Artículo publicado en la revista Letras Históricas de la Universidad de Guadalajara.
Resulta interesante y a la vez
revelador, analizar la idea de independencia a través de una publicación que
favoreció el establecimiento de una monarquía en México en 1864, sobre todo por
mano de un ejército invasor y en una época donde la
situación política del país se debatía entre dos formas de gobierno.
Así, empezamos
este trabajo diciendo que la Independencia y su consumación, conmemoradas el 16
de septiembre por orden del gobierno imperial, era un grato recuerdo de
entusiasmo y júbilo para los periodistas de La
Sociedad. [1] Desde la aparición del
diario asomaron en sus páginas constantes votos por su aniversario. Esta era
una fecha memorable y embrollaba un hecho azaroso cuando la metrópoli pareció “llamada a elevados y gloriosos
destinos.”[2]
Acercarse a la interpretación de la idea de independencia
manifestada en el diario y en los años que van de 1864 a 1867 representa
recapacitar en el tipo de personas que escribían en la publicación. Representa
además, reflexionar sobre los principios conservadores y monarquistas que
sostenían la publicación y desde luego, reparar en que las creencias católicas y
el poder religioso no estaban desprendidas de la política mexicana.
Sobre
la vigencia del monarquismo en México durante el siglo XIX, es importante hacer
un paréntesis de lo ocurrido entre 1821 y la época en que circuló La Sociedad. Esto nos permitirá explicar
el monarquismo defendido por los periodistas como opción política.
Una antigua institución, la monarquía.
Tras la independencia de lo
que hoy llamamos México, esto es, a principios del siglo XIX, los grupos políticos
se encontraban divididos en dos posibilidades o proyectos de construcción del
Estado-nación. De una parte se hallaban los grupos que apoyaban un sistema de
gobierno republicano y de otra los que apoyaban la monarquía. Es decir, en el
ambiente político permanecían dos ideas o imágenes de la políticas a seguir: la
de las modernas facciones inclinadas hacia el federalismo y el republicanismo y
la de las facciones tradicionalistas legadas por la colonia que si bien
aceptaban las ideas liberales y el sistema republicano, también se veían
inclinadas hacia la tradición política española. Veamos la naturaleza de estas
dos posibilidades.
En un trabajo de hace algunos años, Edmundo
O’Gorman consideraba que tras la consumación de la independencia de México, la
gran diversidad de tendencias políticas: entre liberalismo radical y
tradicionalismo, republicanismo y monarquismo, sus extremos y grados, existían
como referencia política dos proyectos. Esta bifurcación de posibilidades,
asegura O’Gorman, partían del Decreto Constitucional para la Libertad de la
América Mexicana sancionada en Apatzingán el 22 de octubre de 1814, conocida
como Constitución de Apatzingán y del
Plan de Iguala de 1821.
La Constitución de 1814 abría las puertas a la
modernización política hacia una forma de gobierno que si bien no se
manifestaba como república, si lo hacía como Supremo Congreso Mexicano. Aunque este
texto constitucional no entraría en vigor, sí delinearía la futura forma de
gobierno con una división de poderes basada en tres funciones: el poder
Legislativo representado por el Supremo Congreso, poder Ejecutivo encabezado
por el Supremo Gobierno y el poder Judicial representado por Supremo Tribunal
de Justicia. Esto es, habría delimitado las bases del programa republicano.
Ahora, las dos posibilidades políticas planteadas
por O’Gorman claramente se distinguen en este primer periodo del siglo XIX, sin
embargo ¿qué pasaba con los sectores políticos partidarios de la preservación
del Antiguo Régimen que se percibían distantes del liberalismo? Si bien los absolutistas
mexicanos aprobaron el establecimiento de Agustín de Iturbide, esto fue una
medida para desconocer el gobierno constitucional de España y para formar un
gobierno absolutista con príncipe español, aunque utilizando un príncipe
americano de apariencia. De ahí que, dice Manuel Calvillo, es una hipótesis muy
aventurada sostener que Iturbide obró conforme su sólo juicio.[3]
Es decir, que los realistas, principalmente europeos que apoyaban la
instauración del Imperio de Iturbide, respondían a la posición absolutista de
Fernando VII, más aun cuando decreta la nulidad de la Constitución de
1812. “El real decreto se publicó en
México, parcialmente, en la Gaceta del 13 de agosto de 1814 e íntegro en
la del día 17.”[4]
Para
el rey (Fernando VII) [...], el delito y culpa mayores de los diputados y
liberales, y el agravio más profundo que le habían inferido, era el haberlo
despojado de su soberanía. Su concepto de la soberanía no era por cierto
anacrónico, al menos no tanto como la idílica restauración de las leyes
fundamentales de la monarquía y las Cortes que ofrecía convocar de acuerdo con
ellas.[5]
Lo anterior es importante señalarlo en la medida
que permite observar la reacción de aquellos independentistas que apoyaban un
sistema político moderno y constitucional, y la de aquellos que apoyaban la
independencia, pero bajo un anticonstitucionalismo y con miras a instalar un
régimen de gobierno monárquico. Esta situación política abriría brechas hacia
el republicanismo y el monarquismo, el federalismo y el centralismo, liberales
y conservadores y sus medias tintas. Fisuras que a su vez darían paso al
sostenimiento de una legitimidad afianzada en valores tradicionales, que no a
la permanencia, y otra que se fortalecía con la renovación política.
Sin embargo, la jura de la Constitución de Cádiz
por Fernando VII en el año de 1820, hizo que en México, las tendencias
antiliberales apoyaran el establecimiento del Imperio encabezado por Iturbide, para
evitar la implantación en México del constitucionalismo español. Cabe señalar,
utilizando palabras de Calvillo, que “los antiliberales y los independentistas
coincidían en separarse del gobierno constitucional de España, incluso los
diputados mexicanos a las Cortes de Madrid, confiaran o no en Iturbide, y
aprobaran o desaprobaran su proyecto.”[6]
Es decir, más que plantear la posibilidad de un gobierno republicano o
monarquista, la prioridad en ese momento era la independencia de España y, en
concreto, de un gobierno constitucional español que resultaba contrario a los
proyectos políticos perseguidos por ambos sectores para la nueva nación
independiente.
El Plan de Iguala enunciado el 24 de febrero de
1821, proclamaba en primer lugar el cuidado de la religión católica, luego la
independencia y, finalmente, el establecimiento de un gobierno monárquico
encabezado, por Fernando VII o en su caso algún descendiente de la dinastía. Se
solicitaba además, un monarca ya hecho y de antecedente real, pero mientras
esto se resolvía una Junta o Regencia mandaría a nombre de la Nación y un
Ejército de las Tres Garantías cuidaría que se cumplieran los artículos
propuestos por el Plan de Iguala. Iturbide aparecía como primer jefe de este
ejército, sin embargo, ¿quién encabezaría la Junta que gobernaría a nombre de
la Nación?, ¿por qué Fernando VII gobernaría estas tierras?, ¿qué tipo de
independencia resultaba de esto?
Si bien el Tratado de Córdoba de 25 de septiembre
de 1821 sería más claro y ya mencionaría la independencia del Imperio Mexicano,
nuevamente se llamaba a reinar a Fernando VII o a alguno de la [7]
Bien que una vez instalado el imperio aparecería de nueva cuenta la tentativa
del gobierno republicano.
dinastía, no
obstante quedaba lugar a que las Cortes designaran a otra persona en caso de
que alguno de éstos renunciaran. El Tratado sería rechazado por España y esto
aniquilaría la posibilidad de la venida de un “monarca ya hecho”. Sin embargo
esto mismo abrió las puertas a Iturbide y a la consumación de la independencia,
pues en caso de que Fernando VII o alguno de la dinastía no aceptara el trono
de México, “el congreso mexicano designaría a la persona del emperador, aunque
no fuera un individuo de casa reinante, situación que se ha querido
interpretar a favor de la posible
coronación de Iturbide.”
El imperio de Agustín de Iturbide respondía a una
tradición política, aunque también a un
rechazo del constitucionalismo español y a una actitud de España que forzó las
circunstancias. En última instancia el Imperio implicó “el reconocimiento de la
independencia mexicana por parte de la máxima autoridad española en la Nueva
España y, en ese sentido, supuso un instrumento jurídico útil para apagar la
resistencia de las autoridades realistas de la ciudad de México y permitir la
entrega pacífica del mando a las autoridades mexicanas.”[8]
Pese a esto, pronto salió a relucir que el imperio de Iturbide sería
considerado ilegítimo por amplios sectores de la sociedad mexicana debido a varias
razones: su gobierno carecía de consenso; existía arbitrariedad en la elección;
Iturbide carecía del rango real, y, finalmente, el emperador no podía reducirse
a la autodesignación.[9]
Cabe señalar, sin embargo, que el Congreso se
reservó para sí la soberanía nacional, sancionaría las Bases Constitucionales
del Imperio de 1822 e intentó quitarle a Iturbide el poder que detentaba, lo
que provocó un enfrentamiento entre poderes. De ahí que cuando Iturbide abdica
el 20 de marzo de 1823, tras multiplicarse las revueltas en su contra, el
Congreso nombra un Ejecutivo provisional, el Triunvirato o Supremo Poder
Ejecutivo integrado por Pedro Celestino Negrete, Guadalupe Victoria y Nicolás
Bravo, cuyo propósito fue negar la abdicación de Iturbide y decretar nula su
coronación, “puesto que la existencia toda del Imperio era producto de la
fuerza y por tanto ilegitimo.”[10]
Con la sanción de las Bases de 1822...
se
pretendió evitar la existencia de un monarca absoluto, pero el Congreso al
desconocerlos dio lugar a un Congreso Absoluto. Las dificultades aumentaron al
sumarse a la vida política mexicana, por ese tiempo, agentes extranjeros
promotores de conspiraciones republicanas como Miguel Santa María o los
diputados mexicanos que regresaron de España, como Miguel Ramos Arizpe y
Mariano Michelena, quienes organizaron o ingresaron en las logias del rito
escocés, principales centros de oposición a Iturbide.[11]
Aquella
nulidad, ligada al establecimiento de las logias del rito yorkino en las
provincias del norte como medida de oposición del Imperio,[12]
más el decreto que declaró que la nación estaba “en absoluta libertad para
constituirse como le acomode”,[13]
permitieron la puesta en marcha de la Primera República Federal encabezada por
Guadalupe Victoria en el año de 1824 y cuyo célebre ejemplo lo constituían los
Estados Unidos. Las tendencias republicanas asumieron que ese sistema atendería
una necesidad primordial del país: la gran diversidad de intereses regionales.
El federalismo ayudaría a establecer la
libertad legislativa necesaria para cada territorio, además de cubrir con los
requisitos legales necesarios para proporcionar toda la legitimidad al
gobierno. ¿En qué sentido? Fundamentalmente en el reconocimiento de un gobierno
que era producto de la soberanía nacional y con el establecimiento de una
Constitución que reconoce la existencia de un conjunto de poderes estatales y
de un poder federal, entre otras cosas. Aunque a decir de Silvestre Villegas,
el federalismo “en la realidad fue utilizado por diversos individuos
interesados en fortalecer su autonomía de acción frente a las autoridades de la
capital, excusándose en lo negativa que había sido la influencia cultural y
política que siempre ejerció el centro del país respecto a las diversas
provincias.”[14]
Pese
a esto las tendencias tradicionalistas y monarquistas insistirían en el establecimiento de un régimen de gobierno monárquico en
aras de otorgar un sistema político con legitimidad. Es decir, un gobierno que
respondiera a la historia, al pasado, a lo conocido y a esa tradición
monárquica que había gozado de la suficiente aceptabilidad y respeto por más de
cuatrocientos años. Bien que en ese objetivo estaban fincados los intereses económicos, políticos y culturales de estas
tendencias. Baste subrayar que a lo largo del siglo XIX existieron varias
tentativas monárquicas.[15] Ahora, ¿por qué para estas tendencias la monarquía y no la
república proporcionaría la legitimidad política en México? Principalmente
porque lo republicano y, en particular, el federalismo invitaban a la
democracia y...
“democracia”
remitía a la anarquía, a los cambios violentos, a la división, a la sangre, al
desorden, a la falta de autoridad y en definitiva, a la ruina y establecimiento
de un elemento confuso en la marcha del gobierno y de la sociedad.[16]
Los
años venideros, hasta 1846, donde están presentes los ensayos republicanos y
centrales, la elaboración de los textos constitucionales de 1836 y 1843, la
pérdida de Texas y su anexión a los Estados Unidos, además de la ambición del
vecino país del norte que con pretextos de una guerra absurda, pretendía aprovecharse
de la debilidad del gobierno mexicano y hacerse de la Alta California, Arizona
y Nuevo México, hicieron que ciertos partidarios del establecimiento de una monarquía
en México, como José María Gutiérrez de Estrada, José Manuel Hidalgo y el padre
Francisco Javier Miranda, entre otros, promovieran con mayor insistencia el
proyecto monárquico en México como medio de establecer el orden y salvar al
país del peligro que representaba su inestabilidad política. [17]
Cabe
señalar que ya desde 1846 el partido conservador había anunciado su ideario
político en el periódico El Tiempo.[18]
Entonces Lucas Alamán expuso el proyecto conservador y diría que México
requería del establecimiento de una monarquía con príncipe extranjero y de
estirpe real, aunque sin intervención, como medio de frenar el expansionismo
norteamericano. Plantearía además la teoría de que la república implicaba
intervención extranjera y división, mientras que la monarquía constituía la
unidad, el orden, la conservación de la religión católica, las tradiciones y la
presencia de una aristocracia de mérito personal. Ahora, entre 1847 y 1848 el
federalismo enfrentó la invasión norteamericana y la pérdida de territorio
mexicano, lo que sirvió de ofensiva por parte de los conservadores para llevar
a cabo una embestida monárquica. Y para tal efecto el periódico El Universal
fue la bandera de aquellos ideales.
Desde
la mirada conservadora, la patria se encontraba en caso de vida o muerte, de
ahí que México precisara de un régimen fuerte con capacidad de salvarle de la
tiranía norteamericana. Así se llegó a considerar en la década de los cincuenta
que el establecimiento de una dictadura salvaría al país y quien mejor para
encabezarla que Antonio López de Santa Anna. Lucas Alamán (conservador) y
Miguel Lerdo de Tejada (liberal) escribirían en tal caso sus respectivas
propuestas a Santa Anna tras ser electo presidente por el término de un año
según el Plan Arroyo Zarco de 20 de octubre de 1852.[19]
Alamán solicitaría el cese del federalismo, la conservación de la religión
católica, el establecimiento de una nueva división territorial que borrara la
forma de estados y el fortalecimiento de escuelas de Artes y Oficios. Lerdo de
Tejada por otra parte demandaría la
continuación del sistema federal, la formación de un buen ejército, la
instrucción para el pueblo y la corrección de los abusos del clero.[20]
Vemos
pues que a lo largo del siglo XIX y hasta la década de los años 60, la lucha
política entre las diferentes facciones se concentraría alrededor del
establecimiento de un sistema federal y un sistema central. Sin embargo, el
monarquismo mexicano no dejaría de estar presente como una corriente política
que constituyó una opción política, pero que, a partir de 1846, se adjudicaría
a una corriente política conservadora.
La idea de independencia y el orden divino.
Si bien los
años de 1864 a 1867 representan el periodo cuando Maximiliano de Habsburgo se
encuentra en México al frente del gobierno monárquico, es igualmente el periodo
cuando Benito Juárez deambula por varios estados tratando de defender y
establecer el gobierno constitucional republicano. En sí los años anteriores al
establecimiento del Segundo Imperio fueron años donde el sistema político
mexicano atravesó por varios procesos de inestabilidad política. Desde la promulgación
de la Constitución de 1857, la serie de polémicas en torno a la misma y que
coronaron en la aparición del Plan de Tacubaya que desconoció aquella
legislación, la guerra de Tres Años y el periodo cuando estarían en el poder
Benito Juárez, Félix Zuloaga y Miguel Miramón. Y en el transcurso de ese tiempo,
periódicos de tendencia conservadora como La Sociedad aparecieron con un
propósito: contribuir en la construcción de la legitimidad política de México,
para cortar el mal hecho por la demagogia que había aplaudido la Constitución y
había arrastrado a la nación a una guerra social, según determinaron los
periodistas el 27 de diciembre de 1857, fecha de reaparición del periódico.[21]
La Sociedad, cuyo subtítulo era Periódico político y
literario, fue una publicación conservadora, según dijo El
Monitor Republicano, aunque a su
vez, de ideas rancias y fanáticas, anunció José María Iglesias en
Las Revistas históricas sobre la
intervención francesa.[22] La Sociedad,
como uno de tantos diarios de la época, no es una ventana a realidades objetivas, por el contrario, es un
medio de acceso a la cultura del diálogo político, a las ideas, palabras y
conceptos que definieron una época y una tendencia política monárquica y
conservadora. Expresa las particulares realidades versátiles de los hombres que
integraron este órgano de difusión y enuncia las formas de concebir el
porvenir, ligado a ciertos principios de autoridad y moralidad que funcionaron
como ejes de esas realidades.
Sus impresores, José
María Andrade y F. Escalante fueron destacados personajes que estuvieron
relacionados con los libros y los diarios de la época. A ellos se debe la
impresión de algunas obras como la Obra poética de don Manuel Carpio (1860), el Diccionario
Universal de Historia y de Geografía (1853-1856) coordinado por Manuel
Orozco y Berra y la impresión del periódico La
Cruz (1855), publicación de religión y
política, entre otras cosas.
Así tenemos que las páginas del diario manifiestan una preocupación política de la época
y de la prensa conservadora: conciliar la armonía entre la Iglesia y el poder
temporal; entre los representantes de Dios en la tierra y los hombres que
legislaban; entre lo divino y lo humano, la sociedad y los gobiernos. Si bien
los editoriales manifiestan una postura conservadora y partidaria del
establecimiento de un gobierno bajo el amparo de la Providencia, es importante
enfatizar que durante este periodo, el deseo de legitimar un sistema político y
unas creencias religiosas no fueron exclusivas de La Sociedad, también intervienen otros periódicos conservadores de
la época como El Pájaro Verde y La Cruz.
Durante las décadas de los años cincuenta y sesenta del
siglo XIX, la lucha política, en torno a la definición de una forma de gobierno,
entrañó a su vez una lucha por la significación de los conceptos y términos
utilizados por los diferentes partidos políticos. Los mecanismos discursivos
utilizados por unos y otros reclamaban su esclarecimiento. Esto no solo fue
importante para quienes integraban un partido político, también para quienes escribían
y daban vida a una publicación. Sin embargo, debe tenerse claro para los
periodistas conservadores que laboraban en el periódico La Sociedad, tan
significativo fue aclarar los conceptos utilizados por ellos mismos como
significativo resultó hacer ver al opuesto su error en el asunto
interpretativo.
...se
ha visto en Europa que si hay una prensa desmoralizada que ataca y destruye,
hay otra también que defiende y repara los estragos que aquella causa en las
creencias y en las costumbres, cubriendo las brechas que abre en los
fundamentos de la sociedad. En esa lucha de la verdad contra el error, de los
deberes contra las pasiones, lucha tenaz y encarnizada, el triunfo completo de
la primera, aunque un poco se retarde, no puede ser dudoso.
Entre
nosotros también, que nos hemos contagiado del espíritu de los falsos sistemas
y de la corrupción de las ideas, la prensa inmoral y desorganizadora ha
ejercido últimamente el privilegio exclusivo, bajo el reinado de la demagogia,
de minar las bases de la sociedad, de la moral pública y privada y de la
religión. Pero se han levantado también algunas voces al principio tímidas y
después bastante enérgicas en defensa de los intereses legítimos y permanentes
de la sociedad y de aquellos eternos principios en que descansa el orden
público y a cuyo abrigo fecundan y florecen la paz y la dicha de las naciones y
de las familias. En este reñido combate la prensa religiosa y conservadora
ha obtenido los más hermosos y nobles laureles.[23]
Esta cita se traduce en lo siguiente, debido a que el
discurso demagógico era ilegítimo y había ganando terreno en las
interpretaciones, de acuerdo al punto de vista conservador de La Sociedad,
era indispensable armar un discurso legítimo y de oposición. De esta forma “su”
interpretación de la realidad a través de los conceptos conservadores no estaría
sujeta a duda, sería la resultante de la tradición. Y sería legítima y
permanente porque esa interpretación estaría adecuada a su contexto histórico.
Ésta sería la resultante de la historia, del pasado, de la salud de las ideas y
del adecuado ordenamiento político, social y religioso. En consecuencia la
interpretación proporcionada por sus opuestos políticos se estimaría deformada
y alterada, además de ser irreverente al pertenecer a ideas demagógicas e
inmorales.
¿Cómo fue interpretado entonces el término
independencia en las páginas de La Sociedad?
Un gran número de
editoriales nos hablan de una celebración que remite a la lucha iniciada en
Dolores por Miguel Hidalgo y Costilla el 16 de septiembre de 1810. Aunque también
nos hablan de un glorioso aniversario que cuarenta y cinco años atrás había
sido elevada a rango nacional por Agustín de Iturbide al ser consumada el 27 de
septiembre de 1821. La interpretación del término “independencia”, respondía
sobre todo a una necesidad de rescatar la imagen de una España protectora.
Aunque también a una idea de libertad en sentido de desprendimiento de una
nación. Claro que ese desprendimiento no implicaba la enemistad con España,
pues, a juicio La Sociedad, España
era la progenitora de México. De
ahí que en esa lucha por la conservación o transformación de los conceptos, el
término independencia, revelara la necesidad de legitimar un hecho pasado.
Aunque también la lucha por la legitimidad de un lenguaje político ligado a un
orden divino.
Sobre esto es
importante reparar brevemente en dos obras editadas durante el siglo XIX que
tuvieron como objetivo construir una historia nacional y que partían de esa
dicotomía de la lucha de independencia iniciada en 1808 por Hidalgo y la
consumación de la misma por Iturbide en 1821. Esto nos permitirá conocer y
comparar las observaciones realizadas por La
Sociedad y la opinión que existía a principios de siglo sobre los puntos relevantes
en relación a la búsqueda del origen y la independencia de México. Así tenemos
que para Lucas Alamán, de quien hemos hecho mención anteriormente, en sus Disertaciones sobre la historia de México (1844),
va a resaltar la conquista y la llegada de Hernán Cortés como punto de partida
de la historia nacional. En primer lugar porque la conquista representaba una
guerra santa al tener la misión de instaurar la religión católica, en segundo
porque Hernán Cortés se apreciaba como una figura que venerar, una especie de
héroe de la conquista. Ligado a esto, en su obra denominada: Historia de México (1849), la
independencia e Iturbide resultaban los grandes acontecimientos de la historia.
Se trataba del desprendimiento de México (como hijo) de España y no de un
atentado contra ésta. Bien que para Lorenzo de Zavala, liberal republicano que
defendía la república norteamericana como modelo de nación, en su Ensayo histórico de las revoluciones de
México desde 1808 hasta 1830 (París, 1831), la historia interesante de
México comenzaba a partir de 1808 con la independencia, cuando, consideraba, iniciaba
el camino hacia la libertad de la opresión colonial. Zavala atacaría la visión
paternalista de la conquista y de la evangelización y al tiempo que se lanzaría
contra el gobierno colonial, también diría que éste se fundaba en la
ignorancia, en la religión católica y en el terror.[24]
A decir de Edmundo
O’Gorman, quien escribiría un ensayo (1967) que habría sido el epílogo de libro
A cien años del triunfo de la República,
México como nación independiente, habría surgido
de la Nueva España y habría pasado por tres entidades históricas distintas y al
mismo tiempo vinculadas: el Imperio Mexica, el virreinato de la Nueva España y
la nación mexicana. Sin embargo, aseguraba, en la historia de las ideas
políticas de México existen dos tesis paralelas y opuestas: primera, que el
México actual no es sino el mismo que encontraron los españoles en 1492;
segunda, que este México es producto de la Nueva España, el cual ha llegado a
su madurez y mayoría de edad. No obstante, asegura O’Gorman, la actual
República de México no es el Imperio de Moctezuma, ni el Virreinato de la Nueva
España, es, sobre todo, un ente distinto que ha surgido de ese virreinato y
éste a su vez del Imperio de Moctezuma.[25]
Con esto vemos que
el debate en torno a la consideración de un origen para México, donde también
participa la idea de independencia, ha sido una discusión constante dentro de
la historiografía mexicana.
Así pues, la idea de independencia, que transfiere también a la idea
de libertad, remite a su vez a medios de control, autoridad y obediencia. De ahí
que es importante reparar en los beneficios que La Sociedad encontró en un régimen de gobierno que gozara de la
suficiente libertad y autoridad para hacer obedecer las leyes, tanto divinas
como humanas. Así tenemos que durante los años que van de 1864 a 1867, la noción de estado
independiente manifestada en La
Sociedad , comprendió el establecimiento de un Imperio
Mexicano, además de una intervención extranjera. Si bien esto constituía una
obra complicada y difícil, también reconocían que en ello había “más de
providencial que de humano.”[26]
A ojos conservadores, la Providencia desempeñaba un papel de suma importancia, hechos históricos y designios
divinos permanecían unidos. Ellos pertenecían a una sociedad donde el mundo
religioso era inseparable del mundo de la práctica humana. “...los políticos no
deben olvidar sus cálculos el orden y acción continuos de la Providencia.”[27]
De manera que para
los periodistas de La Sociedad, el
mundo giraba sobre dos órdenes: el moral y el físico.[28]
El primero sujeto a unas leyes inmutables y eternas que recaían en la
tradición. El segundo, perteneciente a los hombres, estaba ligado a unas leyes
que si bien eran eternas, también respondían a periodos de agitación y prueba.
De los dos órdenes derivaba el orden público,
la justicia y la autoridad y de ellos la legitimidad política de un gobierno.
La idea de independencia en
consecuencia, era asumida por los periodistas en función de un orden divino
capaz de cambiar la faz de las naciones, aunque a su vez de un orden humano
capaz de actuar, pero cuya razón resultaba débil para comprender los designios
de la Providencia.
Sin embargo, consideraban que no todos los hombres concebían
los actos humanos en función de una intervención divina. “Ensordecidos (sic) los hombres al
contemplar lo que consideran como obra suya, no están dispuestos a comprender y
confesar que esa obra no les pertenece; y que cuando se juzgan soberbiamente
autores, no son más que instrumentos humildes de una Providencia altísima...”[29]
Esto en definitiva, decían los periodistas, hacía creer a los hombres que los
acontecimientos eran resultado de sus esfuerzos.
De ahí que, desde la mirada conservadora, la idea
de independencia o el hecho de asumir un desprendimiento de una nación para
emprender una marcha como nueva nación, debía contener en su núcleo el factor
divino que a su vez retiene la tradición, como expresión de algo permanente.
Pero si esa correspondencia entre divinidad y tradición, donde interviene la
religión, la unidad y la justicia, se fracturaba y no mantenía un
reconocimiento por la nación de la cual había emergido y por la fraternidad
entre los habitantes, entonces la idea de independencia se volvía confusa y
fracasaba.
Analizar la idea de independencia
con respecto a España, a partir de los editoriales de La Sociedad, requiere considerar las nociones de independencia de
1810 y 1821 del grupo conservador que integraba la publicación. Esto es
necesario en la medida que permite comparar más ampliamente una idea que
durante el Segundo Imperio Mexicano se consideró en su completa y gloriosa
realización.
Inicialmente la noción retenida por
los periodistas sobre la revolución de 1810 representó el desorden de un
movimiento que no pudo triunfar por varias razones,
...la primera porque renegó del pueblo que formó
nuestro pueblo; porque renegó de nuestros padres; porque renegó de la España Antigua ,
cuando la Antigua
y la Nueva España
se amaban, como se aman el alma y el cuerpo; segunda, porque el elemento
popular obraba sólo en ella y entrañaba la democracia sola: la colonia ni
quería odiar a la España ,
ni admitir el exclusivismo de la democracia.
Y tenía razón: en
ello había hidalguía de sentimientos, y conveniencia social: todo corazón bien
puesto debe amar a su padre: todo pueblo que no respeta sus tradiciones y
costumbres, sucumbe, muere: las tradiciones y las costumbres de esta sociedad,
eran contrarias a la democracia: su organización era opuesta a la democracia.[30]
De manera que, aunque La Sociedad reconocía que la Independencia había
iniciado en 1810, también aceptaba que la revolución de Dolores había fracasado
por ser obra de la democracia[31]
y del desorden que ésta acarreaba “...pues los plebeyos de todos los órdenes sociales fueron sus
autores, sus defensores y sus apóstoles: podemos decir que la primera época de
la guerra de Independencia, fue esencialmente popular y democrática; perteneció
al pueblo y a la idea democrática.”[32]
Resultado de esto era que la revolución de Dolores había muerto en su momento
de aparecer porque contenía el elemento popular, contrario a las tradiciones y
costumbres heredadas de la colonia. En consecuencia, este grupo conservador reconocería
una idea de independencia acorde con los requerimientos de la antigua colonia.
Entra aquí la
interpretación de independencia de 1821 detentada por Agustín de Iturbide. En La Sociedad queda manifiesto que a
Iturbide se le consideraba un hombre inspirado por Dios, un hombre que había
luchado por su patria y había combinado todos los intereses requeridos por la
sociedad colonial. Es evidente por tanto que la independencia de 1821 fue
interpretada en su consumación, porque se había realizado bajo la lógica y el orden necesarios para superar el desorden
causado en 1810. Pero sobre todo, porque se había llevado a cabo por un hombre
que había aprovechado los errores de los anteriores revolucionarios y, no
obstante, los había superado.
Pero se sentía la necesidad de un hombre que volviese a presentar la Independencia , y que
la presentara pura y limpia, sin los nubarrones que la habían oscurecido en
Dolores: de un hombre que tuviese el valor necesario para alzarse de nuevo
contra un poder, robustecido más que nunca por su reciente triunfo; que tuviese
la prudencia necesaria para combinar todos los intereses, y sobre todo, el
genio que es indispensable para dirigir bien los acontecimientos y para
dominarlos. Ese hombre no asomaba.
Un día ¡día eterno! ¡mi corazón late con fuerza al recordarlo! En otro
pueblo oscuro, en Iguala, aparece un soldado: este soldado salía de la casa de
Dios, donde había ido a orar por su patria y a ser inspirado por Dios: se puso
a la cabeza de un cuerpo de tropas que combatía contra los restos de la antigua
insurgencia, contra Guerrero, habla, persuade, se apodera del corazón de esas
tropas, y a su frente proclama a la faz del mundo que sostendría con su sangre
un plan salvador. Ese soldado, es Iturbide: ese plan, es el de Iguala. [33]
A partir de esta cita
se rescatan dos puntos medulares. Primero, la relación entre independencia y
elemento “democrático” que recae en pluralidad, violencia y confusión. Segundo,
la relación entre independencia e Imperio de Iturbide con el elemento
“tradición” que respeta la permanencia, los designios divinos, los cambios
moderados y la unidad. Sobre esto puede decirse que para este grupo conservador,
la mezcla de clases sociales en la revolución de 1810 y en específico de las
clases bajas, donde interviene el bajo clero, la clase baja del ejército y el
bajo pueblo, dio por resultado el desorden social al carecer de la fortaleza
económica que sí disponía la clase aristocrática. De ahí que si bien reconocían
la revolución de Dolores como el inicio del desprendimiento de España, ésta se refutaba
al contener el elemento democrático, esto es, la clase baja de los tres órdenes:
los plebeyos.[34]
Así vemos que un
elemento medular de la noción de independencia era la religión católica y la
legitimidad que ésta otorgaba a la independencia. Pese a que la revolución de
Dolores había gritado “Viva la
América ” y “Viva la
Virgen de Guadalupe”, asimismo había vociferado, “mueran los
gachupines”, esto hacía confusa la idea de independencia porque no daba opción
a los españoles europeos dentro de este reordenamiento social que empezaba a
gestarse. Por tanto, la independencia de
1821 era acertada porque había colocado en primer plano a la religión, en
segundo a la independencia y en tercero a la unión de clases y razas,
respetando el orden social que guardaba la colonia. Esto impedía el paso a las
ideas democráticas. El Plan de Iguala, decían los periodistas...
Contenía tres bases
fundamentales; primera, la religión: segunda, la independencia: tercera la
unión de españoles europeos, españoles americanos y de los indios; es decir, la
unión de los conquistadores, de los descendientes de estos conquistadores y de
los descendientes del pueblo conquistado.
Esas tres bases
encerraban todas las exigencias de la época: combinaban todas las opiniones,
ligaban y adunaban todos los intereses.
La religión había tomado asiento y arraigo en nuestra sociedad: desde la
conquista, que fue el origen de esta sociedad: la conquista fue una obra de
propaganda: los guerreros y los sacerdotes la consumaron juntos: los unos con
la espada, los otros con la cruz: los soldados del orden temporal y los
soldados del orden espiritual: así el ejército, y el clero que es también un
ejército, figuraron en primer término en aquel drama, en aquella obra gigante
de nuestros abuelos: el orden sacerdotal y el orden militar, fueron así
predominantes en la organización de esta sociedad. Iturbide al frente de sus
guerreros, fue lógico con nuestras tradiciones y con nuestra costumbres, dando
a la religión la principal parte en el nuevo acaecimiento en la Independencia. [35]
Como puede verse, el
Plan de Iguala no contenía un estado de animadversión con los españoles y el
mismo, al hacer mención de los conquistadores y del pueblo conquistado como
parte de una unión, legitimaba el poder detentado por España sobre Nueva
España, legitimaba el poder la religión y legitimaba igualmente a una sociedad
que veía su origen en la conquista. Así que en opinión de los periodistas, el
Plan de Iguala con sus tres garantías conjugaba los intereses requeridos por la
sociedad de 1821. La religión, representaba la base de esa sociedad; la unión,
la exigencia que daría fuerza a la nueva nación independiente; la
independencia, el desprendimiento de España que daba origen a una nueva nación:
México. Cabe señalar que para este grupo conservador, la “Independencia no era
el odio a España: era un acontecimiento obligado y consecuente con la historia
de todas las naciones.”[36]
En ese sentido, si durante el Segundo Imperio
Mexicano La Sociedad asumía una idea
de independencia de 1821 como un movimiento maduro que había gozado del orden y
la prudencia necesaria para sacar adelante a una nación que deseaba un
desprendimiento de España, es necesario considerar que en esa actitud estaba
presente el rechazo y temor de las ideas
liberales de 1820, además del elemento democrático de 1810. Pero en 1864, la
interpretación de independencia de 1810 y 1821, protegía de alguna forma la
monarquía de Maximiliano y protegía además la independencia de México dentro de
una intervención francesa.
En La
Sociedad por tanto queda registrado que a Iturbide se le consideró
razonable por varias razones. Primero, constituía la lógica con las tradiciones
y las costumbres de una sociedad que no acababa por desprenderse del Antiguo
Régimen. Segundo, hacía de México un Imperio y tomaba en cuenta la religión de
los conquistadores. Tercero, contaba con el apoyo de la aristocracia y era protegido
por la riqueza y la propiedad territorial. Cuarto, demandaba la unidad de razas
y clases, que no la igualdad social. Y, finalmente, reconocía que la sociedad
mexicana había emergido a partir de un acto de conquista y de una causa divina.
A manera de conclusión
Invariablemente que si en La Sociedad la interpretación de independencia de 1810 y 1821
arrastraba consigo la noción de un desprendimiento de España, en los años que
van de 1864 a
1867 esta idea equivalía a la defensa de ese mismo desprendimiento.
Correspondía a su vez al sostenimiento de una nación con libertad de expresión
y libertad de elección de una forma de gobierno. Tomando en cuenta lo anterior
y que en 1864-1867 se vivía bajo el cobijo de un Imperio aclamado por la
voluntad nacional, en las páginas del diario se muestra que la independencia
representaba la libre voluntad de elegir un sistema de gobierno y ésta
indudablemente quedaba ligaba a una tradición monárquica y a una tradición
católica. Y era sí porque, al constituirse México nuevamente como Imperio
respondía a la historia, a una antigua institución y a una tradición católica
que otorgaba legitimidad política a una sociedad que no acababa por
desprenderse de sus añejas nociones de autoridad.
El restablecimiento de la monarquía simbolizaba la
seguridad para la marcha de una sociedad civilizada y de una nación
independiente. La monarquía defendía la independencia de una nación como México
frente a la amenaza de las ideas expansionistas, liberales y protestantes de
los Estados Unidos. De manera que el régimen monárquico representaba los
principios conservadores propios de un grupo político que había luchado por el
establecimiento de un régimen de gobierno protector de sus intereses.
Ajeno (el soberano) a todos los partidos,
libre de las pasiones y los rencores que nos han dividido, contempla con
elevado sosiego y dignidad el cuadro lastimoso que por culpa nuestra presenta
el país, se apresta a aplicar el remedio, y nos invita a auxiliarle para
alcanzar nuestro propio bien. ¿Quién no hará el sacrificio de sus ideas o
preocupaciones, para ayudar a tan grandioso fin? ¿Quién no se encuentra
realzado a sus propios ojos, al verse invitado a tomar parte en la obra de la
reparación de tantos errores? Y por lo mismo, ¿quién podrá rehusarse a ese
llamamiento? Ningún interés legítimo tiene nada que temer: todos caben, y
todos, sin duda, serán satisfechos a su vez bajo la sombra y el amparo del
trono: solo las pasiones perversas, las aspiraciones ilegítimas, las
pretensiones criminales, rehúsan, y con razón, contribuir a la obra que ha de
destruirlas. Invocan hipócritamente grandes nombres que jamás debieran
atreverse a pronunciar. La
Independencia no quiere por defensores a los que la venden:
ha puesto su estandarte en manos firmes que sabrán llevarlo con honor y
defenderlo de todos sus enemigos: la Libertad vendrá con el Imperio, y por primera vez
la conoceremos: la Religión
nada puede temer de un príncipe que apenas proclamado se apresura a ir él mismo
a pedir para sí y para su pueblo la bendición del Vicario de Jesucristo...[37]
¿En qué radicó por tanto la unidad
demandada por los periodistas en los años de 1864 a 1867 como parte de la
interpretación de independencia? Puede concluirse que en el reconocimiento de
un soberano, en la obediencia de unas mismas leyes que no atacaran las
tradiciones y costumbres, en el reconocimiento de un idioma, en la unión
fraternal de las diversas razas que habitaban el país, pero sobre todo, en la
práctica de la religión católica. A su juicio, “sin la unión que produce la paz no puede haber fuerza
propia, y sin fuerza propia no existe la independencia.”[38]
Esto quiere decir que si no existía unidad en la opinión y juicio sobre la
forma de gobierno que debía regir al país, así como en la libertad de elección
y de expresión, la interpretación de independencia fracasaba.
Lo anterior nos remite
a un planteamiento: ¿desde la mirada conservadora de La Sociedad había existido libertad de opinión durante los
distintos regímenes republicanos para expresarse a favor del establecimiento de
un régimen monárquico? A esto podríamos ofrecer una respuesta negativa. Esto
nos conduce a considerar que La Sociedad
veía imposición, falta de independencia y sobre todo, falta de libertad de
opinión en el transcurso de esos gobiernos republicanos. Pues, a su juicio, en
los momentos cuando se debía decidir la forma de gobierno, durante la primera
mitad del siglo XIX, los diversos partidos que dominaban la escena política
acallaban toda idea favorable a la monarquía, “...quien se atrevía siquiera a proponer que la
cuestión se examinase, incurría en crimen de lesa nación.”[39]
¿En
qué radicó por tanto la interpretación de independencia que otorgaba
legitimidad política a un país? ¿En el reconocimiento de una autoridad, en la
libre elección, en la moderación de las determinaciones, en tomar en cuenta a
la religión? O, ¿tan solo en el desprendimiento de España? Para los periodistas
de La Sociedad ,
la independencia, aparte de constituir esa separación de España, representaba
la conservación de la causa de Dios, el origen de una nueva nación, la
civilización, el predominio de la razón, la paz, la conservación de las
tradiciones y costumbres y, la existencia de la voluntad nacional, que no la
democracia. Elementos que, a ojos de La Sociedad , conjugaba el Segundo Imperio
Mexicano y no los distintos regímenes republicanos. Así básicamente podemos
decir que la significación de la idea de
independencia dependió en gran medida de la interpretación que los
distintos partidos políticos codiciaron atribuirle. Pero además, de la distinta
conjunción de elementos propios de una sociedad que no se concebía desprendida
de ciertas ideas políticas, tradiciones y creencias religiosas.
Es que las sociedades
aman los principios conservadores de su organización, y que cuando éstos se
atacan bruscamente, se conmuevan y enfurecen.
La libertad para
existir necesita obrar con moderación y templanza, necesita de la autoridad y
de la obediencia; y es más difícil tener templanza, autoridad y obediencia en
la democracia, que en cualquiera otra clase de gobierno.
El olvido de estos principios, nos condujo a la
revolución, a las facciones y a la ruina.
He aquí la verdad; la
verdad que reconoce y profesa todo hombre de buen sentido, llámese liberal o
conservador.[40]
Finalmente
diremos que no hay presente sin pasado, no hay comienzo sin tradición, no hay
viejos lenguajes que no hayan servido de trampolín para nuevas formas de
expresar la realidad. Toda experiencia ha pasado por la inexperiencia, toda
palabra ha sido antes una ausencia. De ahí que las culturas no emergen de la
nada, de ahí que las tradiciones, los hábitos y las creencias responden a
experiencias, a lo conocido, a lo acreditado y desacreditado. En consecuencia,
las prácticas discursivas decimonónicas responden a un pasado y a un presente,
pero también, a nuevas formas de discutir, de debatir, de polemizar. Y, para el
caso de La Sociedad ,
responden a tradiciones que sobre todo son la consecuencia de un viejo orden de
cosas, aunque a su vez de un nuevo orden de cosas que trataba de imponerse. Esa
tradición y ese viejo orden de cosas legitimaban la existencia de una sociedad,
legitimaban también la autoridad política de unas leyes, de un gobernante, de unas
creencias religiosas, de unos hábitos y en fin, de la marcha hacia un porvenir
con restablecimiento de la paz y la concordia entre los mexicanos, según
señalaron los periodistas en la despedida del periódico.
Hemerografía
Bibliografía
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Conservadores” en, González y González,
Luis, Galería
de la Reforma ,
México, Secretaría de Educación Pública,
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Iturbide, México, Planeta, 2002.
Calvillo, Manuel. La República Federal Mexicana. Gestación y
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y Curiel, Guadalupe (Coords.) Publicaciones periódicas
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poder en México (1848-1853), México, El
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divinas y humanas. El periódico La Sociedad,
1857-1867, Tesis de Maestría en Historia, Puebla- México, Instituto de Ciencias
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O'
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monarquismo mexicano,
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y Medina, Juan A. y Camelo, Rosa (Coord.). Historiografía
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Vázquez Josefina Zoraida, “Los primeros
tropiezos”, Historia general de México, t. 2,
México, el Colegio
de México, 1996.
Villegas Revueltas, Silvestre. El
liberalismo moderado, 1852-1864, México, UNAM,
1997.
[1] “...el gobierno imperial ha
reunido en la fiesta nacional del 16, la conmemoración, así del grito de
Dolores como de la consumación de la independencia.”, ver: J.
M. Roa Bárcena (Por redacción e inserciones), “Actualidades”, La Sociedad,
T. IV, Núm. 1172, Sección La Sociedad, México, Jueves 27 de septiembre de 1866,
p. 2.
[2] F.
Escalante (Editor responsable), “Actualidades”, La Sociedad, Sección La
Sociedad, T. V, Núm. 815, México, Viernes 15 de septiembre de 1865, p. 2.
[3] Calvillo, Manuel. La República Federal Mexicana. Gestación y
Nacimiento, México, El Colegio de México, 2003, p. 36.
[4] Ibidem, p. 53.
[5] Ibidem, p. 55.
[6] Ibid, p. 82.
[7] Arenal Fenochio, Jaime del, Agustín de Iturbide, México,
Planeta, 2002, p. 66.
[8] Ibidem, p. 67.
[9] A decir de O’Gorman, el imperio de Iturbide mostró un grave problema:
la carencia del prestigio personal que requiere un rey y sobre todo la legitimidad
dinástica que es el natural fundamento de esa investidura. Ver: O’Gorman,
Edmundo. La supervivencia política novo-hispana. Reflexiones
sobre el monarquismo mexicano, Fundación Cultural CONDUMEX, Centro
de Estudios de Historia de México, México, 1969, pp.15-17.
[10] Vázquez Josefina Zoraida, “Los primeros tropiezos”, Historia
general de México, t. 2, México, el Colegio de México, 1996, p. 747-748.
[11] Arenal Fenochio, Jaime del, op. cit, p. 93.
[12] En relación a la logia yorkina, Del Arenal Fenochio sostiene que el
gobierno de los Estados Unidos, “(atemorizado por las dimensiones geográficas
del naciente imperio, las cuales le cerraban el control del Caribe, del golfo y
su expansión hacia la costa del Pacífico) vio al nuevo país sin el apoyo de la
corona española y continuó su presión para apropiarse de más territorio.
Primero mandó grupos de gente para instalarse en las despobladas provincias del
norte; en segundo lugar, por medio del agente y espía Joel R. Poinsett, quien
al fracasar en su intento de obtener territorio a costa de México, apoyara la
instalación de un gobierno republicano en lugar de la monarquía por medio del
establecimiento de logias del rito yorkino.” Ver: Ibidem, pp. 93-94.
[14] Villegas Revueltas, Silvestre. El liberalismo moderado, 1852-1864,
México, UNAM, 1997, p. 11.
[15] Los intentos monárquicos anteriores a 1864-1867, periodo cuando se
establece la monarquía de Maximiliano en México, fueron los siguientes:
1)
1821, con el Imperio de Iturbide y
el Plan de Iguala.
2)
1840, con príncipe extranjero y
sin intervención armada, propuesta hecha por José María Gutiérrez de Estrada en
una carta de dirigida al presidente Anastasio Bustamante el 25 de agosto y
publicada el 28 de septiembre.
3)
1846, cuando Mariano Paredes y
Arrillaga asume la presidencia de México, la tendencia tradicionalista intentó
implantar una monarquía con príncipe extranjero sin intervención armada. Lucas
Alamán organiza entonces una campaña periodística en El Tiempo el 12 de
febrero, para favorecer el régimen monárquico.
4)
1853, cuando se intenta proclamar
un Imperio con príncipe mexicano, con intervención no armada y con Santa Anna a
la cabeza. Ver: O’Gorman. La supervivencia política novo-hispana.,
op. cit., pp. 15-46.
[16] Sobre este tema, ver: López Camacho, Alejandra, Entre leyes divinas
y humanas. El periódico La Sociedad, 1857-1867, Tesis de Maestría en
Historia, Puebla- México, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades/
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2006, p. 173.
[17] La nueva división territorial de México quedó establecida en el Tratado
de Guadalupe firmado entre México y los Estados Unidos el 2 de febrero de
1848, en Vázquez, Josefina Zoraida, “Los primeros tropiezos”, op. cit.,
p. 818.
[18] Alamán, Lucas, “La Profesión de los
Conservadores” en, González y González,
Luis, Galería de la Reforma ,
México, Secretaría de Educación Pública,
1986, pp.129-130.
[19] Vázquez, Josefina Zoraida, “Los
primeros tropiezos”, op. cit., p. 810.
[20] González Navarro, Moisés. Anatomía del poder en México (1848-1853),
México, El Colegio de México, 1977, pp.362-373.
[21] Vera Sánchez, Francisco, “Segunda época de La Sociedad”, La
Sociedad, T. 1, Núm. 1, México, sábado 26 de diciembre de 1857, p. 1.
[22] El periódico La Sociedad , apareció
por primera vez el primero de diciembre de 1855, tres meses después de
finalizar la Revolución
de Ayutla y posterior a la expedición de la Ley Juárez del 23
noviembre de 1855. En su primera etapa desapareció el 8 de agosto de 1856 y
reapareció el 26 de diciembre de 1857, del 17 al 21 de
enero de 1858 Ignacio Comonfort volvió a prohibir su aparición. Durante la
guerra de Tres Años nuevamente cesó sus trabajos el 24 de diciembre de 1860,
por la entrada de las tropas liberales a la ciudad de México y reinició labores
el 10 de junio de 1863, al arribo del Ejército francés. Del 12 al 20 de junio
de 1863, nuevamente suspendió labores, para después reaparecer y continuar
hasta el 13 de julio de 1866, cuando avisó que dejaría de publicarse por un
mes. El 14 de julio de 1866 nuevamente cesó sus trabajos y los reinició el día
31 hasta el 31 de marzo de 1867. En
La Sociedad
participaron, además de los trabajadores cuyos nombres no aparecen o sólo
se mencionan esporádicamente como los corresponsales, los editores: Félix Ruiz,
Francisco Vera Sánchez, F. Escalante y José María Roa Bárcena y los impresores:
José María Andrade y Felipe Escalante y Miguel María Barroeta. Cuenta con
textos de José María Esteva, Juan Nepomuceno Almonte, Manuel Orozco y Berra y
del propio emperador Maximiliano I, entre otros,
ver: Sánchez Mora, José Luis. Maximiliano
y la prensa conservadora: el diario La Sociedad. Crónica
periodística de una desilusión, junio de 1864 – mayo de 1865. México,
Universidad Nacional Autónoma de México- Facultad de Filosofía y Letras, 1985,
varias páginas, en: Castro, Miguel Ángel y Curiel, Guadalupe. Publicaciones periódicas mexicanas del siglo
XIX: 1856-1876 (Parte I), México, Universidad Nacional Autónoma de México,
2003, p. 554-556.
[23] F. V. Sánchez
(editor responsable), “Libertad de prensa”, La Sociedad, Sección
Editorial, T. I, Núm. 43, México, Jueves 11 de febrero de 1858, p. 1.
[24] Ortega y Medina, Juan A. y Camelo, Rosa
(Coord.). Historiografía Mexicana, V.
III, México, 1997.
[25] O' Gorman, op.cit., pp. 7-9.
[26] Sebastián
Monterde, “Cumpleaños de S. M. el Emperador”, La Sociedad , Sección
Editorial, México, T. III, Número 381, México, miércoles 6 de julio de 1864, p.
1.
[28] F. Escalante, (Autor
editorial), “El Imperio”, La
Sociedad , Sección Editorial, T. III, Núm. 359, México,
Martes 14 de junio de 1864, pp. 1 y 2.
[29] F.
Escalante, (Autor editorial), “El Imperio”, La Sociedad , Sección
Editorial, T. III, Núm. 359, México, Martes 14 de junio de 1864, pp. 1 y 2.
[30] Discurso cívico del
Sr. D. José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por J.
M. Roa Bárcena, “Actualidades”, La
Sociedad , Sección La Sociedad , T. IV, Núm. 1161, México, Domingo 16 de
septiembre de 1866, p. 2.
[31] La democracia, para el caso del grupo que
integraba La Sociedad ,
representaba la anarquía, el desorden, el predominio del pueblo o de las clases
bajas sobre el resto de la sociedad.
[32] Discurso cívico del
Sr. D. José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por J.
M. Roa Bárcena, “Actualidades”, La
Sociedad , Sección La Sociedad , T. IV, Núm. 1161, México, Domingo 16 de
septiembre de 1866, p. 2.
[33] Ibíd.
[34] Ibíd.
[35] Ibíd.
[36] Ibíd.
[37] F.
Escalante, (Autor editorial), “El Imperio”, La Sociedad , Sección
Editorial, T. III, Núm. 359, México, Martes 14 de junio de 1864, pp. 1 y 2.
[38] F.
Escalante (Editor responsable), “Actualidades”, La Sociedad , Sección La Sociedad , T. V, Núm. 815,
México, Viernes 15 de septiembre de 1865, p. 2.
[39] F. Escalante, (Autor
editorial), “El Imperio”, La
Sociedad , Sección Editorial, T. III, Núm. 359, México,
Martes 14 de junio de 1864, pp. 1 y 2.
[40] Discurso cívico del
Sr. D. José Ignacio Esteva, reproducido y comentado por J.
M. Roa Bárcena, “Actualidades”, La
Sociedad , Sección La Sociedad , T. IV, Núm. 1161, México, Domingo 16 de
septiembre de 1866, p. 2.