo anterior nos remite a un planteamiento: ¿desde la mirada conservadora de La Sociedad había existido libertad de opinión durante los distintos regímenes republicanos para expresarse a favor del establecimiento de un régimen monárquico? A esto podríamos ofrecer una respuesta negativa. Esto nos conduce a considerar que La Sociedad veía imposición, falta de independencia y sobre todo, falta de libertad de opinión en el transcurso de esos gobiernos republicanos. Pues, a su juicio, en los momentos cuando se debía decidir la forma de gobierno, durante la primera mitad del siglo XIX, los diversos partidos que dominaban la escena política acallaban toda idea favorable a la monarquía, “...quien se atrevía siquiera a proponer que la cuestión se examinase, incurría en crimen de lesa nación.”[39]
¿En qué radicó por tanto la interpretación de independencia que otorgaba legitimidad política a un país? ¿En el reconocimiento de una autoridad, en la libre elección, en la moderación de las determinaciones, en tomar en cuenta a la religión? O, ¿tan solo en el desprendimiento de España? Para los periodistas de La Sociedad, la independencia, aparte de constituir esa separación de España, representaba la conservación de la causa de Dios, el origen de una nueva nación, la civilización, el predominio de la razón, la paz, la conservación de las tradiciones y costumbres y, la existencia de la voluntad nacional, que no la democracia. Elementos que, a ojos de La Sociedad, conjugaba el Segundo Imperio Mexicano y no los distintos regímenes republicanos. Así básicamente podemos decir que la significación de la idea de  independencia dependió en gran medida de la interpretación que los distintos partidos políticos codiciaron atribuirle. Pero además, de la distinta conjunción de elementos propios de una sociedad que no se concebía desprendida de ciertas ideas políticas, tradiciones y creencias religiosas.

Es que las sociedades aman los principios conservadores de su organización, y que cuando éstos se atacan bruscamente, se conmuevan y enfurecen.
La libertad para existir necesita obrar con moderación y templanza, necesita de la autoridad y de la obediencia; y es más difícil tener templanza, autoridad y obediencia en la democracia, que en cualquiera otra clase de gobierno.
                El olvido de estos principios, nos condujo a la revolución, a las facciones y a la ruina.
He aquí la verdad; la verdad que reconoce y profesa todo hombre de buen sentido, llámese liberal o conservador.[40]

Finalmente diremos que no hay presente sin pasado, no hay comienzo sin tradición, no hay viejos lenguajes que no hayan servido de trampolín para nuevas formas de expresar la realidad. Toda experiencia ha pasado por la inexperiencia, toda palabra ha sido antes una ausencia. De ahí que las culturas no emergen de la nada, de ahí que las tradiciones, los hábitos y las creencias responden a experiencias, a lo conocido, a lo acreditado y desacreditado. En consecuencia, las prácticas discursivas decimonónicas responden a un pasado y a un presente, pero también, a nuevas formas de discutir, de debatir, de polemizar. Y, para el caso de La Sociedad, responden a tradiciones que sobre todo son la consecuencia de un viejo orden de cosas, aunque a su vez de un nuevo orden de cosas que trataba de imponerse. Esa tradición y ese viejo orden de cosas legitimaban la existencia de una sociedad, legitimaban también la autoridad política de unas leyes, de un gobernante, de unas creencias religiosas, de unos hábitos y en fin, de la marcha hacia un porvenir con restablecimiento de la paz y la concordia entre los mexicanos, según señalaron los periodistas en la despedida del periódico.

Hemerografía

La Sociedad. Periódico político y literario. México, Imprenta de Andrade y Escalante, 1864-1867.
Bibliografía

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Villegas Revueltas, Silvestre. El liberalismo moderado, 1852-1864, México, UNAM,
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[1] “...el gobierno imperial ha reunido en la fiesta nacional del 16, la conmemoración, así del grito de Dolores como de la consumación de la independencia.”, ver: J. M. Roa Bárcena (Por redacción e inserciones), “Actualidades”, La Sociedad, T. IV, Núm. 1172, Sección La Sociedad, México, Jueves 27 de septiembre de 1866, p. 2.
[2] F. Escalante (Editor responsable), “Actualidades”, La Sociedad, Sección La Sociedad, T. V, Núm. 815, México, Viernes 15 de septiembre de 1865, p. 2.
[3] Calvillo, Manuel. La República Federal Mexicana. Gestación y Nacimiento, México, El Colegio de México, 2003, p. 36.
[4] Ibidem, p. 53.
[5] Ibidem, p. 55.
[6] Ibid, p. 82.
[7] Arenal Fenochio, Jaime del, Agustín de Iturbide, México, Planeta, 2002, p. 66.
[8] Ibidem, p. 67.
[9] A decir de O’Gorman, el imperio de Iturbide mostró un grave problema: la carencia del prestigio personal que requiere un rey y sobre todo la legitimidad dinástica que es el natural fundamento de esa investidura. Ver: O’Gorman, Edmundo. La supervivencia política novo-hispana. Reflexiones sobre el monarquismo mexicano, Fundación Cultural CONDUMEX, Centro de Estudios de Historia de México, México, 1969, pp.15-17.
[10] Vázquez Josefina Zoraida, “Los primeros tropiezos”, Historia general de México, t. 2, México, el Colegio de México, 1996, p. 747-748.
[11] Arenal Fenochio, Jaime del, op. cit, p. 93.
[12] En relación a la logia yorkina, Del Arenal Fenochio sostiene que el gobierno de los Estados Unidos, “(atemorizado por las dimensiones geográficas del naciente imperio, las cuales le cerraban el control del Caribe, del golfo y su expansión hacia la costa del Pacífico) vio al nuevo país sin el apoyo de la corona española y continuó su presión para apropiarse de más territorio. Primero mandó grupos de gente para instalarse en las despobladas provincias del norte; en segundo lugar, por medio del agente y espía Joel R. Poinsett, quien al fracasar en su intento de obtener territorio a costa de México, apoyara la instalación de un gobierno republicano en lugar de la monarquía por medio del establecimiento de logias del rito yorkino.” Ver: Ibidem, pp. 93-94.
[13] O’Gorman. La supervivencia política novo-hispana., op. cit., p. 20.
[14] Villegas Revueltas, Silvestre. El liberalismo moderado, 1852-1864, México, UNAM, 1997, p. 11.
[15] Los intentos monárquicos anteriores a 1864-1867, periodo cuando se establece la monarquía de Maximiliano en México, fueron los siguientes:
1)       1821, con el Imperio de Iturbide y el Plan de Iguala.
2)       1840, con príncipe extranjero y sin intervención armada, propuesta hecha por José María Gutiérrez de Estrada en una carta de dirigida al presidente Anastasio Bustamante el 25 de agosto y publicada el 28 de septiembre.
3)       1846, cuando Mariano Paredes y Arrillaga asume la presidencia de México, la tendencia tradicionalista intentó implantar una monarquía con príncipe extranjero sin intervención armada. Lucas Alamán organiza entonces una campaña periodística en El Tiempo el 12 de febrero, para favorecer el régimen monárquico.
4)       1853, cuando se intenta proclamar un Imperio con príncipe mexicano, con intervención no armada y con Santa Anna a la cabeza. Ver: O’Gorman. La supervivencia política novo-hispana., op. cit., pp. 15-46.
[16] Sobre este tema, ver: López Camacho, Alejandra, Entre leyes divinas y humanas. El periódico La Sociedad, 1857-1867, Tesis de Maestría en Historia, Puebla- México, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades/ Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2006, p. 173.
[17] La nueva división territorial de México quedó establecida en el Tratado de Guadalupe firmado entre México y los Estados Unidos el 2 de febrero de 1848, en Vázquez, Josefina Zoraida, “Los primeros tropiezos”, op. cit., p. 818.
[18] Alamán, Lucas, “La Profesión de los Conservadores” en, González y  González, Luis, Galería de la Reforma, México, Secretaría de  Educación Pública, 1986, pp.129-130.
[19]  Vázquez, Josefina Zoraida, “Los primeros tropiezos”, op. cit., p. 810.
[20] González Navarro, Moisés. Anatomía del poder en México (1848-1853), México, El Colegio de México, 1977, pp.362-373.
[21] Vera Sánchez, Francisco, “Segunda época de La Sociedad”, La Sociedad, T. 1, Núm. 1, México, sábado 26 de diciembre de 1857, p. 1.
[22] El periódico La Sociedad, apareció por primera vez el primero de diciembre de 1855, tres meses después de finalizar la Revolución de Ayutla y posterior a la expedición de la Ley Juárez del 23 noviembre de 1855. En su primera etapa desapareció el 8 de agosto de 1856 y reapareció el 26 de diciembre de 1857, del 17 al 21 de enero de 1858 Ignacio Comonfort volvió a prohibir su aparición. Durante la guerra de Tres Años nuevamente cesó sus trabajos el 24 de diciembre de 1860, por la entrada de las tropas liberales a la ciudad de México y reinició labores el 10 de junio de 1863, al arribo del Ejército francés. Del 12 al 20 de junio de 1863, nuevamente suspendió labores, para después reaparecer y continuar hasta el 13 de julio de 1866, cuando avisó que dejaría de publicarse por un mes. El 14 de julio de 1866 nuevamente cesó sus trabajos y los reinició el día 31 hasta el 31 de marzo de 1867. En La Sociedad participaron, además de los trabajadores cuyos nombres no aparecen o sólo se mencionan esporádicamente como los corresponsales, los editores: Félix Ruiz, Francisco Vera Sánchez, F. Escalante y José María Roa Bárcena y los impresores: José María Andrade y Felipe Escalante y Miguel María Barroeta. Cuenta con textos de José María Esteva, Juan Nepomuceno Almonte, Manuel Orozco y Berra y del propio emperador Maximiliano I, entre otros, ver: Sánchez Mora, José Luis. Maximiliano y la prensa conservadora: el diario La Sociedad. Crónica periodística de una desilusión, junio de 1864 – mayo de 1865. México, Universidad Nacional Autónoma de México- Facultad de Filosofía y Letras, 1985, varias páginas, en: Castro, Miguel Ángel y Curiel, Guadalupe. Publicaciones periódicas mexicanas del siglo XIX: 1856-1876 (Parte I), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2003, p. 554-556.
[23] F. V. Sánchez (editor responsable), “Libertad de prensa”, La Sociedad, Sección Editorial, T. I, Núm. 43, México, Jueves 11 de febrero de 1858, p. 1.
[24] Ortega y Medina, Juan A. y Camelo, Rosa (Coord.). Historiografía Mexicana, V. III, México, 1997.  
[25] O' Gorman, op.cit., pp. 7-9.
[26] Sebastián Monterde, “Cumpleaños de S. M. el Emperador”, La Sociedad, Sección Editorial, México, T. III, Número 381, México, miércoles 6 de julio de 1864, p. 1.
[27] Ibíd.  
[28] F. Escalante, (Autor editorial), “El Imperio”, La Sociedad, Sección Editorial, T. III, Núm. 359, México, Martes 14 de junio de 1864, pp. 1 y 2.
[29] F. Escalante, (Autor editorial), “El Imperio”, La Sociedad, Sección Editorial, T. III, Núm. 359, México, Martes 14 de junio de 1864, pp. 1 y 2.
[30] Discurso cívico del Sr. D. José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por J. M. Roa Bárcena, “Actualidades”, La Sociedad, Sección La Sociedad, T. IV, Núm. 1161, México, Domingo 16 de septiembre de 1866, p. 2.
[31] La democracia, para el caso del grupo que integraba La Sociedad, representaba la anarquía, el desorden, el predominio del pueblo o de las clases bajas sobre el resto de la sociedad.
[32] Discurso cívico del Sr. D. José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por J. M. Roa Bárcena, “Actualidades”, La Sociedad, Sección La Sociedad, T. IV, Núm. 1161, México, Domingo 16 de septiembre de 1866, p. 2.
[33] Ibíd.
[34] Ibíd.
[35] Ibíd.
[36] Ibíd.
[37] F. Escalante, (Autor editorial), “El Imperio”, La Sociedad, Sección Editorial, T. III, Núm. 359, México, Martes 14 de junio de 1864, pp. 1 y 2.
[38] F. Escalante (Editor responsable), “Actualidades”, La Sociedad, Sección La Sociedad, T. V, Núm. 815, México, Viernes 15 de septiembre de 1865, p. 2.
[39] F. Escalante, (Autor editorial), “El Imperio”, La Sociedad, Sección Editorial, T. III, Núm. 359, México, Martes 14 de junio de 1864, pp. 1 y 2.
[40] Discurso cívico del Sr. D. José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por J. M. Roa Bárcena, “Actualidades”, La Sociedad, Sección La Sociedad, T. IV, Núm. 1161, México, Domingo 16 de septiembre de 1866, p. 2.